Fue después
de colgar el teléfono, en una de sus
numerosas llamadas desde París. Volví a sentir ese pálpito que te roba la
consciencia del tiempo, como siempre sucede,
- cuando ocurre -. Me envió un
pequeño texto que no esperaba recibir, y
mucho menos en forma de reconocimiento tan desnudo y brutalmente directo,
desgarrando mi sensibilidad. Tantas conversaciones de un interés desinteresado,
o más bien de un interés amoroso, de apuesta por el otro, por ser colaborador
de sus sueños y guardián de sus debilidades.
Has de
confiar en mí, pero sobretodo en ti. Descúbrete otra vez. Abre un capítulo de
tu vida con un inicio que sólo tenga
final en el horizonte temporal de dos vidas unidas; déjate agarrar mi
antebrazo en el tuyo, como los
romanos.