le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

martes, 11 de enero de 2022

Sobre la extinción del honor.



 

Ciertamente , -y para mi extrañeza porque nadie lo señale actualmente- ,  una de las razones  por las cuales las sociedades modernas se han entregado a la cultura del valor supremo del dinero, es la desaparición de una cualidad moral que contribuyó a vertebrar la Europa prerrevolucionaria: el honor.

El honor, con todas sus ramificaciones,  ha sido practicamente borrado del panorama de las relaciones humanas. Y me pregunto yo: ¿dónde  empezó a germinar la destrucción de tan importante valor para la construcción de la dignidad de las comunidades humanas y del individuo mismo?.

Ayer fui a visionar una gran película llamada Barry Lyndon al Circulo de Bellas artes de Madrid. Era una oportunidad única de poder ver en pantalla grande una de las películas que más me han marcado. Narra la vida de Redmond Barry; la evolución vital y moral de este irlandés obstinado,  poseedor de una determinación tal,  que le llevará desde su aldea natal en Irlanda,  a morar un lujoso castillo  junto a Lady lyndon,  símbolo de la alta sociedad. Ese ascenso en su posición social irá en exacta correspondencia inversa con su caída en picado a nivel moral,  lo que motivará su destrucción final.

Pero no es el objeto de este texto el analizar el comportamiento de Redmond Barry a lo largo del film, tarea que por otro lado,  requeriría de un extenso e interesante análisis  dada la riqueza de matices con que dota Kubrick al personaje,  a través de la novela. 

La idea de este artículo provino de esa misma jornada, en el  cine mismo, precisamente dos butacas a mi izquierda, donde había sentados dos chavales de unos 23 años.  Redmond Barry se había alistado en el ejercito y unas pocas secuencias después, se escenifica una batalla entre un batallón francés frente a otro inglés. 

Recuerdo perfectamente cuando visioné la secuencia por primera vez años atrás, en mi casa. Ambos batallones se situaron uno enfrente del otro a una distancia prudencial. Posteriormente, uno de los contendientes, -con el afán de conquistar la posición del otro-,  comienza un avance al unísono de toda la fila de soldados  como una ola que avanza lentamente al ritmo que marcan los tamborileros.  Como espectador, según ves que se van acercando y que no disparan al oponente, empiezas a sentirte desconcertado.  Comienzan las cargas del batallón francés, por lo que empezaron a caer soldados de las primeras filas de  avance, estos, siguen acercándose al enemigo sin disparar ni un solo tiro, totalmente expuestos a las balas del contendiente. 

El avance continua y te preguntas qué sentido tiene esa matanza absurda que no parece tener fin. De repente , una vez ya se encuentran  muy cerca del enemigo, desenvainan las bayonetas y se lanzan en carga a las filas enemigas para combatir en el cuerpo a cuerpo.  Ahí ya comprendes qué es lo que estaba pasando, y lo que percibí como una actitud suicida sin sentido,  se tornó en una  revelación sobre los antiguos códigos de conducta de honor guerrero.  Cuanto ha cambiado la sociedad desde finales de siglo XIX  hasta nuestros días.

Hecha esta necesaria elipsis hacia la primera vez que vi la secuencia, me traslado de nuevo al directo del cine. Y ahí estaban otra vez los soldados avanzando con paso lento pero firme, retando a la muerte , en su inexorable caminar hacia las líneas enemigas. Súbitamente , escucho unas carcajadas de hilaridad de ambos chicos, ni siquiera  sentían  el desconcierto o la extrañeza que te lleva a permanecer en un silencio atónito;  no, su reacción es la risa hilarante porque consideran que esa actitud es absolutamente ridícula,  risible. 

He aquí, en este sencillo pasaje, la evolución de este concepto que es protagonista del artículo en dos generaciones distintas. Desde la mía,  más mayor, a la que  ya le queda lejos estas actitudes basadas en los códigos de conducta del honor, actitudes que se expandían a todas las parcelas de las relaciones humanas de aquella época y que sin duda consideraba un valor social superior el llevar una vida con honor que poseer riquezas, hasta nuestra última generación, -dos chicos de 20 años-, cuya percepción sobre la escena ni siquiera les produce preguntarse el por qué de tal comportamiento, limitándose a la nada de una risa ignorante.