Todo el mundo miente en mayor o menor medida;
a partir de esta obviedad se abre un mundo muy complejo, del que nadie habla
seriamente, al menos en público.
La mentira es consustancial a nuestra vida,
forma parte de nuestro comportamiento global, es un rasgo social más. La
mentira es un concepto poliédrico, tiene
muchas caras.
En principio, todos estamos de acuerdo en que
la mentira, mentir, es reprobable, salvo es casos de mentira piadosa, aquellas
mentiras que se emiten al prójimo para evitarle un mal de mayor gravedad que
sea innecesario.
Mi interés en esta reflexión acerca de la
mentira es el de ahondar en la repercusión que tiene sobre nuestra conciencia
el mentir, sus efectos sobre nosotros, y a partir de ahí, contemplar la
posibilidad de replantearse si la mentira debe convivir con uno mismo, como un
elemento más de nuestra existencia, o si por el contrario, debe de ser borrado,
suprimido de nuestra forma de actuar, al menos en aquellos planos que nos
pertenecen exclusivamente a nosotros mismos, aquellos sobre los que podemos
decidir autónomamente sin recibir condicionantes externos que nos pudieran
hacer valorar la posibilidad de actuar acorde a la mentira por razones
sociales o éticas, como la mentira piadosa.
Uno de los defectos asociados a la mentira es
el egoísmo, la mentira puede estar relacionada con el egoísmo en el sentido de que a menudo usamos la mentira
como instrumento para obtener una ventaja personal ante una situación, si esto
se perfecciona, la mentira pasa de ser un hecho puntual a ser una actitud, un
programa de actitudes que se saben tiene unas determinadas consecuencias
ventajosas para nosotros, ventajosas para conseguir nuestro objetivo o anhelo.
Dependiendo del grado de actuación o falsedad
en la forma de actuar del individuo para conseguir sus objetivos, este
comportamiento de actitud manipuladora puede ser desde anecdótico o inocente
hasta constituirse en una patología. El que lo perfecciona y matiza se
convierte en un manipulador y el que no lo controla y le supera se convierte en un mentiroso
compulsivo.
Sin embargo, independientemente de la importancia
del nivel de la mentira, que la tiene, lo realmente importante para nosotros
mismos es el efecto pernicioso que genera la mentira en nuestro yo, en nuestra
estima personal.
De ahí que me plantee la siguiente pregunta
en términos de balance: “¿qué es más perjudicial a la postre, o denigrante para
el individuo?: El actuar en su beneficio manipulando unas situaciones, con el
consiguiente disfrute al conseguir su objetivo, aunque ello conlleve una
autodestrucción, un pequeño desprecio a
sí mismo por mentir, o actuar en
conciencia y renunciar a la mentira, actuando honestidad, aunque ello conlleve
la ausencia del disfrute que iba buscando.
Desde pequeño, afortunadamente inculcado por
mis padres, el valor de la verdad lo he tenido muy presente, después, con los
años y los errores cometidos te vas dando cuenta de que la ausencia de mentira
en tu vida es fuente de placer existencial, orgullo, y satisfacción personal.
Excepto para las personas muy sabias, o para
las de naturaleza muy inocente, el no mentir es una acción que uno se debe
proponer, uno debe hacer un esfuerzo diario, más que en las mentiras puntuales,
en las actitudes que no son verdaderas.
Aun así, es difícil no actuar de manera tal, que
sabiendo de la obtención de un ulterior beneficio, no alteremos o manipulemos
nuestra forma de actuar en uno u otro modo.
Pero si analizamos con el suficiente despego
ese balance o dilema entre decir la verdad o la mentira…, nos daremos cuenta de
que los beneficios que obtenemos normalmente por mentir son pasajeros, son disfrutes
momentáneos o poco duraderos, ya que una vez conseguido el objetivo, el placer
desaparece. En algunas ocasiones, mentir nos puede reportar una ventaja duradera,
pero en cualquier caso, una ventaja fundamentada en la mentira termina por
degradarte personalmente, y se vuelve en tu contra.
Esa es la reflexión que uno se debe hacer; realmente, cuando uno no actúa correctamente,
lo que sí parece claro es que se
perpetúa el sentimiento de degradación
personal, la sensación de menospreciarse a uno mismo, de vacío interno, puesto
que ya no es que esté engañando al prójimo, se está engañándose a sí mismo
porque la visión sobre sí mismo que proyecta
hacia los demás es una farsa, y esto es una profunda indignidad, ya que
se falta el respeto a sí mismo, así visto, es una contradicción absoluta, que
sólo tiene una explicación: la condición natural tendente al egoísmo en el ser
humano.
La dignidad creo que es uno de los valores
fundamentales del ser humano, este valor está relacionado con a la verdad, el
actuar en arreglo a la conciencia, aquella conciencia que renuncia a la ventaja propia en una situación en pro de
una vida más digna. No mentir es dar valor a tu existencia.
Nadie es perfecto y todos mentimos en algún
momento, no se trata de tender a la santidad, yo creo que lo que nos debemos
exigir a nosotros mismos es el esfuerzo de hacerlo mejor cada día, tanto en
beneficio de los demás como en el nuestro propio, sólo que el beneficio
personal es un proyecto a largo plazo, y sólo el tesón nos llevará hasta esa
paz interior que da la autenticidad como rasgo definitorio de nuestra
personalidad y nuestra vida.