le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Sobre la confianza.





"Toda confianza es peligrosa si no es completa: hay que decirlo todo o callarlo todo"


                                                                                                                          Jean de La Bruyére.

lunes, 7 de diciembre de 2015

La elocuencia de tu silencio.




Desde tu silencio, sé que me amas. Diriges la vista hacia otros lugares;  mientras, yo te observo esperando el encuentro de nuestras miradas.
Ahora ya sé que tú sí que lo sabes; que me has encontrado, lo detecto en tu silencio, que grita cada día con más intensidad. 
Mi desconcierto no era más que el resultado de mi torpeza, mi incapacidad para percibir que un ser puro y sensible  ha venido hacia mí, a mi encuentro, a mi mundo, sin la pretensión de apropiárselo, sino como un amor irreductible que porta un alma incondicional. Perdóname por no haberme dado cuenta antes. Tenía algo grande ante mi:  ese ojo cristalino y brillante,  bañado por sales minerales que definen la película de tus sueños; esos sueños que tu contemplas absorta en tu mirada perdida que todo lo encuentra. No necesitas ver, porque sabes lo que en ti ya existe y yo ignoraba. No me permitas irme de ti. Marquemos el horizonte juntos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

El Panteón de Agripa.



Sin bien los griegos fueron capaces de dotar de gracilidad y sutileza a su arquitectura, los romanos, por su parte, la dotaron de un carácter monumental que estremece los sentidos. Esta arquitectura formada a base de generar vacíos;  de la ausencia de materia como resultado de horadar una masa formada por la trabazón de ladrillo, mortero y broza, conecta con una parte de la sensibilidad que reclama la belleza desde la acción de lo simple, de una cierta rudeza que excita la memoria de lo monumental;   impresiona por su contundencia formal, sobriedad estética y desnudez;   desprovista de revestimientos que oculten la evidencia constructiva, parte constitutiva de su honestidad. En la belleza de la arquitectura romana lo pretencioso no existe;  más allá del pragmatismo de sus construcciones, - traza coherente con espíritu expansivo imperialista -, su carácter inspirador procede, en parte,  de la sabia identificación arquitectónica entre forma y concepto debido a la utilización  de las geometrías puras que el hombre ha identificado en la naturaleza ya desde los griegos.

La geometría, las formas y sus significados primigenios:  

La esfera es la forma más perfecta  que  la naturaleza ha creado, pues es la única que mantiene sus propiedades a lo lardo de toda su superficie, manteniendo su continuidad. La  belleza de lo simple adquiere un significado cercano a lo divino;  astutamente,  los romanos utilizaban las formas puras como la esfera  para crear puente de unión entre el mundo terrenal de los hombres, y el mundo de los dioses que nos observan desde los confines de la bóveda celeste. Hermanas pequeñas de la esfera son el círculo,  la circunferencia,. Invariablemente, todas conservan su carácter radial, lo que significa centralidad en términos arquitectónicos.



El panteón:

Roma, Agosto de 2015. Visité Roma cuando aún no era universitario, ahora, siendo arquitecto, volvía a la ciudad eterna. De todos los monumentos y edificios de Roma, sólo una construcción ha llamado mi a atención sin reducir su poder de evocación y emotividad a lo largo de mi vida; desde la primera vez que lo vi, in situ,  siendo un adolescente, pasando por su estudio en la universidad y el asentamiento espiritual que otorga la madurez. Mi idealización sobre esta construcción se ha mantenido intacta.


Cuatro de Agosto. Un calor sofocante me obligó a consumir varios litros de agua, deambulaba por el coliseo y el  foro;  después de una hora caminando , desemboqué en Piazza Navona. Sabía que me hallaba cerca del Panteón. Después de tantos años de espera, sentía temor por la posibilidad de un súbito desencanto; quizás, todos aquello años de espera se podrían ver dilapidados por una visión decepcionante;  que no sintiera nada especial en mi interior al contemplarlo según penetrase dentro de su enorme cúpula.  Paré a comer en una estrecha callecita flanqueada por fachadas de alto porte, por la que circulaban hordas de turistas; malos presagios. Aquellas multitudes contaminaban el ambiente necesario para visitar mi querido Panteón, que a buen seguro estaría infestado por estos pobladores estacionales; epidérmicos paseantes que transitan por lugares sin intención de percibir el Genius loci, más bien, inmersos en una especie de consumo compulsivo de imágenes, cuyo leitmotiv se basa en la renovación, en la saciedad de la novedad estética, sin más, como la carne roja puesta sobre un plato, dispuesta para ser devorada. 

Para el viajante solitario, la observación de las masas de turistas suscita una doble sensación. Por un lado, apena observar la devaluación espiritual que ha sufrido la actividad turística, la banalización sistemática de todo aquello que es susceptible de ser contemplado por nuestra vista. Sin embargo, aparejado a este sentimiento penoso y triste, casi de rechazo al mundo contemporáneo, surge un regocijo contrapuesto  basado en el placer de sentirse absolutamente aislado de toda una multitud que te rodea, sabedor de que esa agresión estética que uno recibe le hace más fuerte,  reafirmándolo en el privilegio de sentir que la percepción espiritual, desde la humildad,  de todo aquello que nos ha precedido y nos trasciende por cuanto somos herederos, te hace valorar mucho más tu propia singularidad.


Lo que yo no podía imaginar, después de tanto temor a no afrontar el monumento con el ambiente circundante y mood  adecuados, es que sería precisamente el escándalo y el gentío lo que me brindara una de las imágenes más conmovedoras que he sentido, por inesperada, cual epifanía. Ni siquiera esa jornada en la que sabía terminaría en el Panteón, me parecía que fuera un día en el que estuviera especialmente sensible o gustoso por ese tipo de belleza monumental y rotunda. Sthendal, en sus paseos por roma, ya comentaba lo importante que era,  visitando Roma, tras  levantarse por la mañana, y tras un tranquilo desayuno; sentir el tipo de belleza al que uno está susceptible en esa jornada. Ciudades como Roma  brindan la posibilidad de abandonarse a naufragar por sus calles, con el único itinerario que  sugiera el propio instinto; el estado en el que uno se encuentre,  y la sorpresa de lo inesperado que se presente en su paseo irán trazando un placentero viaje , una tournée fresca  y deliciosa, fuera del hastío que genera lo programado.


Después de comer, reinicié mi andadura por las estrechas calles que circundan la zona del Panteón, me imaginaba que terminaría desembocando en la plaza donde se encuentra, pero no conocía el itinerario bien. Tras deambular,  un poco observando el ambiente y lo las fachadas de los edificios, finalmente aparecí en la plaza. Por fin vi el Panteón. Fue gratificante comprobar que siempre te sorprende su gran escala, un imponente cilindro de masa mural, rematado con un casquete como cubierta. La plaza esta infestada de turistas, incluso con los 35 grados y un sol de justicia que todo lo bañaba.

Mi miedo a la decepción se acrecentó al comprobar , una vez me acerque al atrio de entrada, que había filas de a cuatro tanto para penetrar en el templo como para abandonarlo. Literalmente había dos ríos ,dos mareas humanas paralelas que se movían en sentidos opuestos;  era casi en un acto de violación del templo. No podría haber previsto esta exageración jamás. No tenía otro remedio que entrar, ya que estaba ahí, debía penetrar y aunque fuera en esas condiciones tan lamentables para la observación sensible, trataría de sugestionarme de alguna manera. Pues bien; me interné dentro de la marea humana sin ser dueño ya de mi destino,- no había vuelta atrás-, aquella marea avanzaba lenta pero sin pausa. Seguía avanzando ya debajo de la cubierta del atrio, y estaba a escasos 3 metros de entrar en el gran cilindro; pero no tenía tiempo para prepararme, la marea me llevaba en volandas, y mi única tarea era la de tratar de no ser empujado más de la cuenta, rodeado de gentes con ropas de deporte, uniforme del buen turista compulsivo y consumista. Atareado en estas labores tan mundanas, no fui consciente de que ya me estaba internando en el gran cilindro:  de repente, como azar intuitivo, mi vista se fue hacia la cúpula, y cual epifanía se me apareció la maravillosa estampa del ojo - tragaluz del Panteón  sin previo aviso. Tuve un vuelco en el corazón por la belleza de la imagen que me sobrevino de manera tan inesperada y en contraste total con la tarea banal de sobrevivir entre los turistas que me arrastraban.

Eran las 16:00 de la tarde;  en este día soleado de agosto la luz penetraba por el gran tragaluz ovalado. Era la divinidad de los dioses la que se internaba desde lo alto del cielo y bañaba con sus perfectos haces paralelos las paredes internas del templo, haces de luz que doblaban su presencia visual debido a la incipiente polución del aire que poblaba la zona, de manera que la gran presencia de los rayos era realmente estremecedora; me encogió el corazón. No quise penetrar más. Me quedé estacionado y mirando hacia el gran ojo durante varios minutos pudiendo captar  la magnificencia del simbolismo de la arquitectura romana. Un ejemplo maestro,  tan puro y sencillo;   conectar la las tumbas de los grandes emperadores romanos con los Dioses mediante la penetración de la luz desde el cenit, aplicando la geometría radial para su planta.Una verdadera obra maestra de gran sencillez conceptual y potencia sin parangón.


Dentro de la gran planta circular cabían cientos de personas. Observé la geometría interior del casquete esférico de la cúpula. Pude notar que,  así como los griegos variaban sutílmente la inclinación de las columnas del Partenón para corregir la distorsión de la perspectiva, los romanos también utilizaban esta técnica, variando el tamaño de los casetones que conforman la piel interior de le casquete, de manera que las leyes de la perspectiva eran manipuladas y el tamaño del casetonado sufría una distorsión que impedía al observador captar la verdadera escala monumental del volumen interior.  Esta manipulación de la sensación de la escala en el interior del templo puede obeceder,  según mi opinión, a dos motivaciones: 

Si bien los Romanos  tenían muy presente la escala humana en el diseño de sus espacios vivideros con el objetivo de crear una armonía que generase la sensación de comodidad al vivir el espacio, creo que en esta ocasión, dado el carácter divino de la construcción, debemos plantearnos la posibilidad de que el objetivo es casi contrapuesto. Quizás buscaba el desconcierto, porque de facto, eso es lo que uno siente cuando contempla la cúpula y trata de buscar referencias de escala para situarse dentro del espacio y valorarlo. Dado el monumental tamaño real de la cúpula , la manipulación gradual de la escala de los casetones,  según avanza la cúpula radialmente hacia su cenit, genera una turbación, una incapacidad para valorar el volumen real de aire que uno tiene encima de su cabeza, este efecto turbador abunda en la simbología de lo supraterrenal, configurado un espacio de geometría pura y conexión con el otro mundo. Los dioses penetran a través del gran ojo, transportados por la luz , hasta proyectarse contra los muros internos del templo. 




























De la mano.



Apenas un par de semanas antes de conocerla, me estuve fijando en varias parejas que iban de la mano. Las miraba y me quedaba pensando en lo difícil que me parecía que esa situación la viviera yo. Además, podía sentir que varias de esas parejas que iban de la mano, contenían una actitud de protocolo, no había comunión entre ellas, era sólo una convención que arruina la magia del gesto. Otras, aunque pocas, sí  emanaban naturalidad. 
Me decía a mí mismo lo lejos que estaba de vivir una situación en la que yo tuviera pareja y fuera cogido de la mano con ella de forma natural y espontánea. Pues han pasado sólo tres semanas después de este pequeño pensamiento,  y esta situación se ha instalado en el dúo que formamos los dos,  recién conocidos,  recién estrenados en el cultivo de nuestra pasión. A menudo,  cuando paseamos,  reflexiono sobre la pasmosa naturalidad con que le cojo la  mano, le rodeo la cintura con mi brazo, o sitúo suavemente mi antebrazo sobre su hombro. Siento desconcierto,  porque esa situación tan lejana para mi hace unos días, ahora ha venido para instalarse súbitamente, sin avisar;  de manera que los hechos van desfasados con respecto a mi conciencia, que anda unos pasos por detrás de nosotros, mientras caminamos de la mano.








viernes, 20 de noviembre de 2015

El amor moderno.



El amor nos hace vulnerables. Si el amor es verdadero, debe existir la entrega hacia el otro. La entrega implica ceder una parte de ti para ofrecerla al otro. El amor así entendido poco éxito puede tener en nuestros días. Las sociedades tecnificadas tienden, por su imparable desarrollo tecnológico,  a generar innumerables parcelas de seguridad; estas parcelas redundan en disfrutar de una vida que logra vencer en gran medida la contingencia que dicta nuestras vidas. Sentirnos seguros nos da estabilidad, nos tranquiliza. Buscamos la estabilidad;  cada vez más,  a través de la comodidad que nos confiere el tenerlo todo controlado, y además del control, hay que añadir la circunstancia de que ese control sobre nuestras vidas cada vez es más sencillo ejercerlo en base a las facilidades de la tecnología nos ofrece. Estamos educados en esta búsqueda de la simplificación, aunque por otro lado, esta simplificación del control de nuestro entorno nos da la posibilidad de estar atento a un mayor número de cosas al mismo tiempo, por lo que finalmente, la inducción al estrés es inevitable. La mente trabaja con muchas variables diariamente, las controla de forma sencilla y eficaz, pero el aumento cuantitativo de las mismas , provoca estrés, y lo que es más grave aún: impide a la mente reflexionar. 

Mantenemos el tiempo ocupado en muchas actividades simultáneamente; la facilidad para llevarlas a cabo no requiere de la implicación total del individuo para acometerlas por las facilidades de la tecnología. Todo este proceso induce a la simultaneidad de tareas simplificadas, por lo que hablando  claro:  hacemos muchas cosas, pero no profundizamos en ninguna. No hay implicación del individuo en las tareas que acomete. El devenir diario nos dirige hacia basar nuestras experiencias en la rapidez en que la experimentamos, y la rapidez con que se renueva, es decir, la renovación constante de las acciones como base de la propia experiencia. 

Así las cosas, el mundo de las relaciones personales, y más concretamente el de las parejas, se está viendo afectado por una asimilación de la vida en común a otro compartimento más de nuestras actividades tecnológicas. Un factor definitorio de todo este mar de rápidas acciones simultáneas diarias  es su esencia transitoria; todo es susceptible de cambiar rápidamente si encontramos otra cosa que nos atraiga y que tengamos acceso rápido a ella. Esta dinámica de comportamiento diario la hemos trasladado a las personas. Las relaciones se ven afectadas por la falta de compromiso. 

Nadie quiere implicarse con otra persona porque anhela poder cambiar de elección constantemente;  asimila la inacabable oferta diaria de items para pasar el tiempo a sus relaciones de pareja: " hoy estoy bien con esta persona peros pero mañana puede que se me presente otra que me gusta más", o peor aún, otra que me permita cambiar. He ahí - en el poder cambiar- el meollo del asunto, porque se hace la asimilación del fulgurante e incesante cambio que rige nuestras vidas en lo material, a la parcela de lo personal.  La esencia es poder cambiar constantemente,  "el cambio" , rige nuestras vidas , que se convierte en un cúmulo de pequeñas experiencias cortas y epidérmicas. 

Todos estos comportamientos son la antítesis del caldo de cultivo para el desarrollo del amor. La sociedad actual sigue añorando el amor verdadero, lo busca, pero se da de frente una y otra vez con la transitoriedad, con el permanente disfrute superficial, con la necesidad de saciar el instinto más terrenal a nivel cognitivo. ¿Dónde está la vulnerabilidad en este tipo de modus vivendi?; simplemente no tiene cabida. La vulnerabilidad requiere de un proceso de apertura, de una decisión por desprotegerse y ser consentir que el otro penetre en ti. Todo ello requiere de tiempo, de reflexión, de tomar la decisión, de una cierta espiritualidad que no existe en nuestra estructura diaria construida sobre unas bases tan efímeras. Así pues, ¿cómo va a encontrar el amor verdadero el hombre moderno?. La tentación de llegar a amores de intercambio,- que no de entrega-, donde cada uno de los dos amplía su seguridad en su vida diaria a la parcela de su relación;  su zona de confort la traslada al ámbito de las relaciones íntimas; difícilmente , en un ambiente de amenazante transitoriedad de un estado amoroso se puede cultivar la entrega, ¿cómo me voy a entregar al otro si estoy con otro el rabillo del ojo contemplando la posibilidad del cambio?. Malos tiempos para el amor verdadero. 











miércoles, 18 de noviembre de 2015

El Don, por mandato natural




Contabilizaba este amigo mío 4 citas con aquella muchacha morena con grandes ojos de tonos avellanados, -decía   el - , mientras un dulce gesto de admiración poblaba su faz.
Incrédulo de sí mismo, narraba los cuatro encuentros que hasta el momento había tenido  con la gratificante sensación de que le parecía haberla conocido desde siempre, pues sólo ya con los paseos que ambos realizaban notaba como si hubiera caminado junto a ella desde pequeños,  y quizás,  para siempre ya.  Me emocionaba  la ilusión con que mi  amigo relataba las diferentes situaciones que había vivido con esta mujer, con la que sin duda parecía haber tenido un flechazo; son ese tipo de situaciones que desembocan en un reconocimiento mutuo de abrumadora intensidad, hasta tal punto que ya nada hace falta añadir para reafirmar la gran unión que se ha producido entre dos almas. Simplemente ha pasado, y ambos lo saben perfectamente.

Después de unos minutos escuchando sus relatos de  apasionada vehemencia, logró  sugestionarme, suscitando en mí  un pequeño pensamiento. Le interrumpí ; le dije, ¿te das cuenta de cómo estás hablando?.   Querido amigo, un don te ha sido ofrecido por la naturaleza,  su capricho ha decidido que te enamores apasionadamente, y que sientas en tu interior amor intenso, un amor irracional  hacia tu esbelta mujer de ojos  grandes y tonos avellanados.  ¿Qué has sacrificado para que este  momento de unión amorosa entre almas haya tenido lugar?.

Cuan diferente resulta el  amor irracional respecto a todos los demás órdenes de nuestras vidas;  todo cuanto conseguimos o ambicionamos está sujeto, en la mayoría de ocasiones, a un gran esfuerzo personal, a la disciplina y a la perseverancia, ni si quiera así nos es garantizado el éxito. La consecución del objetivo o metas vitales que uno se va trazando con el objeto de dibujar su propia vida  en muchos casos es un reguero de esfuerzo personal.
El amor irracional es así,  no pertenece a la esfera del  la vida real, es, por contraste, -sin duda-,  el mayor don o riqueza que le puede a uno ser dado, y te es dado por nada, simplemente porque el amor así lo ha querido. Tanto por tan poco.  

Recibir algo tan grande como un flechazo amoroso sin haber sacrificado nada para ello,  fue resultado de un caprichoso  don inconsciente  para la ubicuidad,  que le llevo a encontrarse con ella, -en realidad por absoluto  azar-, al salir de visitar un edificio de viviendas donde estaba valorando vivir en alquiler; ella pensaba que era el cliente con el que había quedado para visitar el edificio, pues se dedicaba a ser comercial en una empresa inmobiliaria.


Ella lo abordó. Mi amigo le dijo que no era Jorge,  pero  sí,  casualmente acababa de ver una vivienda en el edificio para alquilar.





martes, 17 de noviembre de 2015

La invasión silenciosa.




El terrorismo, aunque muy cruel, sólo es un fenómeno colateral de la invasión silenciosa, no puede tener recorrido a largo plazo. La desgracia de los atentados, sin ser lo sustantivo del fenómeno de invasión, es lo único que puede hacer reaccionar a la anestesiada Europa, que no es consciente del fenómeno de colonización musulmana, - en varias etapas - , que lleva ya tiempo en proceso.



La invasión silenciosa es un fenómeno que sigue su imparable curso independientemente de que haya terrorismo o no. Esta invasión se apoya en al menos dos factores fundamentales para hacerla posible: la tolerancia no selectiva de la cultura europea hacia otras culturas; occidente no es capaz de distinguir qué culturas son compatibles con la suya propia. El segundo es la falta de natalidad; hueco que el Islam va a rellenar con súbditos bajo la imagen de inmigración trabajadora; después, cuando sean crecientes en número, impondrán su religión sobre nuestra cultura. Aclaro que no sugiero que los musulmanes que vengan a trabajar aquí estén pensando en colonizarnos como parte de un plan: no. El asunto no funciona así, ellos vienen a trabajar y disfrutar de la libertad de europa, pero siguiendo férreamente los dictados del islam, sin integrarse en la cultura y valores occidentales, utilizándolos únicamente en su beneficio: ejercer su libertad de culto y modo de vida dentro de nuestro territorio, al margen de Europa, pero en Europa.


Occidente debería ser consciente de que su hegemonia económica induce el soterramiento de la fuerza colonizadora del islam. Pero ese fuerza colonizadora está latente. El islam es una religión pacífica mientras no vea la posibilidad de expandirse. Occidente piensa que las - por ahora - minorías musulmanas que conviven entre nosotros son pacíficos, que aceptan nuestra cultura y nos respetan. Esta percepción es virtual; las minorías musulmanas saben que la única manera de disfrutar, por ahora, de Europa, es aceptar nuestra forma de vivir. El día en que, como ya han baticinado muchos lideres musulmanes instalados en Reino Unido la población musulmana empiece a ser mayoría, se acabo el pastel, se acabo la tolerancia, se acabo la libertad. 

Será imposible que Europa acabe con este peligro utilizando el buenismo del que hace gala, sencillamente porque en un conflicto de intereses que llegan a ser contrapuestos : islam-cultura occidental, o se juega con las mismas reglas o el que hace de bueno termina masacrado por el otro; debilidad que ellos conoce  y piensan aprovechar. La única forma de acabar con este proceso será tomando decisiones drásticas que se considerarán injustas e intolerantes por parte de sectores amplios de la opinión pública, o más exactamente, de la opinión dirigida por los medios de comunicación masivos, que son los que controlan en pulso de lo políiticamente correcto, y que los dirigentes europeos siguen como niños obedientes, sabedores de que no obedecer significa perder la popularidad entre los medios, y como consecuencia, perder las elecciones. 

Muy diferentes son los discursos de los líderes de la Europa de Este. El control que hace Putin sobre los medios de comunicación , le permite hablar de las cuestiones de calado internacional sin tapujos, yendo al meollo de los asuntos sin complejos, sin el temor de ser aniquilado políticamente por los medios de comunicación. El primer ministro Húngaro, por su parte, -sociedades carentes de este buenismo ignorante -, y sin una intromisión tan brutal de los medios masivos de comunicación en dictar pautas estrictas acerca del estado de opinión, afirma con contundencia que la calidad democrática de Europa está en entredicho,  pero no se le ha preguntado a la población que es lo que desea hacer con todos estos problemas, desmarcándose del buenismo de los líderes de la Europa del Oeste. 







Camino a casa.




Por fin nos despedimos de unos desconocidos para mí, tan sol conocidos por ella. Avanzamos unos metros por la acera y ya me sentí libre para rodear su cintura,  mientras caminábamos hacia el coche. Un buen rato de contención en público me hizo poder saborear  con mayor regocijo el disfrute mutuo. Por fin volvíamos a la agradable rutina de acariciarnos constantemente, mirarnos con complicidad cada pocos pasos, y besarnos sin límite en cada espera para cruzar cualquier calle.  Serían alrededor de las 4 de la madrugada. Poco quedaba ya por hacer, salvo llevarla a casa de sus padres y disfrutar por el camino  de nuestra intimidad lejos de la distancia que nos dictaba el estar en público.

Caminábamos por una de las aceras de la embajada de EEUU, la acera estaba poblada por las hojas de los plátanos que son símbolo arbóreo de las calles de Madrid. Sus tonos amarillos, a veces muy luminosos, comparte el suelo en armonía cromática con el suave color grisáceo de las aceras. A un lado nos flanqueaban los troncos de los árboles, al otro un imponente muro de la valla de la embajada.

La temperatura era fresca, pero en ningún modo incómoda. Los dos sentíamos una pequeña  euforia en la conversación  por ser dueños de nuestra intimidad en el solitario Madrid de las madrugadas de otoño.

No quería que aquel feliz trance en forma de  paseo terminara. Me sentía feliz por advertir que aquellos momentos tan sencillos me eran tan gratos, y  tener la sensación de que no necesitaba nada más que a ella arropada por mi brazo en su cintura,  nuestro alegre paseo y el relajante paisaje urbano nocturno de Madrid.

Ella aminoró,  soltándose suavemente  de mi cintura.  Se detuvo  e  inclinó su cuerpo graciosamente para apoyarse en el muro; ya es la segunda vez que interrumpe un paseo para apoyar su esbelta figura, su espigado cuerpo curvilíneo sobre un muro callejero que limitaba con la embajada.  “He parado para mirarte” –  me susurraba dulcemente mientras me miraba con una amplia sonrisa - . He descubierto lo agradable que me resulta poder mirarla de cerca, cuanto más cerca estoy de su rostro, más te cautiva la acción conjunta de sus expresivos y dulces ojos,  más una media sonrisa entre bondadosa y complacida. Ya el tiempo no cuenta.

Empezamos a contemplarnos, a recrear nuestras miradas el uno en el otro, apoyamos nuestros antebrazos en los hombros del otro, nos abrazamos, nos cogemos de la cintura alternadamente. Ya el tiempo no cuenta.


Mientras, hablamos de cualquier tontería, cualquier carantoña es válida para tocarnos, para conocernos a través del tacto de nuestros cuerpos en conjunción;  nuestras miradas constantemente cómplices y juguetonas, sabedores de que este juego es tan intenso y gratificante como verdadero y trascendente. Quizás sea esta mezcla entre juego y proyecto común el que hace que estos momentos se proyecten en el tiempo, y una breve parada de una pareja sobre un muro se convierta en 40 minutos de un sencillo y auténtico momento que permanecerá en mi memoria.

jueves, 29 de octubre de 2015

Grandes amores.




Sucede que no recuerdas su rostro. Intentas rememorar su voz, sus gestos, sus facciones en movimiento. Nada puedes evocar. Cada encuentro se convierte en un evento anhelado y renovado; mantengo la ilusión de saciar mis sentidos en cada cita a sabiendas de que en la siguiente,  su cara y sus gestos vendrán a mí como algo nuevo por descubrir, pues ella y su expresión, su gestualidad y coqueta dulzura,  agotan mi percepción en cada cita provocando el colapso de mis sentidos, que nada pueden recordar expuestos a una tormenta de sofisticada belleza natural.






viernes, 23 de octubre de 2015

Cris bcn




Pensaba en cómo debía estar sentado a su llegada; sentía la impaciencia nerviosa que te hace variar la postura buscando una comodidad ficticia.

Mi tensión iba en aumento hasta que decidí relajarme;  de nada servía desear contemplar su llegada, pues era previsible que se bajara del taxi a mi espalda, sorprendiéndome en cualquier momento con una mano posada sobre mi hombro, o algo así de inesperado. Sospechaba que mi  acostumbrado deleite por observar  los breves instantes en que una mujer se acerca hacía uno sonriente, no tenía visos de cumplirse. A menudo,  los últimos metros hacia el saludo mientras una mujer te mira a los ojos, -si tiene suave descaro para ello-, pueden definir, en parte, el cariz de un encuentro.

Ver una mujer de un plumazo mientras se acerca  caminando es cuestión de tres o cuatro segundos, no más; pero en ese lapso te asalta una  sensación visual de conjunto que te deja el buen sabor de boca, o una incómoda insatisfacción;  me recuerda a la sensación definitiva que uno tiene al degustar la primera copa de ron con coca-cola tras un par de semanas sin probarlo; sabes que el primer sorbo vas a saborearlo intensamente como un manjar nuevo, pero si el ron no esta bueno, te amarga el inicio y buena parte de la noche.

Ella no terminaba de aparecer ni por detrás, ni por ninguno de los laterales de la acera. Unos minutos después, dirigí la mirada hacia un lateral de la acera, encontrando una sinuosa silueta de mujer que desapareció fugazmente,  pues el tronco de un árbol cercano me impidió identificarla. Me inquieté; traté de asomarme a un lado o a otro del árbol; conseguí finalmente  que apareciera ella ante mi vista como una imagen clara y nítida. Caminaba erguida, con cierta parsimonia y distinción  mientras dirigía su mirada hacia el interior del bar, en mi busca. Aunque su cabeza estaba girada, su cuerpo aún conservaba la posición  que su caminar por la acera le era natural.

Nos saludamos, seguramente me levanté, creo que sí lo hice, aunque en esos momentos estoy más pendiente de qué me transmite su presencia, más que del rutinario saludo. Ya estábamos sentados y dispuestos a comer. Ella tiene una capacidad especial cuando te habla y está de frente  mirándote: "llena tu espacio visual".

Si estuviera escribiendo un guión de cine, ahora tocaría hacer una elipsis,  pues dentro de unos minutos, mientras escribo estas líneas, ella cumplirá 26 años,  -unos días después de este encuentro que retengo en mi memoria, y me es grato relatar -. Finalmente se sentó y pude empezar a disfrutar de su estampa. Me generan un deleite inusitado las mujeres con espaldas bien formadas y hombros bonitos, altos, bien situados a la altura de las clavículas, de manera que le otorga un porte distinguido y femenino. Así es ella , la línea que discurre desde uno de sus hombros hasta llegar al gemelo, es recta, y por ende, forman un ángulo recto con el cuello. Nada más atractivo que una mujer con hombros bien formados y anchos - sin llegar a ser masculinos- , les son especialmente agradecidos todos los vestidos que los dejan al descubierto, como los palabras de honor, o vestidos que rodean el cuello, dejando ambos hombros y los brazos al descubierto. Es muy difícil encontrar una fémina de  espalda generosa, recta, de hombros rotundos en su redondez,  y que esa misma forma curva tenga la suficiente contención para no llegara a ser vulgar, Cris bcn no se conforma con sus hombros, sus brazos continúan coherentes con esta filosofía de la curva en el límite entre lo voluptuoso y lo elegante, siempre ahí,  jugando a esas dos bazas simultáneamente.

Se pueden imaginar después de esta descripción, que mi ensimismamiento durante nuestra conversación me impedía prestarle la atención requerida a sus palabras y explicaciones,  pues yo me entretenía entre sus hombros y sus brazos, con aquella postura recta de perfecta geometría ortogonal y de dama bien educada en la mesa.  Al poco de empezar con el primer plato, se tomó  interés en explicarme  cierta cuestión, y fuesen ese instante, cuando al empezar la argumentación hizo un gesto de reafirmación, - de autoridad para acompañar su discurso, como para imprimirle más persuasión -  ; se agarró la enorme melena natural de cabello castaño,  que hasta el momento tenía reservada como estoque final detrás de su espalda, y finalmente la descubrió a mi vista mientras la acariciaba con ambas manos en un elegante movimiento de gran sensualidad. Posó su larga melena ondulada, de insultante vitalidad sobre uno de sus hombros, retorciéndola con suavidad, formando un precioso helicoide con sus hebras, quedando así como si luciera una coleta que adornaba su hombro, - pero más sensual- puesto que aquel equilibrio tendía a romperse en favor de la expansión de su fuerte y saludable pelo, que tendía a desparramarse en mechones de gran placer visual sobre su hombro izquierdo.

Por muchas se cuentan las ocasiones en que ella, ignorante de mi intenso placer visual, de mi aventura vital sigilosa,  me replica con cierto retintín sobre mi falta de memoria cuando me recuerda eventos y pensamientos que me ha contado en otras ocasiones. Es normal, y yo la comprendo, pero,
¿qué tanto responsable o culpable soy,  si veo la vida en imágenes,  y siento el placer de la pasión de un gesto como si fueran lapsos de tiempo que intensifican mi vida hasta casi hacer parar el tiempo?.





martes, 29 de septiembre de 2015

La luna y el cielo.




La Luna.

Es Septiembre,  aún puedo disfrutar de una temperatura agradable en mi terraza. A la 01:30,  la noche es cerrada ya. Salí del interior de  mi piso con el ánimo de aprovechar las vistas nocturnas. Aunque había sido una jornada algo calurosa, por la noche, de madrugada, la temperatura desciende lo suficiente para sentir el frescor de la brisa. Me interné en la terraza hasta alcanzar la barandilla. La cuidad estaba silenciosa. Me apoyé en los barrotes y giré la cabeza mirando hacia el Oeste en busca de la profundidad del paisaje urbano. Inesperadamente, ¡la luna estaba ahí!,  pero  no en lo alto, sino sensiblemente elevada sobre la línea del horizonte. Últimamente miro la luna a menudo, y la veo con otros ojos. Siento su peso;  una colosal esfera flotando, - aunque  pequeña a mi vista -,  se sitúa levitando en la atmósfera, como si perteneciera  a la tierra. Sé que está lejos, muy distante, pero la siento como una pesada bola que  nos acompaña, como un cuerpo armonioso y amigo,  perfectamente esférico.

La Luna puede verse como un elemento pintoresco parecido a  una composición sencilla de Kandinsky o Miró,  con pocos elementos geométricos formando un equilibrio que se hace presente a través del reflejo de la luz del Sol  sobre su superficie. Nuestra incapacidad para decidir sobre la pertinencia acerca de la presencia de la luna en cada momento, le otorga un carácter trascendente, impositivo , preexistente,  y al mismo tiempo, -debido a su simplicidad conceptual en términos geométricos-, me suscita cierta ironía, pues, ¿cómo es posible un elemento importante en el orden del sistema solar se presente ante nuestra vista bajo una forma extremadamente simple?;  como si fuera un elemento decorativo, un elemento aparentemente  intrascendente que nos acompaña siempre, pero no se expresa nunca, ni ejerce ninguna acción que nos sobresalte. Es incluso, en ocasiones,  un testigo impertinente de cualquier situación desagradable que vivamos,  omnipresente aunque no esté iluminada por el sol y no la veamos, se hará presente por su acción gravitatoria, aunque no la percibamos conscientemente.

La luna es siempre lo que nosotros queramos que sea,  precisamente por su estabilidad, su eternidad se nos manifiesta como ese referente que, según nuestra sensibilidad de cada día, la vemos con unos ojos u otros. Por ello,  la luna nos sirve de espejo donde  vernos reflejados en términos sensibles. Quizás, ese día que te fijaste en la luna,  no estaba tan bella como pensabas, más bien tú estabas sensible a verla,  hallaste su belleza, te encontraste a ti mismo a través de su imagen en alguna posición en su constante recorrido por nuestra bóveda celeste.

Yace quieta, impertérrita, pero siempre cambiante. Su  movimiento es imperceptible a nuestra mirada, por eso es quietud, un estatismo que  sólo el tiempo, con sus avance irreversible, nos lo hace evidente a través de los rayos del Sol, todo un gran engranaje de piezas geométricas simples y movimientos armoniosos.  Su dinamismo lumínico nos viene dado por el efecto variable del Sol en lo que es para la mayoría de nosotros un recorrido incierto.

Aquella noche, la esfera se encontraba iluminada en su mitad inferior, pero el plano que marcaba la separación entre la negritud que la esconde y el dulce ambar  suavemente reflejado que la muestra  formaba un ángulo de unos 45 grados con el suelo que pisamos. Desde el ecuador hacia abajo su geografía accidentada era claramente visible. Parecía como si estuviera siendo iluminada por la acción del hombre con rayos de luz desde la tierra que proyectan una luz tenue distribuidas sobre  medio casquete lunar. A menudo cuando miramos la luna, la vemos como una fuente de luz autónoma, cuando en realidad, la luna nos es visible sólo por la acción de los rayos reflejados que emite el sol; desde este prisma,  resulta bonito investigar  cuál es la  dirección en la que se ha de encontrar el  sol en función de qué zona de la luna esté iluminada, sin perder de vista el conjunto de la esfera, aunque no esté iluminada y por tanto, no la veamos. 



El cielo.

Todos estos pequeños pensamientos  en un ambiente tan silencioso y nocturno, me llevaron a aprovechar aquel  instante, -ese ratín-,  después miré al resto del cielo, la bóveda celeste estaba limpia. Durante la noche, cuando el cielo está parcialmente nuboso, la luz se refleja y ello creo un ambiente de contaminación lumínica, impidiendo la contemplación de las estrellas en los claros que quedan en los espacios restantes. Pero esta noche, no hay ni una sola nube, sólo la luna situada cerca del horizonte como único elemento singular. Inspeccioné el cielo y quedé impactado por la cantidad de estrellas que eran visibles. Creo que estar al lado del parque del retiro favorece claramente la ausencia de luz en esta parte de la ciudad. Han pasado unos minutos ya desde que salí a la terraza;  la fresca brisa está empezando a hacer efecto, convirtiéndose en un frío que pide arropo pero no desagrada. Cogí una manta de cachemir  que me regaló mi novia francesa, es un recuerdo que guardo de ella. Me tumbé en el sofá de la terraza boca arriba y desplegué la manta sobre mí;   me arropé con cuidado de no dejar ninguna parte de mi cuerpo a la intemperie;  la delgada capa de cachemir, propiciaba que pudiera adaptarla a todas  mis firmas corporales, a modo de suave funda. Sentí el calor casi instantáneamente;   qué agradable era percibir el frescor de la noche en mi rostro en contraste con la calidez en que permanecía el resto de mi cuerpo. Empecé a identificar estrellas en el firmamento a la vez que me daba cuenta de que estaba viviendo unos instantes muy intensos, contemplando la belleza que tenemos encima de nosotros a diario, y que no podemos comprender. Estamos aquí en la tierra, pasan los días y seguimos viviendo, absolutamente ignorantes del sentido de toda esta gigantesca composición planetaria y cósmica en la que simplemente ” estamos”;  me pregunto por qué algo que  nos trasciende sobremanera e nos presenta al mismo tiempo estéticamente de forma tan sencilla, planetas esféricos en perfecto equilibrio,  ese telón de fondo perfectamente negro durante las noches, y de ricos tonos azules durante el día.

Al final, lo importante es poder tener estos momentos de intensidad que nos recuerde lo agradable que puede ser un pequeño rato de vida si nos implicamos honestamente en   esa necesaria consciencia superior al mirar a nuestro alrededor y pensar en todas estas cosas tan maravillosas que hacen nuestra vida diaria, que nos gobiernan sin preguntarnos antes, un sometimiento al fin y al cabo, pero muy bello. Esta dualidad  entre lo bello y lo terrible que supone la vida y la naturaleza en general es lo que le confiere tanta fuerza, y de ahí provienen  nuestros  sentimientos profundos de la consciencia sobre nuestra existencia, al advertir esta dualidad entre belleza y muerte, advertir un final dentro de un cosmos de una belleza que parece inacabable, eterna en comparación con nuestra breve vida.






jueves, 17 de septiembre de 2015

Estreché su mano.




El otro día visité por la tarde a mis padres. Subí a su habitación y estaba  mi madre echándose la siesta. Me senté en un sofá  que está al lado de la cama. Conversamos unos minutos; quizás por comodidad, me acerqué a ella y me tumbé a su lado, los dos seguíamos hablando de varios temas intrascendentes y algo divertidos. En un momento dado la contemplé mientras  hablábamos, noté la complicidad  que estábamos disfrutando;  casi sin darme cuenta, fui más allá en mi pensamiento; me fijé en cómo movía su mano derecha, la cual estaba a mi alcance; súbitamente, me percaté de que hacía mucho tiempo que no le cogía su mano, -al menos no en un contexto nada usual como ese-, al pensar en ello, me dio algo de pudor, pero debía hacerlo; lo hice.  Abracé su mano con mi mano, y sentí el placer de la confidencia, de la unión madre e hijo; un respeto inducido por la mano que me ha visto nacer, me ha criado y me ha educado. Fue un acto de  comunión íntimo y que viví con gran intensidad, como si el tiempo se dilatara. Después,  tras salir de su casa,  reflexioné sobre este momento, y me alegré de haber arriesgado mi mano en busca de la suya. A menudo,  entre padres e hijos no hay señales de cariño, en otros casos, estos son constantes y rutinarios.  Aunque yo soy de naturaleza cariñosa, quizás sería bonita la dosificación de los gestos de cariño entre padres e hijos;  Tal como plantea el gran Robert Bresson en sus films, en los que la aparente sobriedad comunicante de cada escena encierra un silencioso pero constante caudal acumulativo emocional. El sentido del  film contiene  un recorrido hacia el final,  toda  la energía emotiva de los personajes se libera a modo de clímax en la última escena,  y por fin entiendes la dimensión espiritual del film,  lo sientes dentro de ti;  pues así fue, cómo si todo el tiempo que pasó hasta que abracé  la mano de mi madre con la mía representase el cenit de un proceso de pequeñas confidencias y complicidades acumulados desde hace tiempo.