le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

martes, 29 de septiembre de 2015

La luna y el cielo.




La Luna.

Es Septiembre,  aún puedo disfrutar de una temperatura agradable en mi terraza. A la 01:30,  la noche es cerrada ya. Salí del interior de  mi piso con el ánimo de aprovechar las vistas nocturnas. Aunque había sido una jornada algo calurosa, por la noche, de madrugada, la temperatura desciende lo suficiente para sentir el frescor de la brisa. Me interné en la terraza hasta alcanzar la barandilla. La cuidad estaba silenciosa. Me apoyé en los barrotes y giré la cabeza mirando hacia el Oeste en busca de la profundidad del paisaje urbano. Inesperadamente, ¡la luna estaba ahí!,  pero  no en lo alto, sino sensiblemente elevada sobre la línea del horizonte. Últimamente miro la luna a menudo, y la veo con otros ojos. Siento su peso;  una colosal esfera flotando, - aunque  pequeña a mi vista -,  se sitúa levitando en la atmósfera, como si perteneciera  a la tierra. Sé que está lejos, muy distante, pero la siento como una pesada bola que  nos acompaña, como un cuerpo armonioso y amigo,  perfectamente esférico.

La Luna puede verse como un elemento pintoresco parecido a  una composición sencilla de Kandinsky o Miró,  con pocos elementos geométricos formando un equilibrio que se hace presente a través del reflejo de la luz del Sol  sobre su superficie. Nuestra incapacidad para decidir sobre la pertinencia acerca de la presencia de la luna en cada momento, le otorga un carácter trascendente, impositivo , preexistente,  y al mismo tiempo, -debido a su simplicidad conceptual en términos geométricos-, me suscita cierta ironía, pues, ¿cómo es posible un elemento importante en el orden del sistema solar se presente ante nuestra vista bajo una forma extremadamente simple?;  como si fuera un elemento decorativo, un elemento aparentemente  intrascendente que nos acompaña siempre, pero no se expresa nunca, ni ejerce ninguna acción que nos sobresalte. Es incluso, en ocasiones,  un testigo impertinente de cualquier situación desagradable que vivamos,  omnipresente aunque no esté iluminada por el sol y no la veamos, se hará presente por su acción gravitatoria, aunque no la percibamos conscientemente.

La luna es siempre lo que nosotros queramos que sea,  precisamente por su estabilidad, su eternidad se nos manifiesta como ese referente que, según nuestra sensibilidad de cada día, la vemos con unos ojos u otros. Por ello,  la luna nos sirve de espejo donde  vernos reflejados en términos sensibles. Quizás, ese día que te fijaste en la luna,  no estaba tan bella como pensabas, más bien tú estabas sensible a verla,  hallaste su belleza, te encontraste a ti mismo a través de su imagen en alguna posición en su constante recorrido por nuestra bóveda celeste.

Yace quieta, impertérrita, pero siempre cambiante. Su  movimiento es imperceptible a nuestra mirada, por eso es quietud, un estatismo que  sólo el tiempo, con sus avance irreversible, nos lo hace evidente a través de los rayos del Sol, todo un gran engranaje de piezas geométricas simples y movimientos armoniosos.  Su dinamismo lumínico nos viene dado por el efecto variable del Sol en lo que es para la mayoría de nosotros un recorrido incierto.

Aquella noche, la esfera se encontraba iluminada en su mitad inferior, pero el plano que marcaba la separación entre la negritud que la esconde y el dulce ambar  suavemente reflejado que la muestra  formaba un ángulo de unos 45 grados con el suelo que pisamos. Desde el ecuador hacia abajo su geografía accidentada era claramente visible. Parecía como si estuviera siendo iluminada por la acción del hombre con rayos de luz desde la tierra que proyectan una luz tenue distribuidas sobre  medio casquete lunar. A menudo cuando miramos la luna, la vemos como una fuente de luz autónoma, cuando en realidad, la luna nos es visible sólo por la acción de los rayos reflejados que emite el sol; desde este prisma,  resulta bonito investigar  cuál es la  dirección en la que se ha de encontrar el  sol en función de qué zona de la luna esté iluminada, sin perder de vista el conjunto de la esfera, aunque no esté iluminada y por tanto, no la veamos. 



El cielo.

Todos estos pequeños pensamientos  en un ambiente tan silencioso y nocturno, me llevaron a aprovechar aquel  instante, -ese ratín-,  después miré al resto del cielo, la bóveda celeste estaba limpia. Durante la noche, cuando el cielo está parcialmente nuboso, la luz se refleja y ello creo un ambiente de contaminación lumínica, impidiendo la contemplación de las estrellas en los claros que quedan en los espacios restantes. Pero esta noche, no hay ni una sola nube, sólo la luna situada cerca del horizonte como único elemento singular. Inspeccioné el cielo y quedé impactado por la cantidad de estrellas que eran visibles. Creo que estar al lado del parque del retiro favorece claramente la ausencia de luz en esta parte de la ciudad. Han pasado unos minutos ya desde que salí a la terraza;  la fresca brisa está empezando a hacer efecto, convirtiéndose en un frío que pide arropo pero no desagrada. Cogí una manta de cachemir  que me regaló mi novia francesa, es un recuerdo que guardo de ella. Me tumbé en el sofá de la terraza boca arriba y desplegué la manta sobre mí;   me arropé con cuidado de no dejar ninguna parte de mi cuerpo a la intemperie;  la delgada capa de cachemir, propiciaba que pudiera adaptarla a todas  mis firmas corporales, a modo de suave funda. Sentí el calor casi instantáneamente;   qué agradable era percibir el frescor de la noche en mi rostro en contraste con la calidez en que permanecía el resto de mi cuerpo. Empecé a identificar estrellas en el firmamento a la vez que me daba cuenta de que estaba viviendo unos instantes muy intensos, contemplando la belleza que tenemos encima de nosotros a diario, y que no podemos comprender. Estamos aquí en la tierra, pasan los días y seguimos viviendo, absolutamente ignorantes del sentido de toda esta gigantesca composición planetaria y cósmica en la que simplemente ” estamos”;  me pregunto por qué algo que  nos trasciende sobremanera e nos presenta al mismo tiempo estéticamente de forma tan sencilla, planetas esféricos en perfecto equilibrio,  ese telón de fondo perfectamente negro durante las noches, y de ricos tonos azules durante el día.

Al final, lo importante es poder tener estos momentos de intensidad que nos recuerde lo agradable que puede ser un pequeño rato de vida si nos implicamos honestamente en   esa necesaria consciencia superior al mirar a nuestro alrededor y pensar en todas estas cosas tan maravillosas que hacen nuestra vida diaria, que nos gobiernan sin preguntarnos antes, un sometimiento al fin y al cabo, pero muy bello. Esta dualidad  entre lo bello y lo terrible que supone la vida y la naturaleza en general es lo que le confiere tanta fuerza, y de ahí provienen  nuestros  sentimientos profundos de la consciencia sobre nuestra existencia, al advertir esta dualidad entre belleza y muerte, advertir un final dentro de un cosmos de una belleza que parece inacabable, eterna en comparación con nuestra breve vida.






jueves, 17 de septiembre de 2015

Estreché su mano.




El otro día visité por la tarde a mis padres. Subí a su habitación y estaba  mi madre echándose la siesta. Me senté en un sofá  que está al lado de la cama. Conversamos unos minutos; quizás por comodidad, me acerqué a ella y me tumbé a su lado, los dos seguíamos hablando de varios temas intrascendentes y algo divertidos. En un momento dado la contemplé mientras  hablábamos, noté la complicidad  que estábamos disfrutando;  casi sin darme cuenta, fui más allá en mi pensamiento; me fijé en cómo movía su mano derecha, la cual estaba a mi alcance; súbitamente, me percaté de que hacía mucho tiempo que no le cogía su mano, -al menos no en un contexto nada usual como ese-, al pensar en ello, me dio algo de pudor, pero debía hacerlo; lo hice.  Abracé su mano con mi mano, y sentí el placer de la confidencia, de la unión madre e hijo; un respeto inducido por la mano que me ha visto nacer, me ha criado y me ha educado. Fue un acto de  comunión íntimo y que viví con gran intensidad, como si el tiempo se dilatara. Después,  tras salir de su casa,  reflexioné sobre este momento, y me alegré de haber arriesgado mi mano en busca de la suya. A menudo,  entre padres e hijos no hay señales de cariño, en otros casos, estos son constantes y rutinarios.  Aunque yo soy de naturaleza cariñosa, quizás sería bonita la dosificación de los gestos de cariño entre padres e hijos;  Tal como plantea el gran Robert Bresson en sus films, en los que la aparente sobriedad comunicante de cada escena encierra un silencioso pero constante caudal acumulativo emocional. El sentido del  film contiene  un recorrido hacia el final,  toda  la energía emotiva de los personajes se libera a modo de clímax en la última escena,  y por fin entiendes la dimensión espiritual del film,  lo sientes dentro de ti;  pues así fue, cómo si todo el tiempo que pasó hasta que abracé  la mano de mi madre con la mía representase el cenit de un proceso de pequeñas confidencias y complicidades acumulados desde hace tiempo.