le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Sobre la confianza.





"Toda confianza es peligrosa si no es completa: hay que decirlo todo o callarlo todo"


                                                                                                                          Jean de La Bruyére.

lunes, 7 de diciembre de 2015

La elocuencia de tu silencio.




Desde tu silencio, sé que me amas. Diriges la vista hacia otros lugares;  mientras, yo te observo esperando el encuentro de nuestras miradas.
Ahora ya sé que tú sí que lo sabes; que me has encontrado, lo detecto en tu silencio, que grita cada día con más intensidad. 
Mi desconcierto no era más que el resultado de mi torpeza, mi incapacidad para percibir que un ser puro y sensible  ha venido hacia mí, a mi encuentro, a mi mundo, sin la pretensión de apropiárselo, sino como un amor irreductible que porta un alma incondicional. Perdóname por no haberme dado cuenta antes. Tenía algo grande ante mi:  ese ojo cristalino y brillante,  bañado por sales minerales que definen la película de tus sueños; esos sueños que tu contemplas absorta en tu mirada perdida que todo lo encuentra. No necesitas ver, porque sabes lo que en ti ya existe y yo ignoraba. No me permitas irme de ti. Marquemos el horizonte juntos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

El Panteón de Agripa.



Sin bien los griegos fueron capaces de dotar de gracilidad y sutileza a su arquitectura, los romanos, por su parte, la dotaron de un carácter monumental que estremece los sentidos. Esta arquitectura formada a base de generar vacíos;  de la ausencia de materia como resultado de horadar una masa formada por la trabazón de ladrillo, mortero y broza, conecta con una parte de la sensibilidad que reclama la belleza desde la acción de lo simple, de una cierta rudeza que excita la memoria de lo monumental;   impresiona por su contundencia formal, sobriedad estética y desnudez;   desprovista de revestimientos que oculten la evidencia constructiva, parte constitutiva de su honestidad. En la belleza de la arquitectura romana lo pretencioso no existe;  más allá del pragmatismo de sus construcciones, - traza coherente con espíritu expansivo imperialista -, su carácter inspirador procede, en parte,  de la sabia identificación arquitectónica entre forma y concepto debido a la utilización  de las geometrías puras que el hombre ha identificado en la naturaleza ya desde los griegos.

La geometría, las formas y sus significados primigenios:  

La esfera es la forma más perfecta  que  la naturaleza ha creado, pues es la única que mantiene sus propiedades a lo lardo de toda su superficie, manteniendo su continuidad. La  belleza de lo simple adquiere un significado cercano a lo divino;  astutamente,  los romanos utilizaban las formas puras como la esfera  para crear puente de unión entre el mundo terrenal de los hombres, y el mundo de los dioses que nos observan desde los confines de la bóveda celeste. Hermanas pequeñas de la esfera son el círculo,  la circunferencia,. Invariablemente, todas conservan su carácter radial, lo que significa centralidad en términos arquitectónicos.



El panteón:

Roma, Agosto de 2015. Visité Roma cuando aún no era universitario, ahora, siendo arquitecto, volvía a la ciudad eterna. De todos los monumentos y edificios de Roma, sólo una construcción ha llamado mi a atención sin reducir su poder de evocación y emotividad a lo largo de mi vida; desde la primera vez que lo vi, in situ,  siendo un adolescente, pasando por su estudio en la universidad y el asentamiento espiritual que otorga la madurez. Mi idealización sobre esta construcción se ha mantenido intacta.


Cuatro de Agosto. Un calor sofocante me obligó a consumir varios litros de agua, deambulaba por el coliseo y el  foro;  después de una hora caminando , desemboqué en Piazza Navona. Sabía que me hallaba cerca del Panteón. Después de tantos años de espera, sentía temor por la posibilidad de un súbito desencanto; quizás, todos aquello años de espera se podrían ver dilapidados por una visión decepcionante;  que no sintiera nada especial en mi interior al contemplarlo según penetrase dentro de su enorme cúpula.  Paré a comer en una estrecha callecita flanqueada por fachadas de alto porte, por la que circulaban hordas de turistas; malos presagios. Aquellas multitudes contaminaban el ambiente necesario para visitar mi querido Panteón, que a buen seguro estaría infestado por estos pobladores estacionales; epidérmicos paseantes que transitan por lugares sin intención de percibir el Genius loci, más bien, inmersos en una especie de consumo compulsivo de imágenes, cuyo leitmotiv se basa en la renovación, en la saciedad de la novedad estética, sin más, como la carne roja puesta sobre un plato, dispuesta para ser devorada. 

Para el viajante solitario, la observación de las masas de turistas suscita una doble sensación. Por un lado, apena observar la devaluación espiritual que ha sufrido la actividad turística, la banalización sistemática de todo aquello que es susceptible de ser contemplado por nuestra vista. Sin embargo, aparejado a este sentimiento penoso y triste, casi de rechazo al mundo contemporáneo, surge un regocijo contrapuesto  basado en el placer de sentirse absolutamente aislado de toda una multitud que te rodea, sabedor de que esa agresión estética que uno recibe le hace más fuerte,  reafirmándolo en el privilegio de sentir que la percepción espiritual, desde la humildad,  de todo aquello que nos ha precedido y nos trasciende por cuanto somos herederos, te hace valorar mucho más tu propia singularidad.


Lo que yo no podía imaginar, después de tanto temor a no afrontar el monumento con el ambiente circundante y mood  adecuados, es que sería precisamente el escándalo y el gentío lo que me brindara una de las imágenes más conmovedoras que he sentido, por inesperada, cual epifanía. Ni siquiera esa jornada en la que sabía terminaría en el Panteón, me parecía que fuera un día en el que estuviera especialmente sensible o gustoso por ese tipo de belleza monumental y rotunda. Sthendal, en sus paseos por roma, ya comentaba lo importante que era,  visitando Roma, tras  levantarse por la mañana, y tras un tranquilo desayuno; sentir el tipo de belleza al que uno está susceptible en esa jornada. Ciudades como Roma  brindan la posibilidad de abandonarse a naufragar por sus calles, con el único itinerario que  sugiera el propio instinto; el estado en el que uno se encuentre,  y la sorpresa de lo inesperado que se presente en su paseo irán trazando un placentero viaje , una tournée fresca  y deliciosa, fuera del hastío que genera lo programado.


Después de comer, reinicié mi andadura por las estrechas calles que circundan la zona del Panteón, me imaginaba que terminaría desembocando en la plaza donde se encuentra, pero no conocía el itinerario bien. Tras deambular,  un poco observando el ambiente y lo las fachadas de los edificios, finalmente aparecí en la plaza. Por fin vi el Panteón. Fue gratificante comprobar que siempre te sorprende su gran escala, un imponente cilindro de masa mural, rematado con un casquete como cubierta. La plaza esta infestada de turistas, incluso con los 35 grados y un sol de justicia que todo lo bañaba.

Mi miedo a la decepción se acrecentó al comprobar , una vez me acerque al atrio de entrada, que había filas de a cuatro tanto para penetrar en el templo como para abandonarlo. Literalmente había dos ríos ,dos mareas humanas paralelas que se movían en sentidos opuestos;  era casi en un acto de violación del templo. No podría haber previsto esta exageración jamás. No tenía otro remedio que entrar, ya que estaba ahí, debía penetrar y aunque fuera en esas condiciones tan lamentables para la observación sensible, trataría de sugestionarme de alguna manera. Pues bien; me interné dentro de la marea humana sin ser dueño ya de mi destino,- no había vuelta atrás-, aquella marea avanzaba lenta pero sin pausa. Seguía avanzando ya debajo de la cubierta del atrio, y estaba a escasos 3 metros de entrar en el gran cilindro; pero no tenía tiempo para prepararme, la marea me llevaba en volandas, y mi única tarea era la de tratar de no ser empujado más de la cuenta, rodeado de gentes con ropas de deporte, uniforme del buen turista compulsivo y consumista. Atareado en estas labores tan mundanas, no fui consciente de que ya me estaba internando en el gran cilindro:  de repente, como azar intuitivo, mi vista se fue hacia la cúpula, y cual epifanía se me apareció la maravillosa estampa del ojo - tragaluz del Panteón  sin previo aviso. Tuve un vuelco en el corazón por la belleza de la imagen que me sobrevino de manera tan inesperada y en contraste total con la tarea banal de sobrevivir entre los turistas que me arrastraban.

Eran las 16:00 de la tarde;  en este día soleado de agosto la luz penetraba por el gran tragaluz ovalado. Era la divinidad de los dioses la que se internaba desde lo alto del cielo y bañaba con sus perfectos haces paralelos las paredes internas del templo, haces de luz que doblaban su presencia visual debido a la incipiente polución del aire que poblaba la zona, de manera que la gran presencia de los rayos era realmente estremecedora; me encogió el corazón. No quise penetrar más. Me quedé estacionado y mirando hacia el gran ojo durante varios minutos pudiendo captar  la magnificencia del simbolismo de la arquitectura romana. Un ejemplo maestro,  tan puro y sencillo;   conectar la las tumbas de los grandes emperadores romanos con los Dioses mediante la penetración de la luz desde el cenit, aplicando la geometría radial para su planta.Una verdadera obra maestra de gran sencillez conceptual y potencia sin parangón.


Dentro de la gran planta circular cabían cientos de personas. Observé la geometría interior del casquete esférico de la cúpula. Pude notar que,  así como los griegos variaban sutílmente la inclinación de las columnas del Partenón para corregir la distorsión de la perspectiva, los romanos también utilizaban esta técnica, variando el tamaño de los casetones que conforman la piel interior de le casquete, de manera que las leyes de la perspectiva eran manipuladas y el tamaño del casetonado sufría una distorsión que impedía al observador captar la verdadera escala monumental del volumen interior.  Esta manipulación de la sensación de la escala en el interior del templo puede obeceder,  según mi opinión, a dos motivaciones: 

Si bien los Romanos  tenían muy presente la escala humana en el diseño de sus espacios vivideros con el objetivo de crear una armonía que generase la sensación de comodidad al vivir el espacio, creo que en esta ocasión, dado el carácter divino de la construcción, debemos plantearnos la posibilidad de que el objetivo es casi contrapuesto. Quizás buscaba el desconcierto, porque de facto, eso es lo que uno siente cuando contempla la cúpula y trata de buscar referencias de escala para situarse dentro del espacio y valorarlo. Dado el monumental tamaño real de la cúpula , la manipulación gradual de la escala de los casetones,  según avanza la cúpula radialmente hacia su cenit, genera una turbación, una incapacidad para valorar el volumen real de aire que uno tiene encima de su cabeza, este efecto turbador abunda en la simbología de lo supraterrenal, configurado un espacio de geometría pura y conexión con el otro mundo. Los dioses penetran a través del gran ojo, transportados por la luz , hasta proyectarse contra los muros internos del templo. 




























De la mano.



Apenas un par de semanas antes de conocerla, me estuve fijando en varias parejas que iban de la mano. Las miraba y me quedaba pensando en lo difícil que me parecía que esa situación la viviera yo. Además, podía sentir que varias de esas parejas que iban de la mano, contenían una actitud de protocolo, no había comunión entre ellas, era sólo una convención que arruina la magia del gesto. Otras, aunque pocas, sí  emanaban naturalidad. 
Me decía a mí mismo lo lejos que estaba de vivir una situación en la que yo tuviera pareja y fuera cogido de la mano con ella de forma natural y espontánea. Pues han pasado sólo tres semanas después de este pequeño pensamiento,  y esta situación se ha instalado en el dúo que formamos los dos,  recién conocidos,  recién estrenados en el cultivo de nuestra pasión. A menudo,  cuando paseamos,  reflexiono sobre la pasmosa naturalidad con que le cojo la  mano, le rodeo la cintura con mi brazo, o sitúo suavemente mi antebrazo sobre su hombro. Siento desconcierto,  porque esa situación tan lejana para mi hace unos días, ahora ha venido para instalarse súbitamente, sin avisar;  de manera que los hechos van desfasados con respecto a mi conciencia, que anda unos pasos por detrás de nosotros, mientras caminamos de la mano.