le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

lunes, 27 de octubre de 2014

Hubiera deseado hablar contigo.








Hombre de mediana edad contempla a través del vidrio la marcha de una manifestación en Londres, 1961. Fotografía de Philip Jones Griffiths.




Hubiera deseado charlar contigo, pues tu faz, tu expresión, me es misteriosa.




lunes, 13 de octubre de 2014

Se tiene o no se tiene.







Aguardaba en mi coche a que bajara. Ella debía aparecer visible súbitamente tras un vidrio que arropaba la escalera de bajada del primer piso hasta la calle.


Varios minutos esperando y la certeza de que aparecería bajando por ese tramo de escalera me dio mucho juego para rumiar que tipo de atuendo llevaría. En otro artículo hablé de los sentimientos contradictorios que me suscita la moda y el vestir; por un lado es importante cuidar la imagen, pero por otro, la preocupación por la apariencia siempre tiene esa peligrosa deriva que es la superficialidad. Junto a estas dos vertientes sobre la misma cuestión, me sorprendo a mí mismo siendo consciente de cuánto me afecta cómo vaya vestida una mujer; aquello que se hace llamar estilo o forma de vestir,  en consonancia con una determinada gestualidad, tiene un poder visual sobre mí que me traspasa, haciéndome rehén de voraces sentimientos de placeres estéticos unas veces, y otras convertido en fiscal acusador sobre la falta de feminidad.


Y es que, una cosa es la apariencia, y otra muy distinta es la clase; sin embargo, ambas forman equipo cuando esa  apariencia es un factor integrante de la clase. Si la apariencia es simplemente moda  es una circunstancia, no es estructura, es más bien una envolvente insípida, más o menos vulgar, pero es piel sin mensaje.


La apariencia es sustantiva o parte esencial  cuando tiene que ver con la clase;  me explico: hay un tipo de apariencia que responde a algo que no se puede improvisar y esto tiene que ver con el origen de la persona y la suerte de educación que haya recibido, en último término, también depende de la aportación del individuo debido a su personalidad; excepcionalmente, individuos con un carácter y  personalidad arrolladores, pueden crear una figura alrededor de sí mismos, sin necesidad de una educación heredada.   

La educación  queda definida en el ámbito de las costumbres y usos de comportamientos sociales, así como aquellas convenciones que parten de la educación visual - por imitación familiar- y se manifiestan a través de toda suerte de matices en la gestualidad; desde la cadencia al andar a la gestualidad corporal en el uso de la palabra y la comunicación postural, pléyade casi infinita de pequeños matices de comportamiento aprehendidos casi de forma inconsciente.


Finalmente, ella apareció  tras el cristal bajando las escaleras con cierta prisa,  ya que yo había esperado unos cinco minutos. Entró en el coche, y mi duda, mis ensoñaciones acerca de qué vestimenta le adornaría ya estaban resueltas. La idoneidad estética es patrimonio de esta mujer, lo que llevaba puesto era simplemente perfecto.


Para que una mujer sea elegante no es necesario que lleve extraordinarias telas, de marcas Premium, no. Lo fundamental para que una mujer sea elegante es que aquello que se ponga le defina de manera singular, dándole estilo propio, y que ese estilo tenga un gusto por lo refinado, al menos en mi criterio. Es elegante aquella mujer que ha sabido encontrar un estilo de vestir que se identifica con sí misma, o quizás, ha elaborado un estilo personal de entre el repertorio de estilos que nos da la moda, reformulándolos y dándoles ese toque personal, acoplándolos a su sentido de la estética y el gusto. Si además, la fémina en cuestión es consciente de sus virtudes y debilidades, probablemente siempre sepa encontrar el equilibrio y la armonía. Si la mujer es extraordinariamente atractiva, - como en el caso que me ocupa - , la potenciación de esa elegancia es enorme.


Empezamos a charlar, pronto hubo fluidez en la conversación; recuerdo que durante toda la cena no tuve esta tendencia mía a estar a más de una cosa a la vez;  normalmente,  el entorno siempre me resulta interesante a parte de la conversación que tenga con mi interlocutor. Esto es algo que me reprocho,  no lo puedo evitar, me gusta observar todo lo que me rodea, una especie de necesidad intuitiva por el captar. Pero en esta ocasión, para mi sorpresa, me olvidé de lo que me rodeaba, prestando toda mi atención sin  esfuerzo alguno a la conversación y a las situaciones que íbamos viviendo los dos  según avanzaba la cena. Cierto es que ella estaba mirando a la acera y yo no podía ver a la gente que pasaba, de hecho, ella miró alguna vez a personas que pasaba. Lo dicho, ese descuido hacia el entorno hizo que me relajara y que el tiempo se me pasara más rápido.


Quizás, verla a ella en toda clase de gestos y poses me tenía tan distraído que no tuve tiempo de pensar en nada, además ella conversaba de manera fluida. Recuerdo como a cada gesto su rostro generaba algo diferente; tiene una belleza personal. Sus facciones son marcadas, corresponden a un tipo de belleza que me recuerda a los ideales de estética egipcios, quizás reafirmado por una piel morena y uniforme, sin mácula, una piel con la tersura de una duna de arena oscura.


La forma de reclinarse sobre la silla, la manera en la que coge el cigarro, toda suerte de movimientos con el cuello mientras sonríe ampliamente y de forma casual, aprovecha uno de sus gestos para recolocarse la melena más espectacular que yo he podido contemplar. Concretamente, aquel día, lo tenía muy largo y suelto, pero al mismo tiempo lo llevaba peinado, y la caída de su cabello cortaba la imagen de su rostro como una cascada de agua uniforme. Atesora elegancia y sex apeal , cosa harto difícil de aunar, puesto que a menudo, cierta  elegancia clásica puede caer en la melidrosidad o la ñoñería.


Ya estábamos terminando de cenar, y aún no os he descrito cómo iba vestida, pues bien; iba muy sencilla, y al mismo tiempo era sorprendentemente elegante y atractiva. Esta vez sí que tengo que reconocer como buena la frase de Mies van der Rohe : “menos es más”, es que no era menos, era más - o mejor aún - , era lo justo.


Llevaba un top negro combinado con una falda corta sin ajustar , ambas prendas eran negras y parecían formar una sola pieza; formaban una especie de vestido negro de tela fina que no era marcado, resultaba muy femenino sobre su cuerpo sin resultar excesivamente provocativo. Nada más, eso sí, iba con unas sandalias sin ningún tipo de tacón con motivos metálicos; a mí, dentro de mi ignorancia me recordaba a una sandalia romana o a un complemento griego. Pero no fue hasta casi el final  de la cena cuando, fortuitamente me fijé en su cintura y ahí apareció colocadito un cinturón metálico marcándole la cintura  a juego con las famosas sandalias del mismo material. La guinda;  todo en su sitio, tan sencillo y tan poderosamente estético. No se trata de describir realmente cómo iba vestida, es que era todo muy sencillo y extraordinariamente  armonioso. Es esa sensación de conseguir  lo máximo con tan poco. Es elegante y chic, sin ser super clásico, en definitiva,  es su estilo propio.   

Todo el conjunto jugando al mismo tiempo: su físico, sus gestos, su manera de andar y su forma de vestir todo es uno, es ella, sin afectación, sin imposturas por actitudes preestablecidas por querer dar tal o cual impresión hacia el exterior o hacia la persona que tiene delante.


Definitivamente, qué gusto da no tener que fijarse en lo que lleva puesto una mujer cuando ésta tiene la clase y el estilo; todo es normal porque todo está bien, y esa  armonía hace que sienta una curiosa paz interior siempre que tuviera que esperar la primera imagen a través del cristal de esa escalera en una calle del barrio Arguelles  en Madrid, claro que sí.







miércoles, 8 de octubre de 2014

En el curso del tiempo, 1975, Wim Wenders.






Una vez más, reinician su viaje después de una parada.  Los dos,  amigos o no, van a cualquier sitio, o  a ningún lugar.
En estos acordes, que me abren la imaginación hasta el infinito, no existe límite,  porque todo lo abren y nada cierran jamás: melancolía, paz, quietud, -una sonrisa serena-, con la firme convicción de no esperar nada, o esperarlo todo.
Son, cada vez que resuenan en mi interior, siempre un comienzo hacia la vida, la aventura,  y el vivir por vivir;  tan sencillo como profundo; un camino indeterminado hacia la libertad, o la libertad misma simbolizada en el transito por el camino.


Win Wemders: Hiciste una de las películas más bonitas de la historia del cine. Me has cautivado.



link a la BSO:

https://www.youtube.com/watch?v=NEs2Ntoi6Iw




viernes, 3 de octubre de 2014

Ay..., Grecia, siempre Grecia...






La idílica Grecia.

Cuando nos acordamos de Grecia proyectamos nuestros pensamientos en esa singular pantalla imaginaria que es nuestra memoria, sin la que, por cierto, el hombre no podría haber constituido su identidad, pues es a través del recuerdo como se va formando la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Volviendo a la cuestión Griega, esas imágenes que se perfilan en mi mente alternan paisajes mediterráneos de amplios horizontes y colinas redondeadas pobladas por monte bajo;  con otras,  como la bella Acrópolis  asentada sobre una gran roca caliza horizontal,  a modo de suave manto natural,  donde erigir monumentos de mármoles pentélicos que brillan proyectando ciertos tonos dorados bajo la luz del sol.
Pienso en el ágora y las primeras asambleas; pienso en la Grecia clásica como un lugar idílico en el que el clima siempre te aguarde sereno, una cultura que supo hacer del pensamiento filosófico una virtud, y de la actividad artística una forma de conexión con lo supraterrenal, - con sus dioses - ,  y como no, aparecen en mi memoria las referencias a las  diosas helénicas como la Venus de Milo, o  aquellas muchachas griegas que eran el remedo de las diosas en la tierra, y que caminaban con sus elegantes túnicas por el apacible ambiente cívico de sus ciudades. Estas mujeres de la belleza y la proporcion ya no están entre nosotros, en ellas plasmaban los griegos su elevado gusto por un tipo de belleza fenemina y armoniosa que aún perdura en nuestro ideario estético.







Las diosas griegas del ahora:

Las mujeres con cabezas helénicas del siglo XXI ya no lucen  la clásica trenza griega rodeando la frente, la sustituyen  por una práctica coleta de caballo; pero lo esencial se mantiene, y es el mostrar la armonia de las proporciones de su cabeza y rostro.
Recogen su cabello y lucen su simetría armoniosa; desde su delicada y redondeada barbilla nace una suave linea curva que perfila una mandívula igualmente sutil, finalizando en unas orejas que destacan  por su perfecta proporción; la clave es que el tamaño y la posición de cada parte en la cabeza es armonioso, no hay ningún exceso. La nariz típicamente griega parte casi del entrecejo y de desarrolla recta, los ojos son  grandes y de forma almendrada, la frente no es demasiado despejada puesto que el nacimiento de la melena perfila una curva que enmarca la frente, ayudando a cerrar el perfecto óvalo de la cara en su conjunto.
La simetría entre ambos lados de la cara es total, y la armonia de las partes da como resultado una cara dulce, nada angulosa sino más bien como un canto rodado, todo sutil curva y contención. Quizá lo único que destaca respecto a la armonía de la curva es la nariz recta, como atractivo contrapunto a la imagen general. Todas estas cualidades y otras que uno no sabe explicar ni captar , - auque las sienta - , me producen una agradable emoción a la vista.


Y se soltó la melena.

Tras varios minutos de conversación con aquella muchaha de perfil claramente griego;  le dije, intentando ruborizarla, que ella sabía de su belleza y que por eso llevaba la coleta. Ella,  en una reacción que me sorprendió, me contestó que no, que no la llevaba por eso, y que no tenía ningún  problema en soltarse la melena. Yo, siguiendo su reto, le di la orden ,- pues quítatela - , esperando que ella no tuviera la personalidad para quitarse la coleta ante mi mirada y dejarse el pelo suelto.  Me equivoqué, y en un gesto decidido giró su cuello y empezó a quitarse la coleta con una personalidad fuera de lo común, un garbo y una decisión que me impresionaban; aquella chica me devolvía el reto y no tuvo ningún problema en cambiar su look dejándome contemplar segúndo a segundo el rito femenino de quitarse la coleta con una sensualidad que no esperaba.
Terminó por dejarse el pelo totalmente suelto, permaneciendo inmóvil y me miró fíjamente a los ojos, momento en el cual tuve una intensa sensación doble y enormemente atrayente;  por un lado, el descaro sensual de su acto mas la osadía de mirarme directamente a los ojos; sabedora de que con el pelo suelto adquiría otra dimensíon igualmente atractiva.  El rostro le cambiaba como si se renovara dentro de la misma persona, una nueva imagen impactante .
La segunada lectura simultánea a ese descaro de sensualidad fue la metáfora de su acto de desnudez ;  había cumplido mi deseo sin rechistar, y quedándose finalmente  quieta a la espera de mi juicio,  mostrándose como en una actitud entre sumisa y provocadora muy atractiva. Había colmado mi deseo, simplemente,  porque yo se lo pedí.





















jueves, 2 de octubre de 2014

Albert Camus se asoma.









Buceando por internet, se me presentó esta imagen que desconocía. Me llamó poderosamente la atención porque la primera visualización fue en pequeñito; quiero decir que, si hubiera visto esta foto en grande, quizás el primer vistazo no me hubiera impresionado tanto ya que mi vista podría haberse distraído mirando otras partes secundarias de la composición de esta foto, como los detalles de los edificios etc. Así pues, qué importante es la escala, no sólo en el arte de la arquitectura, sino en cualquier arte visual dado que la relación entre la capacidad de la vista del hombre como referencia y la distancia a la obra en relación a aquella, propiamente varía el significado de la misma, o la cualidad de expresar o suscitar lecturas diferentes de una misma obra.  En referencia a la capacidad de la escala para cambiar los significados de una misma imagen, tenemos en el cine una obra que es referencia en la reflexión sobre esta cualidad, la película es Blow Up, del excepcional Antonioni.


Quizás desde hace unos meses que, de repente, veo una fotografía y se produce en mí una certeza. Es una especie de revelación de interés, me llama tanto la atención que súbitamente sé que esa fotografía tiene un significado especial para mí;  no se trata de que me guste, sino de algo más interno. Tengo la certeza de que esa foto transmite algo singular con lo que conecto y siento la serenidad de esta certeza; es como si la foto me hubiera encontrado a mí, o yo a la foto, como cuando alguna vez una mujer y un hombre se miran por primera vez y  hay una conexión de reconocimiento mutuo que provoca una cesión de confianza recíproca instantánea y total; uno empieza la conversación y a los pocos segundos le has entregado toda la confianza a esa mujer, y ella a ti, y se produce ese milagrito del encontrarse.


Roland Barthes describía aquello que le llamaba la atención de una fotografía como el punctum. Este término viene a significar aquel aspecto de la fotografía que ha conectado con el observador y da significado pleno al conjunto.


En aquel primer vistazo, - que suele ser el más elocuente para uno mismo - , mi punctum se centró en una visión muy clara de que tenía ante mí el concepto de límite espacial del peto reafirmado por la presencia del personaje en ese punto de la composición, así,  personaje y límite reflejan un estado excepcional: si el personaje se sitúa en un límite geométrico – espacial de la composición, automáticamente queda absorbido por aquel, y pasa a transmitir un estado de intensidad. En este caso, el personaje,  - para mayor turbación - , mantiene una actitud ambigua que se sitúa entre el pensamiento reflexivo y la mirada curiosa a alguna situación que tiene lugar en la calle.  Sostiene un cigarro como gesto de cotidianidad, pero por otro lado podemos ver la intensidad de su mirada, que no sólo muestra interés, sino un tipo de reflexión característica de una actitud entre contemplativa y meditabunda.


La riqueza de su pose y actitud es excepcional. Obsérvese como la anchura de la albardilla sobre la que nuestro personaje se apoya tiene  la misma presencia en términos de escala relativa con respecto al ancho de la calle; Albert Camus, se encuentra situado literalmente encima de una albardilla,  que es también una calle por traslación, y aquí tenemos otra metáfora que nos brinda la composición. Soy de la convicción de que la emoción que nos suscita una fotografía o una pintura – una obra de arte visual - viene determinada por una serie de variables de este tipo, la cuales, a menudo quedan sin identificar.


La situación de observador del entorno  desde un punto en lo alto incide sobre la capacidad del personaje para observar lo que le rodea; una situación superioridad que contrasta con el entorno nada ampuloso; no se hace necesario establecer un contexto rico en significados que lo refuercen; la calle y la terraza son de los más corrientes y ordinarias, pero no deja de estar en un balcón, encima de todos…. 


¿Y el libro?; más bien parece un cuaderno de apuntes, y sospecho que el fotógrafo quería verlo ahí..., pero no hacia falta,  ¿ verdad Albert?.