Aguardaba en mi coche a que
bajara. Ella debía aparecer visible súbitamente tras un vidrio que arropaba la
escalera de bajada del primer piso hasta la calle.
Varios minutos esperando y la
certeza de que aparecería bajando por ese tramo de escalera me dio mucho juego
para rumiar que tipo de atuendo llevaría. En otro artículo hablé de los
sentimientos contradictorios que me suscita la moda y el vestir; por un lado es
importante cuidar la imagen, pero por otro, la preocupación por la apariencia siempre
tiene esa peligrosa deriva que es la superficialidad. Junto a estas dos
vertientes sobre la misma cuestión, me sorprendo a mí mismo siendo consciente
de cuánto me afecta cómo vaya vestida una mujer; aquello que se hace llamar
estilo o forma de vestir, en consonancia
con una determinada gestualidad, tiene un poder visual sobre mí que me
traspasa, haciéndome rehén de voraces sentimientos de placeres estéticos unas veces,
y otras convertido en fiscal acusador sobre la falta de feminidad.
Y es que, una cosa es la
apariencia, y otra muy distinta es la clase; sin embargo, ambas forman equipo cuando
esa apariencia es un factor integrante
de la clase. Si la apariencia es simplemente moda es una circunstancia, no es estructura, es
más bien una envolvente insípida, más o menos vulgar, pero es piel sin mensaje.
La apariencia es sustantiva o
parte esencial cuando tiene que ver con
la clase; me explico: hay un tipo de
apariencia que responde a algo que no se puede improvisar y esto tiene que ver
con el origen de la persona y la suerte de educación que haya recibido, en
último término, también depende de la aportación del individuo debido a su
personalidad; excepcionalmente, individuos con un carácter y personalidad arrolladores, pueden crear una
figura alrededor de sí mismos, sin necesidad de una educación heredada.
La educación queda definida en el ámbito de las costumbres
y usos de comportamientos sociales, así como aquellas convenciones que parten
de la educación visual - por imitación familiar- y se manifiestan a través de
toda suerte de matices en la gestualidad; desde la cadencia al andar a la
gestualidad corporal en el uso de la palabra y la comunicación postural, pléyade
casi infinita de pequeños matices de comportamiento aprehendidos casi de forma
inconsciente.
Finalmente, ella apareció tras el cristal bajando las escaleras con
cierta prisa, ya que yo había esperado
unos cinco minutos. Entró en el coche, y mi duda, mis ensoñaciones acerca de
qué vestimenta le adornaría ya estaban resueltas. La idoneidad estética es
patrimonio de esta mujer, lo que llevaba puesto era simplemente perfecto.
Para que una mujer sea elegante
no es necesario que lleve extraordinarias telas, de marcas Premium, no. Lo
fundamental para que una mujer sea elegante es que aquello que se ponga le
defina de manera singular, dándole estilo propio, y que ese estilo tenga un gusto por lo refinado, al menos en mi criterio. Es elegante aquella mujer que
ha sabido encontrar un estilo de vestir que se identifica con sí misma, o
quizás, ha elaborado un estilo personal de entre el repertorio de estilos que
nos da la moda, reformulándolos y dándoles ese toque personal, acoplándolos a
su sentido de la estética y el gusto. Si además, la fémina en cuestión es
consciente de sus virtudes y debilidades, probablemente siempre sepa encontrar
el equilibrio y la armonía. Si la mujer es extraordinariamente atractiva, -
como en el caso que me ocupa - , la potenciación de esa elegancia es enorme.
Empezamos a charlar, pronto hubo
fluidez en la conversación; recuerdo que durante toda la cena no tuve esta
tendencia mía a estar a más de una cosa a la vez; normalmente, el entorno siempre me resulta interesante a
parte de la conversación que tenga con mi interlocutor. Esto es algo que me
reprocho, no lo puedo evitar, me gusta observar todo lo que me rodea,
una especie de necesidad intuitiva por el captar. Pero en esta ocasión, para mi
sorpresa, me olvidé de lo que me rodeaba, prestando toda mi atención sin esfuerzo alguno a la conversación y a las
situaciones que íbamos viviendo los dos según avanzaba la cena. Cierto es que ella
estaba mirando a la acera y yo no podía ver a la gente que pasaba, de hecho,
ella miró alguna vez a personas que pasaba. Lo dicho, ese descuido hacia el
entorno hizo que me relajara y que el tiempo se me pasara más rápido.
Quizás, verla a ella en toda
clase de gestos y poses me tenía tan distraído que no tuve tiempo de pensar en
nada, además ella conversaba de manera fluida. Recuerdo como a cada gesto su
rostro generaba algo diferente; tiene una belleza personal. Sus facciones son
marcadas, corresponden a un tipo de
belleza que me recuerda a los ideales de estética egipcios, quizás reafirmado
por una piel morena y uniforme, sin mácula, una piel con la tersura de una duna
de arena oscura.
La forma de reclinarse sobre la
silla, la manera en la que coge el cigarro, toda suerte de movimientos con el
cuello mientras sonríe ampliamente y de forma casual, aprovecha uno de sus
gestos para recolocarse la melena más espectacular que yo he podido contemplar.
Concretamente, aquel día, lo tenía muy largo y suelto, pero al mismo tiempo lo
llevaba peinado, y la caída de su cabello cortaba la imagen de su rostro como una
cascada de agua uniforme. Atesora elegancia y sex apeal , cosa harto difícil de
aunar, puesto que a menudo, cierta elegancia clásica puede caer en la melidrosidad
o la ñoñería.
Ya estábamos terminando de cenar,
y aún no os he descrito cómo iba vestida, pues bien; iba muy sencilla, y al
mismo tiempo era sorprendentemente elegante y atractiva. Esta vez sí que tengo que reconocer
como buena la frase de Mies van der Rohe : “menos es más”, es que no era menos, era más - o mejor aún - , era lo
justo.
Llevaba un top negro combinado
con una falda corta sin ajustar , ambas prendas eran negras y parecían formar una sola pieza; formaban una
especie de vestido negro de tela fina que no era marcado, resultaba muy
femenino sobre su cuerpo sin resultar excesivamente provocativo. Nada más, eso
sí, iba con unas sandalias sin ningún tipo de tacón con motivos metálicos; a
mí, dentro de mi ignorancia me recordaba a una sandalia romana o a un
complemento griego. Pero no fue hasta casi el final de la cena cuando, fortuitamente me fijé en su
cintura y ahí apareció colocadito un cinturón metálico marcándole la cintura a juego con las famosas sandalias del mismo
material. La guinda; todo en su sitio,
tan sencillo y tan poderosamente estético. No se trata de describir realmente
cómo iba vestida, es que era todo muy sencillo y extraordinariamente armonioso. Es esa sensación de conseguir lo máximo con tan poco. Es elegante y chic,
sin ser super clásico, en definitiva, es su estilo propio.
Todo el conjunto jugando al mismo tiempo: su
físico, sus gestos, su manera de andar y su forma de vestir todo es uno, es
ella, sin afectación, sin imposturas por actitudes preestablecidas por querer dar
tal o cual impresión hacia el exterior o hacia la persona que tiene delante.
Definitivamente, qué gusto da no
tener que fijarse en lo que lleva puesto una mujer cuando ésta tiene la clase y
el estilo; todo es normal porque todo está bien, y esa armonía hace que sienta una curiosa paz
interior siempre que tuviera que esperar la primera imagen a través del
cristal de esa escalera en una calle del barrio Arguelles en Madrid, claro que sí.