le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

lunes, 13 de octubre de 2014

Se tiene o no se tiene.







Aguardaba en mi coche a que bajara. Ella debía aparecer visible súbitamente tras un vidrio que arropaba la escalera de bajada del primer piso hasta la calle.


Varios minutos esperando y la certeza de que aparecería bajando por ese tramo de escalera me dio mucho juego para rumiar que tipo de atuendo llevaría. En otro artículo hablé de los sentimientos contradictorios que me suscita la moda y el vestir; por un lado es importante cuidar la imagen, pero por otro, la preocupación por la apariencia siempre tiene esa peligrosa deriva que es la superficialidad. Junto a estas dos vertientes sobre la misma cuestión, me sorprendo a mí mismo siendo consciente de cuánto me afecta cómo vaya vestida una mujer; aquello que se hace llamar estilo o forma de vestir,  en consonancia con una determinada gestualidad, tiene un poder visual sobre mí que me traspasa, haciéndome rehén de voraces sentimientos de placeres estéticos unas veces, y otras convertido en fiscal acusador sobre la falta de feminidad.


Y es que, una cosa es la apariencia, y otra muy distinta es la clase; sin embargo, ambas forman equipo cuando esa  apariencia es un factor integrante de la clase. Si la apariencia es simplemente moda  es una circunstancia, no es estructura, es más bien una envolvente insípida, más o menos vulgar, pero es piel sin mensaje.


La apariencia es sustantiva o parte esencial  cuando tiene que ver con la clase;  me explico: hay un tipo de apariencia que responde a algo que no se puede improvisar y esto tiene que ver con el origen de la persona y la suerte de educación que haya recibido, en último término, también depende de la aportación del individuo debido a su personalidad; excepcionalmente, individuos con un carácter y  personalidad arrolladores, pueden crear una figura alrededor de sí mismos, sin necesidad de una educación heredada.   

La educación  queda definida en el ámbito de las costumbres y usos de comportamientos sociales, así como aquellas convenciones que parten de la educación visual - por imitación familiar- y se manifiestan a través de toda suerte de matices en la gestualidad; desde la cadencia al andar a la gestualidad corporal en el uso de la palabra y la comunicación postural, pléyade casi infinita de pequeños matices de comportamiento aprehendidos casi de forma inconsciente.


Finalmente, ella apareció  tras el cristal bajando las escaleras con cierta prisa,  ya que yo había esperado unos cinco minutos. Entró en el coche, y mi duda, mis ensoñaciones acerca de qué vestimenta le adornaría ya estaban resueltas. La idoneidad estética es patrimonio de esta mujer, lo que llevaba puesto era simplemente perfecto.


Para que una mujer sea elegante no es necesario que lleve extraordinarias telas, de marcas Premium, no. Lo fundamental para que una mujer sea elegante es que aquello que se ponga le defina de manera singular, dándole estilo propio, y que ese estilo tenga un gusto por lo refinado, al menos en mi criterio. Es elegante aquella mujer que ha sabido encontrar un estilo de vestir que se identifica con sí misma, o quizás, ha elaborado un estilo personal de entre el repertorio de estilos que nos da la moda, reformulándolos y dándoles ese toque personal, acoplándolos a su sentido de la estética y el gusto. Si además, la fémina en cuestión es consciente de sus virtudes y debilidades, probablemente siempre sepa encontrar el equilibrio y la armonía. Si la mujer es extraordinariamente atractiva, - como en el caso que me ocupa - , la potenciación de esa elegancia es enorme.


Empezamos a charlar, pronto hubo fluidez en la conversación; recuerdo que durante toda la cena no tuve esta tendencia mía a estar a más de una cosa a la vez;  normalmente,  el entorno siempre me resulta interesante a parte de la conversación que tenga con mi interlocutor. Esto es algo que me reprocho,  no lo puedo evitar, me gusta observar todo lo que me rodea, una especie de necesidad intuitiva por el captar. Pero en esta ocasión, para mi sorpresa, me olvidé de lo que me rodeaba, prestando toda mi atención sin  esfuerzo alguno a la conversación y a las situaciones que íbamos viviendo los dos  según avanzaba la cena. Cierto es que ella estaba mirando a la acera y yo no podía ver a la gente que pasaba, de hecho, ella miró alguna vez a personas que pasaba. Lo dicho, ese descuido hacia el entorno hizo que me relajara y que el tiempo se me pasara más rápido.


Quizás, verla a ella en toda clase de gestos y poses me tenía tan distraído que no tuve tiempo de pensar en nada, además ella conversaba de manera fluida. Recuerdo como a cada gesto su rostro generaba algo diferente; tiene una belleza personal. Sus facciones son marcadas, corresponden a un tipo de belleza que me recuerda a los ideales de estética egipcios, quizás reafirmado por una piel morena y uniforme, sin mácula, una piel con la tersura de una duna de arena oscura.


La forma de reclinarse sobre la silla, la manera en la que coge el cigarro, toda suerte de movimientos con el cuello mientras sonríe ampliamente y de forma casual, aprovecha uno de sus gestos para recolocarse la melena más espectacular que yo he podido contemplar. Concretamente, aquel día, lo tenía muy largo y suelto, pero al mismo tiempo lo llevaba peinado, y la caída de su cabello cortaba la imagen de su rostro como una cascada de agua uniforme. Atesora elegancia y sex apeal , cosa harto difícil de aunar, puesto que a menudo, cierta  elegancia clásica puede caer en la melidrosidad o la ñoñería.


Ya estábamos terminando de cenar, y aún no os he descrito cómo iba vestida, pues bien; iba muy sencilla, y al mismo tiempo era sorprendentemente elegante y atractiva. Esta vez sí que tengo que reconocer como buena la frase de Mies van der Rohe : “menos es más”, es que no era menos, era más - o mejor aún - , era lo justo.


Llevaba un top negro combinado con una falda corta sin ajustar , ambas prendas eran negras y parecían formar una sola pieza; formaban una especie de vestido negro de tela fina que no era marcado, resultaba muy femenino sobre su cuerpo sin resultar excesivamente provocativo. Nada más, eso sí, iba con unas sandalias sin ningún tipo de tacón con motivos metálicos; a mí, dentro de mi ignorancia me recordaba a una sandalia romana o a un complemento griego. Pero no fue hasta casi el final  de la cena cuando, fortuitamente me fijé en su cintura y ahí apareció colocadito un cinturón metálico marcándole la cintura  a juego con las famosas sandalias del mismo material. La guinda;  todo en su sitio, tan sencillo y tan poderosamente estético. No se trata de describir realmente cómo iba vestida, es que era todo muy sencillo y extraordinariamente  armonioso. Es esa sensación de conseguir  lo máximo con tan poco. Es elegante y chic, sin ser super clásico, en definitiva,  es su estilo propio.   

Todo el conjunto jugando al mismo tiempo: su físico, sus gestos, su manera de andar y su forma de vestir todo es uno, es ella, sin afectación, sin imposturas por actitudes preestablecidas por querer dar tal o cual impresión hacia el exterior o hacia la persona que tiene delante.


Definitivamente, qué gusto da no tener que fijarse en lo que lleva puesto una mujer cuando ésta tiene la clase y el estilo; todo es normal porque todo está bien, y esa  armonía hace que sienta una curiosa paz interior siempre que tuviera que esperar la primera imagen a través del cristal de esa escalera en una calle del barrio Arguelles  en Madrid, claro que sí.