le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

jueves, 29 de diciembre de 2016

El pichi de Capucine.





Aquel sábado de invierno, Horacio debía asistir a dos cumpleaños distintos de sendas Micaelas; anda ya la casualidad. Las dos el mismo día, y en horas casi coincidentes, decidieron que debían celebrar sus onomásticas. Horacio se encontraba indispuesto por las idas y venidas de un incómodo catarro con constante propensión febril

Mientras  alojaba un pañuelo azul de seda italiana en el bolsillo de su blazer, se preguntaba,  si la inconveniencia de asistir a dos eventos en una sola noche,  no terminaría por quebrar su maltrecha salud, que tanto le había minado su ánimo, y entristecido sutilmente algunos rasgos de  su faz en esos días.

Salió de casa con cierto retraso, -algo que solía provocar intencionadamente,  para activarse a través de la euforia que inducen las prisas, al obligarse a ser puntual -   .Así de escrupuloso y estricto era Horacio en este asunto; en contraste con esas personas que sienten  en la espera de los demás  un sutil regusto vanidoso,  casi inconsciente.

Apenas media hora faltaba para la cita con el primer cumpleaños de la noche, y  no tenía regalo alguno en su poder. Ciertamente,  se planteó colaborar en la cuenta que alguien creo en internet para un regalo común,   pero justo el día de antes almorzó con su madre, la cual quedó asombrada cuando Horacio le mencionó la posibilidad de tan curiosa forma moderna de regalar. Terminó por espetar: “es horrible,  hijo;  regalar es, más que cualquier otra cosa, el tiempo empleado en buscar un regalo para la persona; es una ofrenda de pensamiento y de tiempo personal que uno entrega al cumpleañero figuradamente, al ir a buscarlo”.

Su madre, con aquella reflexión, le indujo a pensar  que el rito del regalo conjunto, tan en boga últimamente, se servía del ardid de camuflar la falta de interés personal hacia el cumpleañero, bajo el propósito loable de juntar los montantes de dinero para satisfacer, - bajo un regalo común - ,  un regalo caro que el cumpleañero ambicionara.

Alzó las solapas de su blazer para aplacar el frío nada más salir a la calle desde el portal; quizás también algo por estética, pues llevar las solapas del cuello elevadas, confiere un aire elegante y bohemio, incluso un cierto tono desafiante a lo James Dean. Tomó la calle Moreto camino abajo;  a su paso por la trattoria saludó a Gabrielle,  un camarero animoso y siempre de buen humor; es un chico despierto y muy ambicioso. Cuando se conocieron una noche en que Horacio fue a cenar allí solo, Gabrielle se mostró eufórico con su reciente llegada a Madrid,  proveniente de  Milán.  Horacio quedó impresionado por la forma en que el joven italiano mostraba un optimismo por el cual,  aseguraba que iba a conseguir un trabajo estupendo, mejor que el que acababa de conseguir de camarero. 

El chico destilaba esa fuerza del joven que llega a una ciudad desconocida y está dispuesto a comerse el mundo. En el transcurso del rato en que el entusiasta joven se expresaba con una mirada brillante e intensa, -con gestos de gran seguridad y convicción acerca de sus proyectos futuros - , Horacio,  los dedicaba en parte a enternecerse, pensando en si lo que realmente daba fuerza a este chico era su ingenuidad, esa fuerza del que nada tiene y nada ha experimentado. Es la fuerza de los jóvenes que pueden llegar a lograr grandes conquistas debido a la potencia que les da el desconocimiento de las arduas barreras que aparecerán en su camino.  

Horacio consignó el propósito de ir observando la evolución del chico en los meses siguientes para averiguar si su fuerza bebía del poder de la ingenuidad,  o si,  por el contrario, Gabrielle tenía un poder vital fuera de lo común; en cualquiera de los casos, sólo el escucharle, ya provocaba tal estado de sugestión sobre Horacio, que sentía un fortalecimiento revitalizante de las fibras que se encuentran en capas ya algo aletargadas por la acción implacable que ejercen las desilusiones del tiempo,  y que la voz animosa y llena de esperanza de Gabrielle,  lograban hacer reverberar de nuevo,  como si anhelaran volver a la vida.

En pocos minutos cerraba la lujosa tienda que Carolina Herrera tiene en la calle Serrano. Tenía en mente esos complementos que las grandes tiendas de lujo  ofrecen a sus clientes a precios moderados; lo que supone acceder a algo exquisito, -aunque sea un pequeño llavero de cuero-, a precios asequibles, manteniendo la categoría de detalle de lujoso.. 

Por la experiencia que adquirió en otras ocasiones al comprar detalles para conocidos y familiares, sabía que una vez elegido el regalo, el personal de la tienda se afanaba con delicado mimo en la preparación del envoltorio; algo característico de la firma,  ya fuera un discreto artículo o un gran abrigo. Horacio no se sintió importunado por la ya tradicional espera; muy al contrario,  lo consideraba como un sutil  agasajamiento al cliente,  y ello le permitía deambular por  los elegantes espacios de la tienda,  abandonándose a la placentera observación del lujo y decoración exquisitos de sus anchos pasillos y amplias estancias,  sin el temor latente a ser abordado por el inexperto ímpetu de algún vendedor que pudiera quebrar la serenidad de su contemplación.

En otras ocasiones, se dejó maravillar por efecto embriagador de la visión distraída del conjunto de estímulos,  dejando que penetraran por sus sentidos sin codificarlos,  por propia voluntad,  como un torrente que todo colma; pero esta vez,  decidió que ya era hora de tomarse un tiempo de atención más profundo,  y tratar de entender los criterios estéticos que daban forma a la arquitectura interior de aquellos cálidos espacios. 

La particularidad de que fueran dos regalos,  - y no uno,  como habitualmente -, le dio más tranquilidad para,  por fin, poder recorrer todas las estancias una a una; las cuales estaban conectadas por anchos pasillos, o bien se solapaban imbricándose,  formando regias estancias de geometrías regulares. La gran altura de los techos,  - o cota baja de los suelos-, como irónicamente le recriminaba el actor Albert Finney a una señora que profirió tal comentario, admirada por la envergadura que tenían los espacios de la moderna casa del personaje de Arquitecto que Finney encarnaba en la película “Dos en la carretera”, dotaban a las salas de la tienda de un porte majestuoso. Ello constituía un motivo rector del proyecto de decoración, pues era claramente perceptible a los ojos de de Horacio, la repetitiva utilización de esbeltos paneles rectangulares paralelos a las paredes,  que remarcaban la monumentalidad de la altura de las estancias;  todos estaban mínimamente destacados respecto a los paramentos verticales,  evidenciando sutilmente su independencia;  dichos elementos rectangulares, estaban forrados enteramente por espejos de una pieza , -del suelo hasta el techo-,  y podían rotar sobre el eje vertical,   de manera que el efecto de agrandamiento del espacio podía ser cambiante según se variara el ángulo de posición de paneles;  siempre girando en márgenes de angulación aguda, sensiblemente paralelos a la directriz marcada por los muros de los pasillos o estancias a los que obedecía el ser de su ubicación.

Los paneles flanqueaban, a su vez, unos aparadores con cajoneras y estanterías donde los objetos ocupaban cavidades que guardaban proporción armoniosa con los tamaños y formas de los objetos, - cada uno iluminado por un solo foco -,  generando un efecto  de refinamiento y compensada composición,  que inducia a pararse en cada uno; lejos del efecto vulgar de los mostradores de otras tiendas, en los que se apilan los productos como en un bazar. Horacio quedó prendado por varios fulares de seda, y tras acariciarse las yemas de los dedos,  rehundiéndolos entre tan tersos paños,  dirigió la mirada hacia el final de otra estancia,  donde advirtió una decoración menos solemne que en las estancias que había recorrido; una gama de colores vivos, azules y rojos, parecían enmarcar las estanterías de madera ocre oscuro, resaltando las aristas , y formando bellas grecas luminosas. 

Se dispuso a atravesar la estancia,  cuando,  un instante antes de girar para entrar,  posó con sumo cuidado una mano sobre la jamba del gran pórtico de entrada;  con una  quietud inesperada, - como si se pudiera encontrar algo incómodo, algo que no sabía lo que podía ser; y ese mismo temor sordo,  quebró ligeramente la discreta placidez que gobernó sus pasos en las estancias anteriores -  ; sobreviniéndole un estado de timidez que caracteriza a las personas prudentes,  cuando intuyen que pueden estar rebasando el límite que deja detrás lo público,  para adentrarse en espacios más íntimos,  acaso estancias privadas de los empleados. Quizás fuera ese el origen de su temor,   como pasa a menudo en las grandes villas,  en las que el invitado,  aun estando unido mediante fuertes lazos de amistad con el anfitrión, le puede resultar embarazoso perderse por estancias con la involuntariedad que sufre el que desconoce los insospechados matices de los órdenes de privacidad que cada cual confiere a sus propias casas, -con el poder que da la consciencia sobre la total la propiedad de un bien- ,  y que, en caso extremo, puede canalizar pasiones ocultas que el propietario no pueda proyectar en otros ámbitos.


Micaela, de origen francés, había alquilado un  apartamento diáfano en una zona propia de de extranjeros que quieren sentir el pálpito propio de la ciudad ,  y no les pertenece












viernes, 16 de diciembre de 2016

Proust.




Y cuando llegó la hora del correo, me dije como todas las noches; me dirá que no ha dejado de quererme ni un momento, explicándome la razones que haya tenido para ocultármelo hasta aquí, y por qué ha fingido que se alegraba de no verme, y cual motivo tuvo para adoptar la apariencia de la Gilberta camarada de juego.
Todas las noches me complacía en imaginarme la carta esa; se me figuraba que la estaba leyendo, me la recitaba frase a frase. De pronto me paré, asustado. Acababa de ocurrírseme que si tenia carta de Gilberta no podía ser aquella que yo me recitaba, porque esa era una invención mía. y desde entonces procuré desviar mi pensamiento de las palabras que me habría gustado que me escribiera, temeroso de que esas frases, que eran cabalmente las más deseadas, las más queridas de todas, se vieran excluidas del campo de las realizaciones posibles, por haberlas enunciado yo. Y si,  con inverosímil coincidencia, esa carta que yo había compuesto hubiera sido la que Gilberta me escribiera, el reconocer mi propia obra, no habría tenido la impresión de recibir una cosa que no salía de mí, real, nueva, una dicha exterior a mi espíritu, independiente d mi voluntad, don verdadero del amor.

Marcel Proust. 

En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann.


Este párrafo puede servir como ejemplo de otros. Proust, manifiesta un deseo,  para una vez se ha regocijado en la posibilidad de su consecución, súbitamente, llega al punto de colmatación sensible,  por la cual, la consideración de alcanzar dicho anhelo, le produce vértigo. Y encuentra cierto regocijo masoquista  en dicho temor; con la particularidad, - en el caso que presento- ,  de que si el deseo coincide no sólo en el fondo,  sino sobretodo en la forma de las palabras que Gilberta exprese para reconocer su hasta entonces fingida indiferencia, no será cosa otra que el reflejo de sí mismo, con lo que da una vuelta de tuerca más para incidir en la condición independiente del amor con respecto al individuo, y que sus deseos no son más que divagaciones de un alma deseoso de ser amado, pero en el que el amor no ha elegido morar.








jueves, 15 de diciembre de 2016

La experiencia.



Sobre cómo aquello que denominamos nuestra experiencia, - resultado en parte, del conocimiento de la vida a través de la observación del mundo -,  nos dota de una interpretación sobre la realidad del mundo que,  lejos de converger hacia una visión más objetiva; es,  en realidad, únicamente la búsqueda de aquellas interpretaciones que se acomodan a nuestro condicionamiento genético,  herencia social,  gusto y sensibilidad. Si embargo, esta distorsión connatural que acompaña la reafirmación de la identidad,  se atenúa en individuos que hallan fascinación e intensidad vital en un plano fuera de la búsqueda inconsciente del reflejo de sí mismos en el mundo que les rodea; aquel plano,  donde el hecho mismo de observar el entorno, conforma un pilar de sus vidas, como una verdadera vocación.




jueves, 1 de diciembre de 2016

Entre la indiferencia fingida, o la dulzura de la confesión.



"Indudablemente, los motivos que me inspiraban  tanta impaciencia por verla habría tenido mayor imperio sobre un hombre maduro, porque, ya más enterados de la vida, nos ocurre que tenemos más habilidad para cultivar nuestros placeres y nos contentamos con  el placer de pensar en una mujer tal como yo pensaba en Gilberta, sin preocuparnos de averiguar si esa imagen corresponde o no a la realidad, y con el de amarla sin necesidad de estar seguro que ella nos ama; o renunciamos al placer de confesarla la inclinación que hacia ella sentimos con objeto de mantener más viva la inclinación que ella siente hacia nosotros, a imitación de esos jardineros japoneses que, para obtener una flor más hermosa, sacrifica otras varias. Pero en aquella época en que estaba enamorado de Gilberta, creía yo que el amor existe realmente fuera de nosotros y que sin permitirnos, a lo sumo, que apartar unos cuantos obstáculos,  ofrecía sus venturas en orden que nosotros no podíamos cambiar en lo más mínimo;  y me parecía que de habérseme ocurrido sustituir la dulzura de la confesión por la simulación de la indiferencia, no sólo me habría privado de una de las alegrías que más me ilusionaron, sino que me fabricaría a mi antojo un amor ficticio y sin valor, sin comunicación con la verdad y cuyos misteriosos y preexistentes senderos no me atraerían."


Marcel Proust. 

En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann.