La lealtad es una virtud que desarrolla nuestra
conciencia, su desarrollo nos hace emerger como una persona más evolucionada.
Es un valor que tiene su origen en el propio
convencimiento de establecer una trayectoria vital concreta, es un valor que
surge primero en el interior del ser, en su personalidad. No es un deber para con el
otro, la lealtad es antes que nada una manifestación de la propia
estimación de uno mismo, es decir, ¿hasta dónde quiero llegar yo, en cuanto a
mí mismo?.
Por lo tanto, la condición indispensable para ser
leal a otra persona pasa por ser leal a los principios de uno mismo, o mejor
dicho.., el establecer la lealtad como principio rector individual o personal
hacia nosotros mismos, después, como resultado de esta determinación surge la
proyección de ese concepto hacia el exterior…, y tiene uno de sus terrenos de
abono en la amistad.
La amistad tiene como principio rector
fundamental la lealtad mutua, sin esta
cualidad, la amistad no se ve representada en su faceta más profunda o su máxima
expresión. Las personas que cultivan este valor consiguen poner de manifiesto
una de las cualidades más hermosas del ser humano.
La lealtad ni siquiera necesita de la amistad para
manifestarse como “acto de humanidad”, a lo largo de la historia hemos visto
grandes actos de unas personas hacia otras sin la necesidad de una amistad previa,
es más bien una actitud personal hacia uno mismo y como consecuencia ante la
vida. No obstante, una de las manifestaciones de la
amistad con base en la lealtad es la cualidad de proyectar “humanidad” o hacer
“actos de humanidad”… y por esta cualidad asociada… he escrito este post. Me ha
parecido ver esta noble cualidad en una conmovedora escena de la película: “Hasta el último aliento”, 1966, del director francés Jean
Pierre Melville.
LLegados a este punto, le invito a visionar la escana antes de seguir leyendo:
La película comienza mostrando el último tramo de la
huida de tres presos en una cárcel, en este proceso final de la escapada uno de
los presos muere, quedan dos que
finalmente logran burlar la seguridad y comienzan a correr bosque a través…
cuando aparece en la escena un tren al cual ambos se van a subir para acelerar
su huida.
Es en este último tramo de la escena cuando sucede algo que realmente me ha conmovido, y lo he percibido así tanto por la acción que se produce , esto es, el acto de humanidad que queda ahí reflejado, y la admiración que me transmite el hecho de contemplar que ese acto de humanidad el protagonista lo hace y punto, sin ni siquiera advertirle de ello a su compañero, no es necesario, es decir, no se recrea en dicho acto, lo hace porque es una muestra más de la coherencia personal en relación al origen de este acto: la propia estimación de sí mismo y el consecuente desarrollo del principio de lealtad en el marco de la amistad en este caso.
Por si hay dudas, el estimarse a uno mismo no tiene un sentido asociado de alter ego, el sentido de este término en el contexto que aludo tiene que ver con la fidelidad para con uno mismo, y por esa fidelidad se concluye que el individuo se estima, sobrentendiendo que esas convicciones sean para el bien general, dado que le otorgo al protagonista una intención de obrar de acuerdo a la consecución del bien ajeno y propio. Por contra, el individuo que traiciona sus convicciones se desprecia a sí mismo de algún modo. Evidentemente esto es una reflexión en el plano filosófico, aplicable a cada uno de nosotros con la precaución de saber que en la vida intervienen factores que nos pueden hacer actuar con variaciones a nuestras convicciones, cometiendo pequeñas traiciones personales. Pero lo importante es seguir una línea…, y eso sí que es permeable al juicio de los demás.
La película empieza
sin audio y con esta frase escrita:
“En su nacimiento, al hombre se
le concede un único derecho: la elección de su propia muerte. Pero si esta
elección está dominada por la repugnancia por la vida, entonces su existencia
habrá sido puramente ridícula.”
Ya el director
contextualiza el film, al menos da una idea de lo que el director va a contar en esta
película e indica que no es sólo una película de delincuentes mafiosos, tiene
un trasfondo.
Esta escena es una obra maestra por varios motivos,
primero el empezar con una acción tan intensa, la escapada sin rodeos mete al
espectador en materia desde el inicio, ¡no hay luz!, sólo se adivinan las
siluetas de los presos: ¡es noche
cerrada!, totalmente intencionado.
Pero esa escapada es el final que da paso a otro inicio:
la película en sí, ésta tiene su comienzo con un travelling acompañando a la
carrera de los dos fugitivos sobre el bosque pero con la particularidad del
dinamismo que le da el hecho de que entre el plano de los fugitivos y el plano
de la cámara estén los arboles como plano intermedio, esto además hace meter al
espectador en la huida, estar dentro del bosque, si el director opta únicamente
por situar la cámara en el plano de los dos fugitivos perderíamos el dramatismo
de la sensación de estar dentro del bosque,”la angustia de la huida”. Por otro
lado, Jean Pierre melville tiene la
elegancia de aprovechar este proceso para presentar los títulos de crédito…
En el siguiente plano se ve a ellos dos agazapándose..,
nos ha avisado un poco antes el sonido del tren…, pero no lo vemos hasta la
toma siguiente. Podría haberlo hecho a la inversa: haber enseñado el tren junto
con su sonido y después pasar a la imagen de ellos dos tumbándose…, pero no, es
más dramático el que el espectador sólo oiga el tren primeramente e interactúe
con los actores en el motivo de su acción de tumbarse.
Ya ha pasado la locomotora y se disponen a correr
para subirse en un vagón de mercancías. El más joven toma el liderazgo y se apresura a
subirse con agilidad en el vagón, acto seguido se ve al otro fugitivo corriendo,
es dramático pensar en la sospecha de que no va a poder subirse por su forma
física, el joven le ayuda desde el vagón y finalmente, consigue subir a
trompicones ayudado por su compañero.
Ahora llega el momento culmen, el joven se acerca al
fugitivo más mayor que está extenuado tumbado sobre el suelo y le da un
cigarro, para posteriormente despedirse de él con una suave presión sobre el
hombro…, no se le ve la cara, sólo se ve su gesto…,he aquí la sorpresa del
fugitivo mayor, cuando sin mediar palabra, se da cuenta de que su compañero
sólo se ha subido al tren para ayudarle a él a subir, y que realmente no
pensaba huir con él en el tren. Queda patente la cara de perplejidad del fugitivo en
un primer plano de perfil al contemplar como el joven se baja del tren e inicia
su huida en solitario, para finalizar con una bonita despedida a lo lejos…, qué gran escena y que sencillo gran acto de
humanidad hacia el otro, una ofrenda a la lealtad mutua y el cultivo de la empatía.
Muchas gracias a Jean Pierre Melville por brindarnos tanto cine y lecciones sobre la
lealtad en una sola escena…
Bueno, ¡y ahora!, querido
lector, le invito a que vuelva a ver el video y saque sus propias conclusiones …,
¡aunque estoy convencido de que usted iba a volver a ver la escena otra vez!.