Hasta fechas recientes, vivía en una zona de Madrid con muchas
oficinas. De vez en cuando comía en
alguno de los restaurantes–menú de la zona. Recuerdo un día en el que estaba
sentado, solo, leyendo un libro mientras saboreaba un chupito de pacharán como
sobremesa particular. En todo el restaurante, la tónica general era la de hombres
trajeados. Tenía al lado una mesa de cuatro hombres de mediana edad, entre los
30 y los 50. Inevitablemente, entre sorbo y frase leída, prestaba algo de atención
a su conversación. Leer un libro y observar el entorno no es incompatible, pues
la concentración de la lectura, -si es una lectura de filosofía sobre todo -,
te estimula y abre los sentidos hacia
la interpretación de la realidad que te
rodea.
El hombre algoritmo.
Aquellos hombres, de trajes impolutamente
perfilados, corbatas y gemelos, trazaban un paisaje homogéneo,
hombres máquina, como si fueran una secta; esa impresión iba brotando en mí según escuchaba sus temas de conversación; aseguro
que, durante el rato largo en que estuve
escuchándolos, todos su temas de conversación giraban en torno “a cosas”, a índices
nikkei, a datos de muestreo, a clasificaciones bursátiles; de vez en cuando hablaban
de otras personas, pero en clave bursátil, de una manera cuasi numérica, en el sentido
más frío que nos pueda dar el álgebra. No se habló de ningún sentimiento,
aquellos cuatro hombres regios parecían cosas parlantes que emitían frases frías
como el hielo, algo así como si hubieran perdido su condición humana y hubieran
mutado en algoritmos.
Ellos estaban orgullosos de sí mismos, esto se
nota, piensan que representan una parte del top de la sociedad, la punta de lanza del hombre contemporáneo, actual, frio, calculador, cuyo trabajo consiste en
llegar a las más altas cotas de eficiencia a través de la utilización de una
serie de ecuaciones.
Y yo ahí con mi librito de Aristóteles,
realmente impactado por el contraste entre la condición humanística de un ser
que habitó hace 2.000 años y aquellos hombres sin alma, conmigo en medio como
testigo, cuyo única misión es la de
narrar.
El hombre especialista, cénit de nuestra sociedad.
Hoy he leído un artículo lúcido y
de una agudeza extraordinarias, en el que se sostenía la tesis de que el científico
moderno, que es la figura referencia más valorada de nuestra sociedad avanzada,
se había ido constituyendo en un especialista. La ciencia, en estos últimos dos
siglos ha avanzado en base a la especialización. Esta especialización del
científico, ha ido reduciendo su espectro de conocimientos paulatinamente, y,
según la ciencia avanza, estas personas saben mucho de un poquito y muy poco del
resto. Estos especialistas, -comenta el autor-, se han convertido en unos completos ignorantes
en cuanto que salen de su pequeña parcela de lucidez intelectual, y esta condición
de inculto, se torna más grave cuando tienen la tentación
de ampliar su seguridad personal y reputación social a todos los ámbitos de su
vida, aún sean unos ignorantes en el resto de las materias.
Se habrían constituido en los anti
sabios, en una espacie de virus que es capaz de desbancar al hombre total, el
cual escasea; de hecho, el número de intelectuales
ha ido disminuyendo desde el siglo XVIII en favor de estos especialistas,
símbolo del progreso. Automáticamente, al leer esta reflexión he conectado con
mis queridos hombre-algoritmo del menú-restaurante.
Indicios de irreversibilidad, el no retorno.
Nos creemos que la civilización
occidental, la cultura europea -como apunta el autor- va a estar ahí por
siempre, como si fuera parte de la corteza terrestre.
Creo que no nos estamos dando
cuenta de los rápido que estamos “avanzando”. Los hombres especialistas, –seres incultos-, como paradigma de una sociedad
tecnificada y globalizada , que está empapada de un mar de información
instantánea que incita a la falta de reflexión, y por otro lado, esa condición
paradójica que supone el que haya tanta información disponible, supuesto adalid
de una sociedad libre, moderna, y al
mismo tiempo, que el estado de opinión sea tan inquietantemente homogéneo, ya
que la ansiedad e impaciencia que nos genera la renovación constante de información
y su rapidez, tiene como consecuencia que sólo aquellos que se esfuerzan por administrar
toda la orda de datos e imágenes, terminan encontrando la información que creen
verídica, después de un proceso de criba. Pero este tipo de individuo tiende a
desaparecer, ya que la inercia de la globalización parece tender a arrastrar a
todos.
Todo este cocktail , se me antoja
muy negro, ya que se desarrolla en dos vías que tienden a asegurar que no puedan
surgir grupúsculos que reviertan este ciclo aparentemente irreversible. Primero,
la imposibilidad de que aparezcan hombres sabios, cultos, que tengan el bagaje humanístico
e intelectual suficiente como para entender el mundo actual, poder advertir de hacia dónde vamos, y poder
liderar los caminos a seguir, con criterio y consciencia. Muy al contrario, tenemos al
hombre especialista como punta de lanza de nuestra sociedad, incapaz a todas
luces de tener una perspectiva suficientemente amplia para interpretar hacia
dónde nos dirigimos, o hacia donde deberíamos ir, y porqué.
La segunda, es la
irreversibilidad en términos de capacidad crítica que supone la aplastante
homogeneidad en el estado de opinión general acerca de muchos temas, debido a
la manipulación masiva de los medios de comunicación, que a su vez proviene, -
en coherencia con la globalización- de la concentración de medios de
comunicación en pocos, y gigantes.
El progreso.
La pregunta que me hago, viendo
todo este panorama, es qué significa el progreso. Nos encontramos en esta
carrera hacia la tecnificación de nuestras vidas, amparada en los
descubrimientos científicos y la evolución tecnológica. Ambas parcelas del cocimiento
tienen el máximo reconocimiento de la sociedad,
hay un consenso total en este sentido, luego carta blanca. ¿Cuál puede ser el
resultado de esta avance vertiginoso?, sin una sociedad con capacidad de análisis en tiempo
real para auto diagnosticarnos, parar un poco…, y, por un momento, pensar,
reflexionar.
Estamos emborrachados de progreso, no terminamos de aprehender un avance y
viene el siguiente, envueltos en
una espiral que nos lleva a toda velocidad y nos gusta; nos atrae porque nos estamos
dejando llevar como si fuéramos en una agradable barquita viendo el paisaje variopinto
y fugaz, pero no sabemos hacia dónde va esta barquita; puede haber cataratas,
pero no nos lo planteamos, estamos demasiado distraídos en nuestra euforia de
evolución tecnológica. Hay una excitación generalizada, promovida a su vez por
las grandes marcas. Definitivamente, habría que abolir el marketing…, globalización
y marketing, menudo binomio más peligroso.
Me pregunto cuál es la misión del
hombre, ¿avanzar?, ¿quién define cuáles deben ser las líneas del progreso?.¿Podría plantearse la posibilidad de que mantener lo que tenemos sea una idea de progreso más avanzada y completa que el hecho de avanzar por avanzar?.
Se plantea un debate interesante acerca del destino de la especie humana, quizás estemos programados para estar en constante cambio, pero esa evolución, se supone que debe redundar en la conservación de la especie, lo cual, es un mandato muy básico, aunque motor de nuestra evolución. Si seguimos evolucionando por el reflejo instintivo de la superioridad del hombre, cabe la posibilidad de que perdamos más de lo que hemos ganado ya. Efectivamente, toda la civilización occidental, toda su filosofia, historia, arte, etc, forma parte de un acervo que ha llevado al hombre a unas cotas de espiritualidad muy altas; todo esto corre el riesgo de perderse en la noche de los tiempos con la tecnificación, podemos llegar a crear seres completamente ignorantes, que se dediquen a vivir dentro de un mundo automatizado, -las sociedades tecnológicamente avanzadas, como la sueca, empiezan a plantear la no necesidad de enseñar a escribir a sus niños- . ¿Qué significa ser un hombre, y constituirse como tal?, es una pregunta que dentro de 50 años puede darnos una respuesta sorpresiva; podemos llegar a la deshumanización, al hombre algoritmo, a la desposesión del hombre sobre sí mismo. En estas condiones, una desaparición de la especie es muy posible, ya que nos volvemos muy vulnerables dada la incapacidad de reconocerse y de poder mantener una capacidad crítica sobre el medio en el que vivimos, reaccionando para ir estabilizándolo.
Nos adentramos en un nuevo medievo, el medievo tecnológico, donde la actuación del hombre será sustituida por la máquina,-esto es un tópico muy manido- pero son inquietantes sus consecuencias en términos de pérdida de identidad humana, tendiendo a borrar el sentimiento, la apreciación profunda de la existencia; la espiritualidad perderá su sentido porque no habrá referentes a los que asirse. Sólo quizás, con la aparición de nuevas dimensiones de conocimiento que hagan comprender nuestra existencia desde una perspectiva nueva hasta ahora desconocida, que nos haga ver el universo en un orden nuevo, y nos sitúe, invalidando buena parte de nuestra historia, - como cuando supimos que la tierra era redonda, o el conocimiento sobre la organización del sistema solar - , podamos dar por buena esta carrera frenética hacia un destino incierto con la deshumanización como rasgo alienante, cuya muestra incipiente tuve la ocasión de identificar en esos cuatro compañeros de trabajo habituales, que nada parecían sentir, ensimismados en conceptos vacuos, evitando cualquier tipo de relación a nivel humano durante la comida.