le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

domingo, 31 de mayo de 2015

Atención: peligro.





Hasta fechas recientes,  vivía en una zona de Madrid con muchas oficinas.  De vez en cuando comía en alguno de los restaurantes–menú de la zona. Recuerdo un día en el que estaba sentado, solo, leyendo un libro mientras saboreaba un chupito de pacharán como sobremesa particular. En todo el restaurante, la tónica general era la de hombres trajeados. Tenía al lado una mesa de cuatro hombres de mediana edad, entre los 30 y los 50. Inevitablemente, entre sorbo y frase leída, prestaba algo de atención a su conversación. Leer un libro y observar el entorno no es incompatible, pues la concentración de la lectura, -si es una lectura de filosofía sobre todo -, te estimula y  abre los sentidos hacia la  interpretación de la realidad que te rodea.


El hombre algoritmo.


Aquellos hombres, de trajes impolutamente perfilados, corbatas y gemelos, trazaban un paisaje homogéneo, hombres máquina, como si fueran una secta; esa impresión iba brotando en mí  según escuchaba sus temas de conversación; aseguro que, durante el rato largo  en que estuve escuchándolos, todos su temas de conversación giraban en torno “a cosas”, a índices nikkei, a datos de muestreo, a clasificaciones bursátiles; de vez en cuando hablaban de otras personas, pero en clave bursátil, de una manera cuasi numérica, en el sentido más frío que nos pueda dar el álgebra. No se habló de ningún sentimiento, aquellos cuatro hombres regios parecían cosas parlantes que emitían frases frías como el hielo, algo así como si hubieran perdido su condición humana y hubieran mutado en algoritmos.

 Ellos estaban orgullosos de sí mismos, esto se nota, piensan que representan una parte del top de la sociedad, la punta de lanza del hombre contemporáneo,  actual,  frio,  calculador, cuyo trabajo consiste en llegar a las más altas cotas de eficiencia a través de la utilización de una serie de ecuaciones.

Y yo ahí con mi librito de Aristóteles, realmente impactado por el contraste entre la condición humanística de un ser que habitó hace 2.000 años y aquellos hombres sin alma, conmigo en medio como testigo,  cuyo única misión es la de narrar.





El hombre especialista, cénit de nuestra sociedad.


Hoy he leído un artículo lúcido y de una agudeza extraordinarias, en el que se sostenía la tesis de que el científico moderno, que es la figura referencia más valorada de nuestra sociedad avanzada, se había ido constituyendo en un especialista. La ciencia, en estos últimos dos siglos ha avanzado en base a la especialización. Esta especialización del científico, ha ido reduciendo su espectro de conocimientos paulatinamente, y, según la ciencia avanza,  estas personas saben mucho de un poquito y muy poco del resto. Estos especialistas, -comenta el autor-,  se han convertido en unos completos ignorantes en cuanto que salen de su pequeña parcela de lucidez intelectual, y esta condición de inculto, se torna más grave cuando  tienen la tentación de ampliar su seguridad personal y reputación social a todos los ámbitos de su vida, aún sean unos ignorantes en el resto de las materias.

Se habrían constituido en los anti sabios, en una espacie de virus que es capaz de desbancar al hombre total, el cual escasea;  de hecho, el número de intelectuales ha ido disminuyendo desde el siglo XVIII en favor de estos especialistas, símbolo del progreso. Automáticamente, al leer esta reflexión he conectado con mis queridos hombre-algoritmo del menú-restaurante.



Indicios de irreversibilidad, el no retorno.


Nos creemos que la civilización occidental, la cultura europea -como apunta el autor- va a estar ahí por siempre, como si fuera parte de la corteza terrestre. 


Creo que no nos estamos dando cuenta de los rápido que estamos “avanzando”. Los hombres especialistas,  –seres incultos-, como paradigma de una sociedad tecnificada y globalizada , que está empapada de un mar de información instantánea que incita a la falta de reflexión, y por otro lado, esa condición paradójica que supone el que haya tanta información disponible, supuesto adalid de una sociedad libre, moderna,  y al mismo tiempo, que el estado de opinión sea tan inquietantemente homogéneo, ya que la ansiedad e impaciencia que nos genera la renovación constante de información y su rapidez, tiene como consecuencia  que sólo aquellos que se esfuerzan por administrar toda la orda de datos e imágenes, terminan encontrando la información que creen verídica, después de un proceso de criba.  Pero este tipo de individuo tiende a desaparecer, ya que la inercia de la globalización parece tender a arrastrar a todos.


Todo este cocktail , se me antoja muy negro, ya que se desarrolla en dos vías que tienden a asegurar que no puedan surgir grupúsculos que reviertan este ciclo aparentemente irreversible. Primero, la imposibilidad de que aparezcan hombres sabios, cultos, que tengan el bagaje humanístico e intelectual suficiente como para entender el mundo actual,  poder advertir de hacia dónde vamos, y poder liderar los caminos a seguir, con criterio  y consciencia. Muy al contrario, tenemos al hombre especialista como punta de lanza de nuestra sociedad, incapaz a todas luces de tener una perspectiva suficientemente amplia para interpretar hacia dónde nos dirigimos, o hacia donde deberíamos ir, y porqué. 


La segunda, es la irreversibilidad en términos de capacidad crítica que supone la aplastante homogeneidad en el estado de opinión general acerca de muchos temas, debido a la manipulación masiva de los medios de comunicación, que a su vez proviene, - en coherencia con la globalización- de la concentración de medios de comunicación en pocos, y gigantes.





El progreso.


La pregunta que  me hago, viendo todo este panorama, es qué significa el progreso. Nos encontramos en esta carrera hacia la tecnificación de nuestras vidas, amparada en los descubrimientos científicos y la evolución tecnológica. Ambas parcelas del cocimiento tienen  el máximo reconocimiento de la sociedad, hay un consenso total en este sentido, luego carta blanca. ¿Cuál puede ser el resultado de esta avance vertiginoso?, sin  una sociedad con capacidad de análisis en tiempo real para auto diagnosticarnos, parar un poco…, y, por un momento, pensar, reflexionar.



Estamos emborrachados de progreso, no terminamos de aprehender un avance y viene el siguiente,   envueltos en una espiral que nos lleva a toda velocidad y nos gusta;  nos atrae porque nos estamos dejando llevar como si fuéramos en una agradable barquita viendo el paisaje variopinto y fugaz, pero no sabemos hacia dónde va esta barquita; puede haber cataratas, pero no nos lo planteamos, estamos demasiado distraídos en nuestra euforia de evolución tecnológica. Hay una excitación generalizada, promovida a su vez por las grandes marcas. Definitivamente, habría que abolir el marketing…, globalización y marketing, menudo binomio más peligroso.



Me pregunto cuál es la misión del hombre, ¿avanzar?, ¿quién define cuáles deben ser las líneas del progreso?.¿Podría plantearse la posibilidad de que mantener lo que tenemos sea una idea de progreso más avanzada y completa que el hecho de avanzar por avanzar?.

Se plantea un debate interesante acerca del destino de la especie humana, quizás estemos programados para estar en constante cambio, pero esa evolución, se supone que debe redundar en la conservación de la especie, lo cual, es un mandato muy básico, aunque motor de  nuestra evolución. Si seguimos evolucionando por el reflejo instintivo de la superioridad del hombre, cabe la posibilidad de que perdamos más de lo que hemos ganado ya. Efectivamente, toda la civilización occidental,  toda su filosofia,  historia, arte, etc, forma parte de un acervo que ha llevado al hombre a unas cotas de espiritualidad muy altas;  todo esto corre el riesgo de perderse en la noche de los tiempos con la tecnificación, podemos llegar a crear seres completamente ignorantes, que se dediquen a vivir dentro de un  mundo automatizado, -las sociedades tecnológicamente avanzadas, como la sueca, empiezan a plantear la no necesidad de enseñar a escribir a sus niños- . ¿Qué significa ser un hombre, y constituirse como tal?, es una pregunta  que dentro de 50 años puede darnos una respuesta sorpresiva;  podemos llegar a la deshumanización, al hombre algoritmo, a la desposesión del hombre sobre sí mismo. En estas condiones, una desaparición de la especie es muy posible, ya que nos volvemos muy vulnerables dada la incapacidad de reconocerse y de poder mantener una capacidad crítica sobre el medio en el que vivimos, reaccionando para ir estabilizándolo.


Nos adentramos en un nuevo medievo, el medievo tecnológico, donde la actuación del hombre será sustituida por la máquina,-esto es un tópico muy manido-  pero  son inquietantes sus consecuencias en términos de pérdida de identidad humana,  tendiendo a borrar el sentimiento, la apreciación profunda de la existencia;  la espiritualidad perderá su sentido porque no habrá referentes a los que asirse. Sólo quizás, con la aparición de nuevas dimensiones de conocimiento que hagan comprender nuestra existencia desde una perspectiva nueva hasta ahora desconocida, que nos haga ver el universo en un orden nuevo, y nos sitúe, invalidando buena parte de nuestra historia, - como cuando supimos que la tierra era redonda, o el conocimiento sobre  la organización del sistema solar - , podamos dar por buena esta carrera frenética hacia un destino incierto con la deshumanización como rasgo alienante, cuya muestra incipiente tuve la ocasión de identificar en esos cuatro compañeros de trabajo habituales,  que nada parecían sentir, ensimismados en conceptos vacuos, evitando cualquier tipo de relación a nivel humano durante la comida.







martes, 26 de mayo de 2015

Así, a lo Bresson, a landscape from Jerez.





La mayoría de las fotografías de Bresson se caracterizan por el hallazgo de ese momento único que retrata una situación singular, condensada en una milagrosa y bella  coincidencia entre la disposición en el espacio y el instante fatídico en el tiempo. Una coincidencia que hace emerger, de forma incuestionable, una verdad nueva que el autor, con su don de la observación intuitiva es capaz de mostrarnos. Estas verdades que Bresson retrata, existen desde  siempre soterradas bajo un lodo . Nada nuevo descubrimos que no estuviera allí gritando a los sordos;  quizás, una de las misiones del arte sea hacerlas audibles al hombre por otros hombres;  eso es lo bonito.

Esta capacidad en Bresson para detectar aquello que es singular y al mismo tiempo trascendente, disfrazado de anécdota, lo obtuvo con mucha profusión a  lo largo de su carrera; la mayoría de sus grandes fotografías representan combinaciones de momentos vitales humanos singulares,  sumados a la relación con un marco natural o urbano que parece fundir al hombre y su entorno, como si ambos, jugaran a lo mismo.


El hombre y el entorno en relación, Cartier Bresson.
                                         

Pero este genio precursor, cuando se paraba en frente de un paisaje eminentemente estático, lograba,- bajo mi punto de vista - , captar la fuerza interior  de la naturaleza;  no desde la contingencia o ese azar congelado en la coordenada tiempo,  - el instante exacto no interviene-, sino que, desde lo que ya está ahí inmutable y visible al hombre diariamente, deviene el desconcierto que supone ver la condición extraordinaria en lo que vemos todos los días. Y es que, nada más cierto es,  que los humanos nos olvidamos de que las cosas que nos rodean diariamente son realmente extraordinarias.

Este tipo de fotografías , que todo lo contienen sin  esfuerzo desde la quietud y la paz, me fascinan:




Paisaje con arboleda en Francia, Cartier Bresson.



Hace unos meses,  contemplé una fotografía de un paisaje del sur de España. Se trataba de una fotografía en blanco y negro en la que se mostraba un paisaje estático en la que la línea del horizonte se situaba por debajo del ecuador del cuadro, dejando así, mayor peso visual al cielo. Aquella fotografía también me fascinó. Me pareció que unía las dos virtudes que he descrito en Bresson:   por un lado, el aspecto singular del momento en el que las direcciones en diagonales cambiantes de las nubes se combinan  con las líneas de pendiente de los diferentes planos de tierra de cultivo, formando entre sí una bella relación de espejo. Pero al mismo tiempo, esa circunstancia singular está integrada en un entorno estático donde  reina la quietud, y lo sencillo queda representado de forma tan elocuente que te vuelves a  sentir desconcertado.

Una  fascinación que uno percibe como si todo tuviera que estar así ordenado,  dispuesto para siempre y desde siempre;  la suavidad de las colinas, la sutil ligereza del vapor de las nubes hablando el mismo lenguaje que el terreno, y todo ello, enmarcando a todos los pequeños elementos que conforman nuestro mundo diario;  los árboles, las pequeñas casas, como pequeños accidentes  geográfcos integrados en este santuario de paz.


Fotografía de Maria Patsy, en Jerez, 2015.





martes, 19 de mayo de 2015

Hazlo otra vez, por favor.





Cada vez que quedo con ella, después, me acuerdo del momento en que  saca su tabaco de liar y me recreo  en el recuerdo de su imagen dando la primera calada;  ese rito suyo se ha convertido en mi momento de salir al recreo. Cuando estamos juntos, nunca me acuerdo de este momento, la conversación llena mi pensamiento y mis atenciones;  por eso, cuando de repente  toma la decisión de hacer el gesto de irse hacia el bolso y coger su bolsita de tabaco, me pasa como esos perritos,  que cuando ven lo que les gusta y lo estaban esperando, se ponen locos de alegría. 
Seguimos hablando de nuestras cosas, pero yo ya  estoy a lo mío. Nunca me acuerdo de cómo lía el tabaco;  sólo recuerdo, cada vez que lo hace, -y muy nítidamente-, cómo se lleva el cigarro a su sensual  boca de carnales labios turgentes,  y los junta con decisión para exprimir la primera calada,  mientras clava la mirada desde sus almendrados ojos  grandes  con firmeza e intensidad hacia el infinito. Y ahí estoy yo, viendo ese perfil tres cuartos de rostro cinematográfico que me sugiere que estoy viendo cine.








domingo, 17 de mayo de 2015

Allí, en Clavel con Gran Vía.






Nuestros dos cuerpos daban pasos lentos;  cada paso se abría sobre sí mismo, tratando de parar caminando,  ralentizando la  marcha bajo la escala monumental de las dos imponentes fachadas que cierran el espacio de la calle Gran vía como un gran tubo,  rodeados de todo tipo de estirpes urbanas que parecían aislarnos aún más.  Se hacía tarde, madrugada,  no había tiempo de pensar hasta que un taxi apareciera, pues los taxis en la calle Gran Vía están disponibles al instante. Cada momento extra, era una decisión voluntaria. El final de una acera confrontada con un paso de cebra provocó el “se hace tarde, debo irme”.


Nos miramos a los ojos, y al unísono, comenzamos el acercamiento hacia el abrazo que habría de conectarnos para resumir aquellas cinco horas previas de conversaciones.  Mis brazos la rodearon cerca de sus hombros; ella,  se fundió en mí, soldada a la altura de mi corazón en un abrazo en el que todo su ser me transmitió la urgencia de  comunicación. Permaneció anclada a mí, sin querer poseerme, sino más bien intentando desalojar toda aquella necesidad de mí, canalizándola a través de las caricias más sutiles que haya percibido de las manos de alguien, deslizando su mano derecha a través de mi baja espalda, ejerciendo unas suaves presiones que iban envolviendo la caricia con una cadencia tan armoniosa como inspiradora de paz. En aquel fatídico momento permanecí casi inmóvil, absorto, como esos animalitos que acaricias y se quedan absolutamente quietos,  sin remedio de movimiento alguno por mi parte. Ella arrancó ese momento para ambos, para sí, un deseo inconsciente;  fue de justicia, pues antes  yo,  le había robado su alma.