La mayoría de las fotografías de Bresson
se caracterizan por el hallazgo de ese momento único que retrata una situación singular,
condensada en una milagrosa y bella coincidencia
entre la disposición en el espacio y el instante fatídico en el tiempo. Una coincidencia que hace emerger, de forma
incuestionable, una verdad nueva que el autor, con su don de la observación intuitiva
es capaz de mostrarnos. Estas verdades que Bresson retrata, existen desde siempre soterradas bajo un lodo . Nada nuevo descubrimos
que no estuviera allí gritando a los sordos; quizás, una de las misiones del arte sea
hacerlas audibles al hombre por otros hombres; eso es lo bonito.
Esta capacidad en Bresson para
detectar aquello que es singular y al mismo tiempo trascendente, disfrazado de
anécdota, lo obtuvo con mucha profusión a lo
largo de su carrera; la mayoría de sus grandes fotografías representan
combinaciones de momentos vitales humanos singulares, sumados a la relación con
un marco natural o urbano que parece fundir al hombre y su entorno, como si
ambos, jugaran a lo mismo.
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El hombre y el entorno en relación, Cartier Bresson. |
Pero este genio precursor, cuando
se paraba en frente de un paisaje eminentemente estático, lograba,- bajo mi
punto de vista - , captar la fuerza interior
de la naturaleza; no desde la contingencia o ese azar congelado en la
coordenada tiempo, - el instante exacto
no interviene-, sino que, desde lo que ya está ahí inmutable y visible al
hombre diariamente, deviene el desconcierto
que supone ver la condición extraordinaria en lo que vemos todos los días. Y es
que, nada más cierto es, que los humanos nos olvidamos de que las cosas que nos
rodean diariamente son realmente extraordinarias.
Este tipo de fotografías , que
todo lo contienen sin esfuerzo desde la quietud y la paz, me fascinan:
Hace unos meses, contemplé una fotografía de un paisaje del sur
de España. Se trataba de una fotografía en blanco y negro en la que se mostraba
un paisaje estático en la que la línea del horizonte se situaba por debajo del
ecuador del cuadro, dejando así, mayor peso visual al cielo. Aquella fotografía
también me fascinó. Me pareció que unía las dos virtudes que he descrito en Bresson: por un lado, el aspecto singular del momento en
el que las direcciones en diagonales cambiantes de las nubes se combinan con las líneas de pendiente de los diferentes planos de tierra de cultivo, formando
entre sí una bella relación de espejo. Pero al mismo tiempo, esa circunstancia
singular está integrada en un entorno estático donde reina la quietud, y lo
sencillo queda representado de forma tan elocuente que te vuelves a sentir desconcertado.
Una fascinación que uno percibe
como si todo tuviera que estar así ordenado, dispuesto para siempre y desde siempre; la suavidad de las colinas, la sutil ligereza
del vapor de las nubes hablando el mismo
lenguaje que el terreno, y todo ello, enmarcando a todos los pequeños elementos que conforman nuestro mundo diario; los árboles, las pequeñas casas,
como pequeños accidentes geográfcos integrados en
este santuario de paz.