Pasear con una mujer puede ser
como navegar sin rumbo; el placer del no llegar a ningún lugar, desde la senda
del paso improvisado, del medio y no el
fin, sin coordenadas de destino. La
madurez te quita vitalidad corporal, pero ganas en profundidad vital. Ese
sentir vivaz de la actividad del cuerpo fresco, solícito al movimiento y la
interacción constante, va muriendo. Pero tenemos memoria. El recuerdo acumulado
de la vivencia del tiempo, y su poso pesante sobre el lecho de ese devenir
implacable que es nuestra vida, el tiempo. Perdemos energía bruta de
interacción, pero este proceso supone finalmente una adición de instantes que
generan la consciencia de tu conciencia, es decir, el ser consciente de tu
profundidad vital. La profundidad vital se va manifestando en pequeños pulsos,
como el niño que hace sus primeras carreras antes de empezar las maratones de
su plenitud física. Leo, percibo, reflexiono y observo lo que me rodea, y mi
interacción con todo esto que me está afectando y no puedo medir, sólo contemplar. La contemplación lleva al pensamiento, y éste,
a la vivencia de la consciencia de estar
vivo. Cada pequeña reflexión rebobina la cinta unos instantes con el objeto urgente de tratar de entender el
desconcierto de haber sido engendrados. Las primeras experiencias de esta
profundidad me han sobrevenido como momentos de dulce constatación.
La experiencia sobrecogedora y la totalizadora, La autoconciencia.
Desde pequeños nos han relatado que las experiencias de más calidad
son las más simples, aquellas que conectan a la naturaleza con el hombre. Ver
un paisaje bonito, la quietud de un escenario natural, escuchar a un pájaro. Este tipo de experiencias pueden ser de dos
tipos: sobrecogedoras o totalizadoras. Digamos que un individuo puede
contemplar un paisaje espectacular y verse sobrecogido; esta experiencia es de
orden natural, el individuo se emociona por la colmatación de su capacidad
perceptiva sensorial. La imagen desborda la expectativa, la sobrepasa, y nuestro aparato perceptivo se
ve superado a través de la belleza de lo armonioso o lo inconmensurable en términos
de escala. Son instantes de desconcierto.
Sorpresa, sobrecogimiento, y,
por último, como poso de esa experiencia, una intensificación del sentimiento
de percibirse más vivo, que se prolonga por
unos minutos, hasta que va remitiendo. La profundidad de una experiencia no puede ser
de carácter totalizador si sólo intervienen en ella el orden natural como
detonante y los sentidos como receptores, sin nada que retroalimente la
conciencia. Lo totalizador involucra también a la conciencia del individuo. Para que la conciencia sea alimentada y se
desarrolle, es necesario la actividad contemplativa a la que he aludido anteriormente,
añadiendo ese constante rebobinado, por el cual, uno rememora cada instante de
vivencias, con el objeto de tomar conciencia de sí mismo en una constante evaluación de su reacción
sensible respecto al entorno que le afecta.
El acto de vivir es la vivencia
recordada, constructora de la conciencia individual, que en su última esencia,
constituye el alma del individuo. La experiencia,
en un sentido acumulativo relativo a la
memoria, construye la consciencia del acto vivido; la rememoración y la reflexión van
desarrollando esta autoconciencia que forma, a su vez, la identidad virtual*
*La califico virtual en un
sentido estricto, ya que, como aseguraba Paul Valery, lo único real y verdadero
es cada instante, cada unidad temporal. Por tanto, el concepto de identidad va
ligado a la memoria, que no deja de ser una herramienta para poder sobrevivir y
sortear el instante cero, el presente de
cada instante. Yo solo soy en cada instante, el instante siguiente ya hace no
existir al anterior, y el siguiente sólo es una presunción.
Si se da este desarrollo de la conciencia en el individuo, el acto
perceptivo en el trascurso de un suceso sobrecogedor de carácter natural lleva
aparejado la capacidad del individuo para posicionarse respecto a esta invasión exterior. El individuo
juzga aquello que ve, en relación a sí mismo, en un proceso de ida y vuelta. Juzga
lo que ve pero no sólo como elemento pasivo,
-limitándose a la experiencia
sensorial-, sino como elemento
catalizador para sí, a través del agente externo; de ahí, el individuo toma una conciencia mucho
más profunda de sobre su identidad única , llegando a consciencia de su integración en la
naturaleza, su pertenencia activa como ser pensante, no solamente a nivel
sensorial; así pues, la experiencia sensorial , en estas condiciones, alcanza
un carácter totalizador del individuo en el seno de la naturaleza, integrándose
al mismo tiempo que percibe su propio papel, o rol. Esta comprensión profunda
de sí mismo en armonía con su entorno culmina en la experiencia totalizadora,
que antes he denominado como pulso de profundidad vital.
La acumulación de vejez da la capacidad para percibir la naturaleza y
sentirse en paz con ella, uno empieza a encontrar su papel dentro de la misma,
sin necesidad de resolver lo imposible: el sin sentido de nuestra concepción,
en un sentido de finalidad
La sensación del absurdo en Camus, si bien resulta admirable como
honestidad última hacia uno mismo y su especie, no nos debería impedir este desarrollo
de integración y comprensión de nuestra esencia a través de la contemplación y
reflexión sobre como la naturaleza nos afecta.
Conócete a ti mismo a través de la interacción con otras personas, -es
lo mismo -. Conócete a ti mismo a través
de tu evaluación constante respecto a tu entorno natural. Tú, te
constituyes en ti mismo en tanto que tienes un entorno que te afecta, toma
conciencia de ti, y te sentirás más en paz, con todo.