le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

viernes, 1 de mayo de 2015

Creación de autoconciencia y profundidad vital.





Pasear con una mujer puede ser como navegar sin rumbo; el placer del no llegar a ningún lugar, desde la senda del paso improvisado,  del medio y no el fin,  sin coordenadas de destino. La madurez te quita vitalidad corporal, pero ganas en profundidad vital. Ese sentir vivaz de la actividad del cuerpo fresco, solícito al movimiento y la interacción constante, va muriendo. Pero tenemos memoria. El recuerdo acumulado de la vivencia del tiempo, y su poso pesante sobre el lecho de ese devenir implacable que es nuestra vida, el tiempo. Perdemos energía bruta de interacción, pero este proceso supone finalmente una adición de instantes que generan la consciencia de tu conciencia, es decir, el ser consciente de tu profundidad vital. La profundidad vital se va manifestando en pequeños pulsos, como el niño que hace sus primeras carreras antes de empezar las maratones de su plenitud física. Leo, percibo, reflexiono y observo lo que me rodea, y mi interacción con todo esto que me está afectando y no puedo medir, sólo contemplar.  La contemplación lleva al pensamiento, y éste,  a la vivencia de la consciencia de estar vivo. Cada pequeña reflexión rebobina la cinta unos instantes  con el objeto urgente de tratar de entender el desconcierto de haber sido engendrados. Las primeras experiencias de esta profundidad me han sobrevenido como momentos de dulce constatación.



La experiencia sobrecogedora y la totalizadora, La autoconciencia.
 

Desde pequeños nos han relatado que las experiencias de más calidad son las más simples, aquellas que conectan a la naturaleza con el hombre. Ver un paisaje bonito, la quietud de un escenario natural, escuchar a un pájaro.  Este tipo de experiencias pueden ser de dos tipos: sobrecogedoras o totalizadoras. Digamos que un individuo puede contemplar un paisaje espectacular y verse sobrecogido; esta experiencia es de orden natural, el individuo se emociona por la colmatación de su capacidad perceptiva sensorial. La imagen desborda la expectativa,  la sobrepasa, y nuestro aparato perceptivo se ve superado a través de la belleza de lo armonioso o lo inconmensurable en términos de escala. Son instantes de desconcierto.
Sorpresa, sobrecogimiento,  y, por último, como poso de esa experiencia, una intensificación del sentimiento de percibirse más vivo,  que se prolonga por unos minutos, hasta que va remitiendo.  La profundidad de una experiencia no puede ser de carácter totalizador si sólo intervienen en ella el orden natural como detonante y los sentidos como receptores, sin nada que retroalimente la conciencia. Lo totalizador involucra también a la conciencia del individuo. Para que la conciencia sea alimentada y se desarrolle, es necesario la actividad contemplativa a la que he aludido anteriormente, añadiendo ese constante rebobinado, por el cual, uno rememora cada instante de vivencias, con el objeto de tomar conciencia de sí mismo en  una constante evaluación de su reacción sensible respecto al entorno que le afecta.




El acto de vivir es  la vivencia recordada, constructora de la conciencia individual, que en su última esencia, constituye el alma del individuo.  La experiencia,  en un sentido acumulativo relativo a la memoria, construye la consciencia del acto vivido;  la rememoración y la reflexión van desarrollando esta autoconciencia que forma, a su vez,  la identidad virtual*



*La califico virtual en un sentido estricto, ya que, como aseguraba Paul Valery, lo único real y verdadero es cada instante, cada unidad temporal. Por tanto, el concepto de identidad va ligado a la memoria, que no deja de ser una herramienta para poder sobrevivir y sortear el instante cero,  el presente de cada instante. Yo solo soy en cada instante, el instante siguiente ya hace no existir al anterior, y el siguiente sólo es una presunción.  




Si se da este desarrollo de la conciencia en el individuo, el acto perceptivo en el trascurso de un suceso sobrecogedor de carácter natural lleva aparejado la capacidad del individuo para posicionarse  respecto a esta invasión exterior. El individuo juzga aquello que ve, en relación a sí mismo, en un proceso de ida y vuelta. Juzga lo que ve pero no sólo como elemento pasivo,   
  -limitándose a la experiencia sensorial-, sino  como elemento catalizador para sí, a través del agente externo;  de ahí, el individuo toma una conciencia mucho más profunda de sobre su identidad única , llegando a consciencia de su integración en la naturaleza, su pertenencia activa como ser pensante, no solamente a nivel sensorial; así pues, la experiencia sensorial , en estas condiciones, alcanza un carácter totalizador del individuo en el seno de la naturaleza, integrándose al mismo tiempo que percibe su propio papel, o rol. Esta comprensión profunda de sí mismo en armonía con su entorno culmina en la experiencia totalizadora, que antes he denominado como pulso de profundidad vital.



La acumulación de vejez da la capacidad para percibir la naturaleza y sentirse en paz con ella, uno empieza a encontrar su papel dentro de la misma, sin necesidad de resolver lo imposible: el sin sentido de nuestra concepción, en un sentido de finalidad
La sensación del absurdo en Camus, si bien resulta admirable como honestidad última hacia uno mismo y su especie, no nos debería impedir este desarrollo de integración y comprensión de nuestra esencia a través de la contemplación y reflexión sobre como la naturaleza nos afecta.


Conócete a ti mismo a través de la interacción con otras personas, -es lo mismo -.  Conócete a ti mismo a través de tu evaluación constante respecto a tu entorno natural. Tú,   te constituyes en ti mismo en tanto que tienes un entorno que te afecta, toma conciencia de ti, y te sentirás más en paz, con todo.