le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

viernes, 13 de mayo de 2016

"Parce que" la vida se me parece al Cine.




En París vive una mujer de facciones suaves con la cual puedo recuperar una letanía temporal ya relegada al ostracismo,  en que las personas , allá por el siglo XVIII, afloraban sus pasiones íntimas acerca de la vida y el arte vivir mediante respetuosas cartas que forjaban duraderas relaciones epistolares. Cada texto-partitura,  escrito-a,  era un misterio que se revela de forma física en papel ,  - mensaje corpóreo -, con tinta vertida por manos  sensibles. Memoria de cartas almacenadas en montón;  por centenares escribían los ilustrados franceses. Me viene al recuerdo Madame de Châtelet, - de nombre Emilie, te ves cercana - . ¿Dónde te haces presente ahora?, en este siglo perdido entre lo volátil e instantáneo de una vida sin fuste al que asirse, y una perentoria urgencia por la nada instalada en la virtualidad del cambio por el cambio. 

Tierna dama refinada y de resorte cultural inquieto, culta,  desprejuiciada; Sí,  Châtelet, quiero ser tu Voltaire. Verás,  mi Flâneur parisina , a poco que medites sobre ello, que una vida en común ha de contener proyecciones paralelas con intereses complementarios; el amor se hastía por tantos desayunos sin una mermelada que varíe de gusto;  de reiteradas noches del desvelo inherente al desconcierto de la rutina sin contenido, - la que mata a base de notas iguales de igual tempo- .  El secreto está en el tempo, sólo hay que variar el tempo para que la rutina alcance a la costumbre, y después  convertirse en tradición, completando el ciclo de lo que nos hace unirnos,  creando la historia de las relaciones,  de las familias;   así con todo,   nación y cultura.

Tú eres el origen del motivo que me hace brotar a través de  esta  escritura con vocación de ida y vuelta. Viví por tu acción  un día Bressoniano - de Robert,  nada de Cartier-,  porque lo nuestro fue imagen en movimiento,  un real discurrir del tiempo en imagen tras imagen que quedó impreso en mi memoria; una jornada segoviana de verdadero filme. En las películas de Bresson, el espectador sufre un proceso de acumulación emotiva. La estrategia de Bresson consiste en que los personajes van interiorizando los conflictos y emociones que sienten. La gestualidad se encuentra en un punto límite en el que podemos notar que el personaje está cargándose de emociones, sin embargo,  no hay una expresión clara de esas emociones según las van viviendo e interiorizando, no las expresan. De esta manera, según avanza el metraje, pareciera que los personajes van acumulando emociones y almacenándolas en su interior, sus gestos son muy sucintos, sutiles, casi imperceptibles, reina el silencio; los diálogos son muy escuetos y los tonos de voz muy lineales,   pero llegan a la sensibilidad del espectador indirectamente en forma de continumm emotivo. Sólo al final, en el desenlace, toda esta emoción contenida se descarga y libera en la secuencia final. Ha merecido la pena la tensa espera, pues todo ese proceso acumulativo toma un sentido en la apoteosis de la escena final, y la película queda completa de significado. 



En esta ocasión el filme costaba de dos personajes. Ella y yo. Pero yo llevaba la cámara, ,de manera que, realmente, aunque yo participaba para que su performance tuviera lugar, la actriz era siempre ella, y es el objeto de mi emoción. Fueron seis horas ininterrumpidas de compañía y conversación entre las calles y monumentos de la que pienso es una de las ciudades más valiosas de España: Segovia. Todo lo francés me gusta: la literatura, su cine, su afición a la cultura. Pero la mujer francesa, y más la parisina con vocación internacional, ostenta el climax de mi atención y admiración. Emily es una mujer con una gran clase. Su rostro es tan bello…. , Tienes los labios , la boca y el suave mentón de la chica con la se cruza Alain Delon ( el hermético Jeff Costello en Le samuraï), ambos se miraron en un semáforo desde cada uno de sus respectivos coches. Te dije que era igual que tú aquella chica parisina que Melville escogió para mirar a “Le samuraï”. 





Retomo a Bresson: Nuestro día segoviano fue acumulando gestos, miradas de las que no esperas consecuencias inmediatas pero sí te reconfortan recorriendo las pequeñas fibras sensibles del cuerpo, suaves y tímidas caricias a la cabellera mientras rodeábamos la muralla medieval. En las plazoletas, sentados en bancos de granito contemplábamos fuentes regentadas por palomas fugaces y nuestros cuerpos  apoyaban sutilmente sus pesos sintiéndonos el uno al otro sin necesidad de anclarnos con las manos. No obstante, a pesar de  mis intentos por empatizar,  siempre hay un muro que se hace presente sin estar; un plano de vidrio que se sitúa entre ambos e impide la comunicación a un nivel emocional superior, - el siguiente escalón en la comunicación no verbal - aquél que implica el exponerse al otro, el mostrarse tal cual,  sin una profilaxis que salvaguarde el punto interior que nos hace vulnerables al otro.

Aquella jornada, ya después de vivir el atardecer segoviano y haber regresado a Madrid, me brindó una cena italiana por el barrio de Almagro aún con su exclusiva compañía. Sumábamos ya 12 horas juntos. Ambos mirábamos al resto del restaurante desde nuestro banquito almohadillado, muy confortable para deslizarte y recolocar el cuerpo ,inclinándolo, apoyado hombro con hombro. Recapitulaba y sentía la energía almacenada a través  de sucesión de pequeñas vivencias que habíamos compartido, pero..., ¿dónde estaba mi última secuencia bressoniana?, ¿acaso aquella energía casi imperceptible pero constante que fuimos acumulando no habría de liberarse?. 

Estábamos con el postre, y a cada cucharada en que al tiempo degustaba mirando a su entorno, yo aprovechaba para contemplarla,  porque es placer de privilegio poder captar cómo la luz perfila su contorno facial, tan poblado de curvas exactas, idóneas en su sensualidad y certeras por su elegante refinamiento.
De entre sus pronunciadas pestañas emergen unos ojos que destacan tanto su curvatura esférica, que puedes sentir como si la estuvieras mirando de frente. Su perfil transmite casi tanto como su mirada frontal.  Pues fue en una de esa cucharadas de postre helado, donde , sin yo esperarlo,- en respuesta a un comentario mío de cualquier tipo-, hizo que girara la cabeza para mirarme frontalmente,  tan cerca, y con una expresión liberadora de sí misma , en la que ese vidrio virtual que nos separaba quedó disuelto por la combinación de su amplia sonrisa perfectamente relajada  y una mirada que por fin carecía de velo, transmitiendo una alegría sincera en la que podía perfectamente advertir cómo su vulnerabilidad emergía desde su punto débil interior y se me ofrecía toda ella a mi, tal como es. Esta mirada, que se repitió una vez más casi seguidamente, tras tres segundos, fue la liberación de la última escena  que puso punto final a  nuestra larga película de 12 horas. Mereció la pena, pues tras una  constante  contención latente, por fin se liberó de  las riendas de su bocado,  para dar una cara totalmente íntima en un momento de unión entre los dos,  que provocó - a modo de títulos de crédito finales - una salida a paseo del restaurante abrazados cintura con cintura, camino al coche, y sin la necesidad del beso que refrende nada, pues esto es una película que se pueda convertir en serie.