le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

martes, 28 de junio de 2016

Asumir no es aceptar.




Dejar ir, no es sinónimo de aceptación.  Asumir no es suficiente. La forma en que dibujemos la marcha del otro dentro de nosotros,  definirá una liberación interior que puede llegar a ser total, o bien,  la herida interna que nunca tienda a sanar, una herida que lastre tu capacidad para amar en el futuro.  Amar también es aprender a desprenderse de uno mismo. Aceptar la marcha del otro,  poco tiene que ver con tener una autoestima alta.  Si lo pensamos un poco y nos somos francos, si te observas como si tú fueras otro ser al que estudias, no te será difícil advertir tu egoísmo ante la marcha del otro. Quizás, se trata de un egoísmo enraizado en  esos pequeños juegos diarios de nuestra infancia en la que nos enseñan a competir para conseguir cosas. 






Nuestro instinto de supervivencia nos impulsa a desear poseer aquello que nos da seguridad. Pero, por condición propia a la naturaleza, nada tiende a ser estable;  siempre estaremos temerosos de perder la estabilidad que logramos, y cuanto mayor sea,  mayor será el pánico a perderla.
En  nosotros está la decisión de aceptar con amor el alejamiento del otro. Aceptar con amor supone, no sólo asumir su marcha, sino respetar - con humildad-, la decisión del otro,  utilizando como mecanismo de aceptación un respeto sagrado hacia  nosotros mismos y fundamentado en la comunicación directa con la naturaleza. En realidad,  se trata de integrar nuestro propio yo dentro del funcionamiento inestable de la naturaleza, y ello, da paz interior. No es el otro el que nos deja,  simplemente es la vida y la naturaleza la que desarrolla su función selectiva, no hay un culpable.  El otro ser se aleja, y quizás, después de una pulsión propia de esos instintos que definen las bajas pasiones que llevamos congénitas para sobrevivir,  y que la sociedad nos ha catalizado a través de una educación en la que el ego es un mecanismo que sustituye a la paz interior, desembocamos en el error. El error es dejarse llevar por el egoísmo ancestral derivado de la supervivencia, sumado al  ego,  que es carencia. 






El ego rellena ficticiamente el vacío que debería colmar la aceptación de uno mismo y de la vida,  tal y como es;  no hay drama en ello,  sino más bien una sutil y delicada belleza. 
La eliminación del ego genera un silencio dentro de nosotros que te permite escuchar la relación íntima entre los sentimientos de tu corazón y las leyes de la vida. Nada he de hacer, pues si buenamente he intentado retenerla por medios loables,  y ella decide marcharse, mi responsabilidad se ha acabado;  ahora doy paso a la naturaleza y me desarmo de egoísmo, me deshago por fuera para formarme por dentro, permanezco tranquilo y en paz , observando su huida en medio de ese mar de corrientes que la está llevando hacia otro lugar. No se va ella, se la llevan, pero con dulzura;  la dejo partir,  mirando cómo su figura se hace más y más pequeña hasta perderse en el horizonte, y la sensación se me asemeja a ese final sublime de Muerte en Venecia, en el que Visconti hace morirse al viejo y cansado compositor Gustav sentado en una hamaca sobre la fina arena de una playa en el Lido,  mientras observa,  extasiado,  cómo la figura del joven al que ama,  perfila belleza entre el mar y el cielo. Aquello que se nos va sigue siendo bello; ya lo era, antes de que nosotros lo tuviéramos.












Imágenes de Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, 1972.