La observo y le grito mi admiración desde el mudo destierro que representan la intimidad de mis pensamientos. Me pregunto cómo percibirá mi mirada proyectada sobre su rostro cuando me la quedo mirando, mientras hablamos de cualquier tema rutinario.
Le grito y le grito mi
frustración por no poder extender mi mano hacia su
delicada mejilla cuando me nazca, y
prestarle una suave caricia sin mayor motivo que la voluntad de ser yo, a través de ella; por ese deseo desnudo y primitivo que su
tierna alma despierta en mi.
A veces, cuando la
miro intensamente, desprende una sutil mueca pudorosa y un pequeño
triunfo se apodera de mi. Es solo en esos pequeños momentos cuando me
atrevo a cogerle la mano un instante, o rozar la
tersa piel de sus hombros. Después, me retiro y yago de nuevo en el mudo destierro de mis pensamientos, gritando , gritando.