le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El Billar, primera parte.


En mis primeros años universitarios asistía a una academia para reforzar que estaba situada en la calle Gran Vía, recuerdo que me gustaba ir a ese lugar porque me permitía discurrir “justificadamente” por la calle Gran Vía. Poder alzar la vista y ver sus edificios, el panorama edilicio se te echaba encima, aquella, era una forma de vivir la Gran Vía, uno no se cree que un espacio sea suyo hasta que lo vive.
Me encantaba la idea de sentir que formaba parte de la gente que era de la Gran Vía, del madrileño que paseaba por un lugar tan señalado y tan característico de Madrid. A menudo pensaba en cómo serían las personas que vivían aquél espacio, las personas que pertenecían él, yo no era de allí pero quería integrarme en él, ser parte de él.
Un día al salir de la academia me sucedió una de esas cosas que piensas que te pueden ocurrir en este tipo de calles; me encontré de bruces con Paco Umbral,  que iba con una de sus típicas bufandas blancas, era invierno, yo en aquellos tiempos lo empezaba a admirar y había leído algunos artículos de opinión que escribió en el diario El Mundo, pero más que la admiración por su escritura o la valoración de sus opiniones me sentía atraído por su personalidad, la cual la identificaba dentro de la vida del Madrid de la gran Vía, él sí que parecía caminar con paso convencido por aquella acera, era suya. Sin pensarlo, espontáneamente, me avalancé sobre él  y al tiempo que abría mi carpeta archivadora … ¡le pedí un autógrafo! Jajaja,¿ se lo imaginan?, él mostró gesto de sorpresa y rápidamente huyó sin dar mayor explicación,  después me di cuenta de lo ridículo de mi petición…, y más, siendo el un bohemio de personalidad tan introvertida.

Hecho este paréntesis  para contar esta anécdota, prosigo con mi relato: normalmente al salir de clase me iba a jugar a unos billares que había unos números más abajo de la misma calle Gran Vía, era mi rato de ilusión, en aquellos billares solía estar una hora y pico jugando sólo, con el billar.
Al cabo de un par de meses asistiendo con regularidad al salir de clase y después de haber adquirido cierta confianza con el bedel de la sala, éste se acercó a mí y me dijo: “ chaval, veo que te gusta esto y se te da bien, si quieres aprender deberías ir al lugar donde está una persona que sabe mucho de billar, ese lugar es el Círculo de Bellas Artes, podrás identificarle fácilmente, es un hombre viejo y alto, espigado”
Oido cocina; aquél buen hombre se había dado cuenta de que ese chico tenía un interés especial por el billlar.
Después de unos días me dirigí a mi padre y le comenté lo sucedido en los billares, pidiéndole que me acompañara al Círculo de Bellas Artes para ver a aquel hombre y , si era posible, hacerme socio del club,  mi padre accedió gustosamente, suerte de tener un padre así… 
Llegó el día de ir al Círculo de Bellas Artes, era por la tarde, de nuevo, zona aledaña a Gran Vía, edificio imponente del Arquitecto Antonio Palacios , señorial.
Cuanto me atraía el Madrid de los años 50 y 60…
Entramos en el edificio y nos indicaron que el club de billar estaba en la cuarta planta. Al salir del ascensor, giré la cabeza y ahí estaba la puerta de entrada al club…: Una puerta con doble hoja de vidrio , con sendas serigrafías de la diosa Minerva, símbolo del Circulo de Bellas Artes.

Entornamos una de las hojas y entramos; Aquél fue un momento maravilloso, en esa entrada a la sala, vi de un plumazo todo aquello que tenía en mi cabeza  y que ahora lo veía plasmado en un lugar.
Me pareció un templo, lo más característico: el silencio, era sepulcral, estábamos en el templo del billar, la luz, la luz estaba concentrada en la superficie de juego de las mesas , el resto del espacio estaba en penumbra.., el espacio estaba constituido por techos altos, imponentes, sala rectangular… para abarcarla con la mirada era necesario girar la cabeza , el tamaño visual de la novena mesa de billar al fondo de la sala te daba referencia de la escala del espacio, era grande , pero no inhóspito, espacioso, diáfano, pero sutilmente rellenado por los volúmenes  que los contornos de las mesas generaban, todas a la misma altura, formando un plano visual muy atrayente.
Se me olvidaba!, el olor.., realmente es lo primero que se percibe…., olor a atemporalidad, no era olor a viejo, era olor a templo, un olor  teñido del aroma que las telas de los tapetes de las mesas esparcían por el ambiente.
Una vez dimos unos pasos hacia el interior me percaté de que sólo había dos mesas en juego de las nueve que tenía la sala, las mesas imponían por su tamaño, mesas antiguas pero de gran calidad. En una de las mesas estaba practicando solo un chico de unos 30 años, de aspecto bohemio, mi amigo Aurelio Cruz, que a la postre se convertiría en mi iniciador y tutor en mis primeros años de relación amorosa con el billar, un enamoramiento que habiendo evolucionado a lo largo de los años que llevo con él, …en esencia es el mismo amor.
Conmoción, atracción, perplejidad, admiración, belleza, fue lo que me inspiró ver como las tres bolas de billar se movían con sigilo y con rectitud total sobre el tapate de manera que cuando aquél chico golpeó a una de las bolas hacia la banda contraria del billar, ésta, inició su rodadura con velocidad constante y después de chocar con la banda contraria inició su camino de retorno para llegar a parar exactamente al lugar donde Aurelio la golpeó.
Un milagro, la precisión más absoluta con la seducción de la física de la estética de unas esferas perfectas, pulidas y pesantes, que rodaban de forma perfecta sobre la tela , una conjunción perfecta entre la física y el arte representado por la estética pura de la geometría esférica en movimiento, y todo ello, gobernado por la acción determinada de un hombre, un artista.
Fue un momento especial, un cénit, un momento álgido, superlativo…había encontrado justo lo que estaba buscando.