Esta mañana, un niño italiano y una niña
rusa, los dos de unos 10 años de edad, jugaban en el agua sin conocerse, se
estaban haciendo amiguitos en el agua, jugaban juntos.
Yo era testigo cercano pues me había
parapetado cerca de ellos, apoyado en el borde de la piscina y sumergido en el
agua, pudiendo ver y oir claramente la escena:
Me empiezo a fijar en ellos y me doy cuenta
de que ambos se hablaban en sus respectivos idiomas, un diálogo ítalo-ruso…, del que obviamente ninguno sacaba nada en
claro del otro, es más, lo que me ha dejado perplejo es que se decían frases el
uno al otro y el hecho de no entenderse nada era el fundamento del juego, el modus operandi del juego consistía en bucear al unísono dos segundos, para
sacar la cabeza otra vez y repetir un diálogo diferente al cual le seguía otra
mini inmersión, así, como un bucle.
El niño italiano normalmente le decía a la
rusa: “non capisco niente”, y la rusa
le respondía con frases muy rusas y distintas en cada ocasión, acto seguido venía
el estallido de risa y el zambullido al interior del agua…
Este juego aparentemente intrascendente creo
que esconde algo que me parece genial:
Estos dos niños, sin ser plenamente conscientes, están forjando una relación amistosa a través de la imposibilidad de la comunicación, es decir, resulta paradógico que el principal escoyo que tiene cualquier ser humano para “amistarse” con otro sea el idioma, y estos dos niños han tenido el talento instintivo de utilizar esa merma en su beneficio, plasmándolo en un juego que les ha servido para mirarse a la cara, sonreírse, contemplarse y generarse reacciones el uno a otro, creando así el vínculo de confianza, básico para generar la amistad, como un milagro. Digo mirarse y contemplarse porque efectivamente no era un juego sin más, era un juego de miradas contemplativas, miradas que duraban más de lo normal y que iban cambiando de matiz “miratorio” según evolucionaba la situación.
No obstante, lo que me ha llevado a escribir
este post no es precisamente por lo anterior, aunque ha sido el detonante…
Hace poco, oí a un Filósofo decir muy
convencido que para él el ser humano se distinguía de los animales
fundamentalmente por una cosa, su culturalidad. El ser humano es un ser cultural, y buena
parte de su comportamiento depende de su culturalidad. La culturalidad no es
otra cosa que la herencia de la tradición y su evolución e influencia sobre el
hombre a lo largo de la historia. El hombre se identifica a sí mismo a través
de su cultura.
Pues bién, es obvio que la influencia de la cultura
se va instalando más y más según el ser humano va avanzando en edad y se va
culturizando, se va haciendo hombre, ser cultural. Observando el comportamiento de estos dos
muchachos, he sentido la pureza de la relación entre ambos, era una relación desprovista
de convenciones que pudieran limitar su interacción. La inocencia y desconocimiento de las reglas
culturales de su sociedad ha permitido una serie de momentos en los que los
niños estaban disfrutando instintivamente de su relación, sin la cortapisa de
las reglas sociales que probablemente
les habría impedido provocar un encuentro tan satisfactoriamente natural y
espontáneo, lleno de gozo instintivo.
Si uno miraba al resto del personal allí congregado en la piscina, la culturalidad invadía todas las amacas.., la gente se cruza y se mira levemente , o si había personas tumbadas en amacas situadas cerca las unas de las otras, era difícil que se sonrieran de manera manifiesta ante una potencial situación de intercambio generada por un cigarro o cualquier otra excusa que justifique según nuestros códigos una interacción. Está claro que la culturización de nuestra sociedad, de nuestra civilización, nos reprime de alguna manera, nos contiene y perfila las reglas de inter-relación. Este contraste me ha generado una tristeza incial, dado que aparentemente , podríamos pensar en que es un retroceso en la evolución de hombre, ¿no?.
¿Realmente debemos tender a desproveernos de
la capa cultural para tender hacia un estado más elemental o primigenio?,
¿sería esto lo deseable?, ¿sería un
objetivo superior, puesto que nos
permite expresarnos de manera más inmediata, más natural, desprovista del peso represor
de la cultura?.
La opinión que voy a dar hay que entenderla
desde el espectro más amplio que podamos imaginarnos del concepto de
culturalidad, como algo constitutivo de nuestra esencia, nuestros valores, nuestra
ética, nuestras ambiciones. Todo, de una manera u otra , se va forjando a
través del influjo que ejerce sobre nosotros la cultura. El hecho de que haya culturas en el mundo que
consideremos negativas o poco respetuosas con la mujer, no deben hacernos caer en la tentación de
querer hacerlas volver al punto de partida, independientemente de que aspiremos a cambiar aspectos de
culturas que claramente vejan a la mujer por ejemplo. Pero mi objetivo en el
presente razonamiento es operar desde
una dimensión más antropológica, en el sentido del valor de la herencia y la tradición como esencia
irrenunciable de nuestro ADN.
Nuestra propia cultura occidental, podría
verse revisada y así lo será con el discurrir del tiempo, pero no debemos caer
en el error de llevarla hasta niveles tales que nos permitiesen entender la
dirección de la evolución de la cultura del hombre encaminada en la consecución
de la simplicidad natural, la espontaneidad más sana , etc… que nos hiciera
volver hacia el principio.
En definitiva, ese disfrute de los niños, el
cual es positivo en su contexto, no nos debe hacer pensar que el ser humano se deshumaniza según va cumpliendo edad…,
en realidad la humanización del
hombre consiste en su culturalización.
Esto es un hecho inevitable, y una vez
culturizado, el ser humano se hace hombre, y es así como realmente se
diferencia de los animales.
Dicho de otro modo, nos guste o no, evolucionar en nuestra cultura o tratar de
renunciar a ella en pro de una vuelta a
lo primigenio para sólo quedarnos con lo que pensemos que son aspectos
positivos, seria una involución, una contradicción, y el no reconocer la esencia misma de lo que
nos hace realmente diferentes. O más aún, una falta de conocimiento de la verdad
del hombre.
Nuestra aventura
por el mundo es la suma de todas las aventuras de todos los seres humanos que
han vivido en este planeta y que han aportado su granito de arena para forjar
(independientemente de sus aspectos negativos o positivos) una identidad, y esa
identidad, con sus pros y sus contras , son la esencia misma irrenunciable del
hombre.
Por lo que…
: Doy por bueno el que estos niños de la piscina cuando tengan 30 años
hayan perdido algo de espontaneidad y disfrute instintivo. ;)