Si hay algo que la
contemporaneidad ha conseguido en esta última década, es reforzar de manera virtual el anhelo antropológico de
sentirse inmortal.
Lo que nos rodea, - con
lo que vivimos -, los objetos que utilizamos a diario, son
objetos que no envejecen, este factor novedoso de los materiales refuerza la
sutil sensación de que hay una extensión
de las cualidades imperecederas de dichos objetos en nosotros.
Los niveles de acabados en los
objetos en los smartphones de última generación, por ejemplo, son de tal
calidad que sus superficies no se desgastan con las rozaduras, e incluso con
los golpes; el tacto de estas
superficies es liso y curvo, sus propiedades al tacto permanecen sorprendentemente inalteradas, y el aspecto
general del objeto siempre es de un lustre cuasi eterno, como si jamás fuera a
envejecer.
La televisión
La televisión fue un punto de
inflexión en el desarrollo de nuestra civilización. Constituyó un elemento fundamental para la generación de un
yo colectivo y una identidad compartida, aparte de ser una herramienta de
comunicación de información de una potencia desconocida hasta aquellas fechas.
También ofreció al hombre la posibilidad de estar presente a través de la pantalla
en otro lugar, en tiempo real, incluso.
Curiosamente, -de manera involuntaria-
, la televisión le sirvió al hombre para poder pasar de la ya tradicional
inmortalidad inducida de la imagen fotográfica a la viva expresión de la
recreación de la vida en un archivo reproducible sin límite, sin que esa imagen
de la vida real con el factor tiempo reviviéndose una y otra vez se viera alterada; el espacio-tiempo fue encapsulado
y conservado como prueba fiel de la existencia de un tiempo pasado.
En La contemplación de aquellos
antepasados que no hemos conocido en vida existe un matiz de reafirmación o
reconocimiento identitario entre generaciones; el hecho de que podamos ver generaciones anteriores a nuestro
nacimiento caminando como nosotros y ver sus facciones, tal como son las
nuestras, produce un efecto de confirmación sobre la identidad de la especie o
familiaridad, y una relativa conciencia
acerca del virtual carácter perpetuo de la existencia humana.
Sin embargo, cuando las imágenes corresponden
a nosotros mismos o a otras personas coetáneas, en ellas podemos constatar la condición inexorable
del envejecimiento, - el efecto es contundente - , mostrándonos a las claras lo
limitado en el tiempo de nuestra existencia como individuo, relegando a un
segundo plano esa aparente perpetuidad de la especie en su conjunto, esa
capacidad de repetición del ser en tanto que especie.
En resumen: la televisión reúne
un sentimiento unificador en la especie, aparejado a una apariencia repetitiva
de los patrones y familiaridad inducida; cohabitando a su vez con la cruda constatación
del implacable efecto del tiempo en nuestro envejecer. Por lo tanto, la
televisión crea sentimientos encontrados en nuestro acerbo colectivo.
La era Digital.
Si la televisión entre otras cualidades ya nombradas nos permitía
estar en otro lugar al mismo tiempo, la creación de internet nos ha dado la
posibilidad de acceder a toda la información generada y con carácter inmediato,
sumado a la posibilidad del intercambio
de información al instante y sin límite cuantitativo. La era digital marca un
hito aún mayor, si cabe, que la
invención de la televisión; quizás no
comparable con la primera en términos de impacto histórico-contextual como
adelanto tecnológico, pero sí en lo tocante su capacidad exponencial para formar parte activa en nuestras vidas; según
estamos comprobando cada año, sin poder
predecir la cuantificación de su impacto de cara al futuro, aunque ya es enorme.
Paralelamente a estas cualidades
objetivas y fácilmente evaluables, - digamos que lo descrito son los objetivos premeditados
y conscientes de esta herramienta-, existe otra cualidad agregada que va
soterrada a las anteriores, y tiene que
ver con el modo en que la información nos es presentada en el display de la
pantalla y su carácter perpetuamente invariable.
La televisión nos presentaba imágenes
que podíamos ver una y otra vez sin que envejecieran, por así decirlo, pero
nunca hemos tenido en la pantalla del televisor información sobre nosotros;
éste es el factor verdaderamente diferencial respecto a la televisión.
Desde la pantalla de nuestro portátil
controlamos, gestionamos y producimos una serie de información que nos
pertenece, es nuestra, y una y otra vez, al abrir aquel Word de hace dos meses,
podemos comprobar esa apariencia de perfección y perpetuidad estética de la
imagen, sin envejecimiento. Los mismos pixeles , nítidos, con su color
inalterado; es como un milagro.
Face Boook.
Este curioso fenómeno cobra mayor
trascendencia cuando la información que uno tiene en la pantalla lleva asociado
un carácter emotivo, o de carácter social, es información que a uno le representa de
algún modo. Es el caso de las redes sociales, y me voy a referir a Facebook,
como representante más notable de lo que quiero transmitir.
Facebook es una red social que
mantiene intercomunicado a millones de
personas; por supuesto, aprovecha las ventajas de internet y los usuarios
pueden compartir de forma instantánea la información, deshaciendo el mito de la
distancia para el hombre, simplemente lo pulveriza.
¿Cuál es el siguiente paso que Facebook ofrece?; sin duda, el hecho de que cada usuario tenga
su perfil personal dentro de la comunidad, le otorga una cualidad de propiedad personal que
redunda en un factor identidad muy marcado, de pertenencia y de autoafirmación
a través del desarrollo de tu propio perfil y la subsiguiente interacción
potencial de tu información con la de otros perfiles asociados, claro.
De manera tal que, cuando uno
abre su portátil y se conecta a
Facebook, puede contemplar día tras día, como el programa, - con una
estética muy trabajada y depurada- , permanece con esa belleza visual tan irremediablemente
atrayente que tiene lo que siempre está en estado de plenitud, siempre perfecto, sin fallos ni errores. Los colores son siempre
iguales, esos azules y esos rojos que avisan de algo, siempre igual, dia tras dia. Además, resulta que esta imagen es
de nuestro perfil, toda aquella
información que nos pertenece y que está asociada a nuestra propia identidad,
la cual permanece invariable, siempre lozana. Hemos encontrado el elixir de la
eternidad a través de esta identidad virtual que constituye el perfil de fbook.
Todo este proceso perceptivo empieza
con el placer visual de observar unos colores armoniosos, y unas composiciones
en la presentación de la información perfectamente compensadas, siempre teniendo en cuenta los pesos visuales
y valorando las preferencias del ojo humano
a la hora de priorizar su mirada
dentro de la composición de un rectángulo.
Este placer visual es el
detonante o estímulo perceptivo, que una vez es asimilado va dejando su poso con la acción del tiempo. Debemos sumar a la acción de este poso la asociación
de esas imágenes invariables, eternamente perfectas con nuestra
propia identidad, finalmente.
Este último paso de extensión de
la invariabilidad en el aspecto de la información sobre nosotros mismos como
ente invariable, y en última instancia inmortal, está regido por nuestro
subconsciente. No se trata de que pensemos que realmente somos inmortales,
naturalmente que sabemos que no es así, pero todo sucede a nuestro alrededor
como si así fuera, como si de un juego se tratara, una especie de inmortalidad virtual
de estos aparatos que nos gobiernan y se identifican con nosotros ya que son
soporte para el manejo de una parte de nuestro yo que es nuestra información,
nuestra privacidad, nuestras fotos, nuestros textos. Estos aparatos: los
portátiles con sus programas tipo Facebook o en soporte móvil, somos nosotros mismos,
o mejor dicho, una extensión de nosotros mismos que nunca envejece, están ahí siempre
perfectos acompañándonos; en el caso del
móvil, haya donde vayamos, guardando toda nuestra información, incluso nuestra
agenda.
Qué sensación tan agradable y
atrayente es el poder manejar la pantalla táctil de tu iphone y ser consciente
de que siempre está igual no envejece, los iconos siempre en plenitud.
Éste es, a mi juicio, el mayor logro vía subconsciente de la tecnología digital
sobre este anhelo de inmortalidad antropológica no confesa del hombre, que baña tantas actividades de nuestra existencia, no
en vano, este logro de la era digital, siempre ha tenido refrendo en la historia
del ser humano, al menos el civilizado.
Y es que, es justamente lo que a
continuación voy a explicar, lo que curiosamente me ha llevado escribir este
artículo. Esta tarde después de comer disfrutaba de una lectura en la terraza del
restaurante. Veía a la gente pasar de un lado a otro; siguiendo mis costumbre,
a ratos observaba a cada persona , y lo alternaba con la lectura; en un momento
dado ha aparecido una chica guapa y joven, de estas chicas de veintipocos que
se encuentran en plenitud, con un aspecto tan saludable que da gusto verlas; súbitamente, me ha recorrido una sensación de
satisfacción por contemplar a un semejante en dicha condición de plenitud, como
si con aquella bella contemplación mi conciencia pudiera quedar tranquila al
constatar que todo sigue, y aunque yo siga envejeciendo , siempre habrá otros
seres humanos que vengan detrás y nos sustituya. Aquella
bella chica representaba esa inmortalidad de la que yo me he apropiado
momentáneamente, haciéndola mía. Nada de
esta reacción mía ha sido planeada, ha nacido espontáneamente.
Esta extensión de “inmortalidad
inducida”, - virtual a fin y al cabo- , se puede antojar como algo exagerado,
pero no es así; como pasa con todo
aquello a lo que estamos acostumbrados y es extraordinario, que no lo valoramos.
Por tanto, para entender lo que planteo, sólo tenemos que contemplar la
siguiente hipótesis o situarnos en el
siguiente escenario: ¿qué nos pasaría por la cabeza si de repente un día
cualquiera el ser humano dejara de poder reproducirse?, imaginemos que somos conscientes de que
nuestra generación es la última de la tierra, - por la razón que fuere - , somos los
últimos de una cadena condenada a desaparecer cuando el último de nuestros coetáneos
muriera. ¿Cabría mayor pavor
existencial que ser consciente de esta desaparición?. Yo no puedo imaginar nada
peor; estoy seguro, que ahora comprenderán
y valorarán mucho más - en su justa medida -, a todos estos seres mas jóvenes que
nos rodean y son el símbolo de nuestra propia inmortalidad colectiva.