le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

jueves, 7 de agosto de 2014

inmortalidad virtual.





Si hay algo que la contemporaneidad ha conseguido en esta última década,  es reforzar  de manera virtual el anhelo antropológico de sentirse inmortal.

Lo que nos rodea,  -  con lo que vivimos -,   los objetos que utilizamos a diario,   son objetos que no envejecen, este factor novedoso de los materiales refuerza la sutil sensación  de que hay una extensión de las cualidades imperecederas de dichos objetos en nosotros.

Los niveles de acabados en los objetos en los smartphones de última generación, por ejemplo, son de tal calidad que sus superficies no se desgastan con las rozaduras, e incluso con los golpes;  el tacto de estas superficies es liso y curvo, sus propiedades al tacto permanecen  sorprendentemente inalteradas, y el aspecto general del objeto siempre es de un lustre cuasi eterno, como si jamás fuera a envejecer.





La televisión


La televisión fue un punto de inflexión en el desarrollo de nuestra civilización.  Constituyó  un elemento fundamental para la generación de un yo colectivo y una identidad compartida, aparte de ser una herramienta de comunicación de información de una potencia desconocida hasta aquellas fechas. También ofreció al hombre la posibilidad de estar presente a través de la pantalla en otro lugar, en tiempo real, incluso.


Curiosamente, -de manera involuntaria- , la televisión le sirvió al hombre para poder pasar de la ya tradicional inmortalidad inducida de la imagen fotográfica a la viva expresión de la recreación de la vida en un archivo reproducible sin límite, sin que esa imagen de la vida real con el factor tiempo reviviéndose una y otra vez  se viera alterada; el espacio-tiempo fue encapsulado y conservado como prueba fiel de la existencia de un tiempo pasado.

En La contemplación de aquellos antepasados que no hemos conocido en vida existe un matiz de reafirmación o reconocimiento identitario entre generaciones; el hecho de que podamos ver   generaciones anteriores a nuestro nacimiento caminando como nosotros y ver sus facciones, tal como son las nuestras, produce un efecto de confirmación sobre la identidad de la especie o familiaridad, y una relativa conciencia  acerca del virtual carácter perpetuo de la existencia humana.


Sin embargo, cuando las imágenes corresponden a nosotros mismos o a otras personas coetáneas,  en ellas podemos constatar la condición inexorable del envejecimiento, - el efecto es contundente - , mostrándonos a las claras lo limitado en el tiempo de nuestra existencia como individuo, relegando a un segundo plano esa aparente perpetuidad de la especie en su conjunto, esa capacidad de repetición del ser en tanto que especie.

En resumen: la televisión reúne un sentimiento unificador en la especie, aparejado a una apariencia repetitiva de los patrones y familiaridad inducida;  cohabitando a su vez con la cruda constatación del implacable efecto del tiempo en nuestro envejecer. Por lo tanto, la televisión crea sentimientos encontrados en nuestro acerbo colectivo.





La era Digital.


Si la televisión  entre otras cualidades ya nombradas nos permitía estar en otro lugar al mismo tiempo, la creación de internet nos ha dado la posibilidad de acceder a toda la información generada y con carácter inmediato, sumado a  la posibilidad del intercambio de información al instante y sin límite cuantitativo. La era digital marca un hito  aún mayor, si cabe, que la invención de la televisión;  quizás no comparable con la primera en términos de impacto histórico-contextual como adelanto tecnológico, pero sí en lo tocante su  capacidad exponencial para  formar parte activa en nuestras vidas; según estamos comprobando  cada año, sin poder predecir la cuantificación de su impacto de cara al futuro,  aunque ya es enorme.

Paralelamente a estas cualidades objetivas y fácilmente evaluables, - digamos que lo descrito son los objetivos premeditados y conscientes de esta herramienta-, existe otra cualidad agregada que va soterrada a las anteriores,  y tiene que ver con el modo en que la información nos es presentada en el display de la pantalla y su carácter perpetuamente invariable.

La televisión nos presentaba imágenes que podíamos ver una y otra vez sin que envejecieran, por así decirlo, pero nunca hemos tenido en la pantalla del televisor información sobre nosotros; éste es el factor verdaderamente diferencial respecto a la televisión.

Desde la pantalla de nuestro portátil controlamos, gestionamos y producimos una serie de información que nos pertenece, es nuestra, y una y otra vez, al abrir aquel Word de hace dos meses, podemos comprobar esa apariencia de perfección y perpetuidad estética de la imagen, sin envejecimiento. Los mismos pixeles , nítidos, con su color inalterado; es como un milagro.





Face Boook.


Este curioso fenómeno cobra mayor trascendencia cuando la información que uno tiene en la pantalla lleva asociado un carácter emotivo, o de carácter social,  es información que a uno le representa de algún modo. Es el caso de las redes sociales, y me voy a referir a Facebook, como representante más notable de lo que quiero transmitir.

Facebook es una red social que mantiene intercomunicado  a millones de personas; por supuesto, aprovecha las ventajas de internet y los usuarios pueden compartir de forma instantánea la información, deshaciendo el mito de la distancia para el hombre, simplemente lo pulveriza. 


¿Cuál es el siguiente paso que  Facebook ofrece?;  sin duda, el hecho de que cada usuario tenga su perfil personal dentro de la comunidad,  le otorga una cualidad de propiedad personal que redunda en un factor identidad muy marcado, de pertenencia y de autoafirmación a través del desarrollo de tu propio perfil y la subsiguiente interacción potencial de tu información con la de otros perfiles asociados, claro.



De manera tal que, cuando uno abre su portátil  y se conecta a Facebook,  puede contemplar día tras  día, como el programa,   - con una estética muy trabajada y depurada- ,   permanece con esa belleza visual tan irremediablemente atrayente que tiene lo que siempre está en estado de plenitud,  siempre perfecto,  sin fallos ni errores. Los colores son siempre iguales, esos azules y esos rojos que avisan de algo,  siempre igual,  dia tras dia. Además, resulta que esta imagen es de nuestro perfil,  toda aquella información que nos pertenece y que está asociada a nuestra propia identidad, la cual permanece invariable, siempre lozana. Hemos encontrado el elixir de la eternidad a través de esta identidad virtual que constituye el perfil de fbook.


Todo este proceso perceptivo empieza con el placer visual de observar unos colores armoniosos, y unas composiciones en la presentación de la información perfectamente compensadas,   siempre teniendo en cuenta los pesos visuales y valorando las preferencias del ojo humano  a la hora de priorizar su  mirada dentro de la composición de un  rectángulo.

Este placer visual es el detonante o estímulo perceptivo, que una vez es asimilado va dejando su poso  con la acción del tiempo.  Debemos sumar a la acción de este poso la asociación de esas imágenes  invariables,   eternamente perfectas   con nuestra propia identidad, finalmente.


Este último paso de extensión de la invariabilidad en el aspecto de la información sobre nosotros mismos como ente invariable, y en última instancia inmortal,  está regido por nuestro subconsciente. No se trata de que pensemos que realmente somos inmortales, naturalmente que sabemos que no es así, pero todo sucede a nuestro alrededor como si así fuera, como si de un juego se tratara, una especie de inmortalidad virtual de estos aparatos que nos gobiernan y se identifican con nosotros ya que son soporte para el manejo de una parte de nuestro yo que es nuestra información, nuestra privacidad, nuestras fotos, nuestros textos. Estos aparatos: los portátiles con sus programas tipo Facebook o en soporte móvil, somos nosotros mismos, o mejor dicho, una extensión de nosotros mismos que nunca envejece, están ahí siempre perfectos acompañándonos;  en el caso del móvil, haya donde vayamos, guardando toda nuestra información, incluso nuestra agenda. 


Qué sensación tan agradable y atrayente es el poder manejar la pantalla táctil de tu iphone y ser consciente de que siempre está igual no envejece, los iconos siempre en plenitud.


Éste es, a mi juicio, el mayor logro vía subconsciente de la tecnología digital sobre este anhelo de inmortalidad antropológica  no confesa  del hombre,  que baña  tantas actividades de nuestra existencia, no en vano, este logro de la era digital, siempre ha tenido refrendo en la historia del ser humano, al menos el civilizado. 


Y es que, es justamente lo que a continuación voy a explicar, lo que curiosamente me ha llevado escribir este artículo. Esta tarde  después de comer  disfrutaba de una lectura en la terraza del restaurante. Veía a la gente pasar de un lado a otro; siguiendo mis costumbre, a ratos observaba a cada persona , y lo alternaba con la lectura; en un momento dado ha aparecido una chica guapa y joven, de estas chicas de veintipocos que se encuentran en plenitud, con un aspecto tan saludable que da gusto verlas;  súbitamente, me ha recorrido una sensación de satisfacción por contemplar a un semejante en dicha condición de plenitud, como si con aquella bella contemplación mi conciencia pudiera quedar tranquila al constatar que todo sigue, y aunque yo siga envejeciendo , siempre habrá otros seres humanos que vengan detrás y nos sustituya.  Aquella bella chica representaba esa inmortalidad de la que yo me he apropiado momentáneamente, haciéndola mía.  Nada de esta reacción mía ha sido planeada, ha nacido espontáneamente.


Esta extensión de “inmortalidad inducida”, - virtual a fin y al cabo- , se puede antojar como algo exagerado, pero no es así;  como pasa con todo aquello a lo que estamos acostumbrados y es extraordinario, que no lo valoramos. Por tanto, para entender lo que planteo, sólo tenemos que contemplar la siguiente hipótesis  o situarnos en el siguiente escenario: ¿qué nos pasaría por la cabeza si de repente un día cualquiera el ser humano dejara de poder reproducirse?,  imaginemos que somos conscientes de que nuestra generación es la última de la tierra, - por la razón que fuere - , somos los últimos de una cadena condenada a desaparecer cuando el último de nuestros coetáneos  muriera. ¿Cabría mayor pavor existencial que ser consciente de esta desaparición?. Yo no puedo imaginar nada peor;  estoy seguro, que ahora comprenderán y valorarán mucho más - en su justa medida -, a todos estos seres mas jóvenes que nos rodean y son el símbolo de nuestra propia inmortalidad colectiva.