Hay pocas cosas tan bonitas como sentir el silencio, y entenderlo. Las grandes emociones nos hacen sentirnos
vivos, nos funden con la naturaleza. Lo otro, es entender el silencio; es caer en la profundidad del abismo de
nuestra conciencia, y escuchar que no se oye nada; es en ese momento donde la
existencia se vuelve intensa, aunque apacible, sin sobresaltos. El tiempo -el sentido de su cadencia y duración- , toma una presencia
que le confiere otra dimensión, lo sentimos dilatado, y nuestra identidad, tan
volátil y voluble en la vida real, parece ser una, por unos instantes.
Esta divagación fue el resultado de visionar El nacimiento del amor, de Philippe Garrel. A él le debo que, tras salir los agradecimientos finales sin audio, dejaran mi salón en un silencio que me hizo sentir la intensidad de ese momento, sugestionado, sin duda, por los retazos de verdad que este hombre imprime en cada plano, sin lugar a la afectación, o la opulencia.
11 de Junio de 2015.