Nos pasa más veces de las que
imaginamos. Ante una situación que vivimos con otra persona, interpretamos sus
actos únicamente desde el exterior hacia el interior. Observamos al otro como
si nosotros no existiéramos, y su actitud fuera el fruto de su esencia personal , únicamente influenciado por su propia personalidad y el
entorno que le circunda en esa situación; pero el observador -nosotros-, como si no existiese;
pensamos que nuestra presencia no le ha
condicionado. Nosotros, el juez que sigiloso interpreta la realidad sin tener
en cuenta la constante retroalimentación – inevitable- entre individuos.
Debemos juzgar las situaciones no sólo por sus resultados, no sólo desde el exterior hacia el interior, sino también,
desde el interior al exterior. ¿En qué manera mi presencia, mi comportamiento,
está condicionando la actitud del otro? . Quizás, su retraimiento, su actitud
aparentemente afectada o falta de autenticidad no sea fruto más que del atenazamiento que sufre a resultas de nuestra sola presencia, de nuestra
personalidad invasora. Los invasores son los líderes, los que influyen sobre
los demás sin que ni siquiera pretendan hacerlo. Interpretemos la realidad como
la amalgama resultante entre cómo los demás influyen en mí, y cómo yo influyo en
ellos, evitando hacer juicios absolutos.