La acompañé hasta la entrada en su portal, y como si la
familiaridad que le otorgaba estar ya en lo que consideraba su terreno le confiriera la seguridad que le había faltado;
en vez de entrar, se sentó en una jardinera y mirándome con actitud entre
desafiante y cercana me sorprendió con una orden:
“Camina hacia tu coche y así te podré ver andar”
En toda mi vida me
habían dado una orden de esa clase, le pedí que me confirmara si la orden era
tal y como la había expresado, a lo que ella asintió sonriente y convencida.
Inicié mi andadura por
el asfalto camino hacia mi coche, conocedor de que tenía una cámara grabándome…
Unos metros después , ya al llegar al coche, me di la vuelta y ella ya no estaba, se había
esfumado , entré en mi coche y en vez de arrancar e irme aproveché para chatear
con un amigo, y , mientras ensimismado en mi que hacer escribiente perdía la
noción del tiempo, súbitamente, ella apareció en mi ventana y con una cálida sonrisa me dijo:
“He vuelto para despedirme otra vez”
Me sorprendió tanto su
vuelta, ese detalle, que entre lo ensimismado que estaba con el chat y la
sorpresa de su reaparición, me quede paralizado…,
“Alvaro, encima de que vengo a verte de nuevo ¿te quedas ahí parado?”
La volví a mirar, y
por fin reaccioné, saliendo encantado y con muchas ganas de abrazarla de nuevo
para despedirme.
En menos de 5 minutos, me sucedieron dos cosas que nunca me
habían pasado en mi vida, para que luego digan que lo tenemos todo visto ya…,
pues no; porque hay personas que van más allá como resultado aplicar una inocente
naturalidad…
Esta ha sido de esas veces que uno piensa que no es tiempo
perdido el sentir que vuelves a casa cuando la luz del alba te hace oir cantar
a los mirlos, pensando en que has ido caprichosamente
en contra de los tempos de la naturaleza…; no, esta vez, podía escuchar su canto por las calles y disfrutar
del alba madrileño a sabiendas de que el tiempo precedente al nacimiento diario de la luz fue
tiempo aprovechado.