Durante un tiempo que no dilaté por cuidar la salud del órgano vital que me habita y me retuerce, exprimiéndome; viví en lo imposible: entre el cielo y la tierra.
El cielo.
Uno puede ansiar tocar el cielo, amasar sus vaporosas y turgentes nubes, navegar a través de sus ilimitados espacios probando soñar; desear abrirse ante su luz cegadora y dejarse llevar sin rumbo certero, mas sentirse acompañado por la paz interna del que se siente pleno.
Pero ese fluir casi libertario, - desafiante -, esconde el cántico celestial e hipnótico de las musas; la mismísima Calíope reencarnada en esta mujer de sex-appeal provocador y personalidad arrolladora. Ella te atrapa y suelta con la intensidad de los rayos, como descargas que rasgan mi ya convulso corazón; unas veces por dolor, otras por placer, pero siempre con resultado exhausto. Ella es placer original y desgracia futura; me salvó mi intuición, que avisa de los peligros por congraciarse con almas entrenadas en el capricho y el desdén.
La tierra.
Uno, también puede anhelar acariciar la tierra, y paso a paso, discurrir por sus caminos aprehendiendo el paisaje, sintiendo la virtud de su quietud, origen de mi calma.
Si, puedo sentir lo eterno en su mirada, esa incondicionalidad aparentemente infantil; y paradójicamente, sentir con claridad al mismo tiempo su carácter maduro e imperecedero; la fuerza de la pureza de un alma limpia, de abnegada entrega hacia el otro por nada, porque sí, por amor sincero.
Uno de los sentimientos más bonitos que una mujer puede hacer brotar en uno mismo es esa consciencia de ser mirado con los ojos del que no alberga la ambición de la posesión ; del que nada espera para sí, sino sólo admira; rasgo del ser humano virtuoso en el amor.
Una mujer cuya paz se esparce sobre los campos, apaciguándolos, contagiando de alegria y serenidad a todas sus especies.
O del uno, o del otro..
Pero por más que uno quiera disfrutar al mismo tiempo de donde los pies se posan cobrando su sentido y de donde nuestra vista pierde la noción del límite espacial; la naturaleza nunca nos permitió vivir en esta aire inconcluso, vago, volátil y desestabilizante que marca la frontera entre dos mundos opuestos, salvo traición hacia uno mismo y su conciencia. O eres de uno, o eres del otro; puedes estar en los dos , pero en tal caso, no serás ni de uno, ni del otro, víctima de la renuncia a la vida honesta y auténtica bajo el seno de una sola mujer.
Lo divino está en la tierra.
Verdaderamente, la tradición está equivocada; nunca más intensamente que en aquellas semanas fatídicas entre estas dos mujeres pude comprobar como la tierra, - tradicional pasto fértil de las malas pasiones que incendian al hombre -, es realmente donde la divinidad y la pureza habitan, y que, el cielo que nos corona, -hilo conductor con lo divino a lo largo de la historia -, no es otro lugar que el peligroso espacio de la tentación que hace elevarte, inconsciente y extasiado, hacia la morada de las bellas musas cantoras...