le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

domingo, 8 de marzo de 2015

La carambola.






Hay una expresión popular por la cual podemos designar casualidad. Se dice ”de carambola”, cuando una situación o suceso se ha generado como por casualidad al confluir circunstancias inesperadas,  que inusitadamente, se combinan como por arte de magia para crear algo nuevo. 


La carambola sucede en billar cuando una de las dos bolas jugadoras toca a las otras dos, realmente, de eso se trata, de lograr la aparente casualidad constante. Pero en el billar, nada es casualidad. La carambola sólo sucede después de un profundo análisis y una ejecución precisa; el billar es un deporte psicomotriz,  un delicado equilibrio ente mente y brazo. Así pues, qué bello paralelismo entre carambola y vida:  Llamamos carambola en la vida a aquello que sucede y  nos parece mágico, pero en realidad todo sucede y se engrana por una mega cadena de sucesos  que se van concatenando  con una precisión obstinada, pero no hay destino soñado sobre el que reflexionar. La vida y sus infinitas combinaciones simplemente suceden siguiendo unas leyes naturales que siempre son constantes. 

El billar es un triunfo del hombre sobre la naturaleza, un deseo ancestral de dominación de lo contingente representado en un juego. La mesa de billar es una analogía de la vida, constituye la intencionada parcelación de ésa inconmensurable concatenación de procesos causa efecto que nos supera y nos trasciende. Algo nos trasciende cuando forma ley  rectora fundamental de nuestra existencia y nosotros no podemos dominar ni predecir;  lo mismo que el concepto de nación,  la gente no entiende que España es indecidible, España no se decide porque es un ente que trasciende a sus ciudadanos, es una entidad superior sobre la que no cabe tomar decisiones en términos de referéndums.  Confunden sociedad civil con nación, la sociedad civil sí elige cómo ha de organizarse y gobernarse, pero no tiene capacidad de superar el concepto de nación, la nación es un hecho, nunca un proyecto, ninguna nación en la historia nace como voluntad planeada.


Escuchaba recientemente en la radio una justificación de lo más peregrino para justificar la existencia del hombre como resultado de una idea preconcebida por una entidad superior, es decir, el hombre se entiende como un proyecto.  Se trataba de justificar la pertinencia de todas las particularidades de la naturaleza en relación a la escala y concepción humana a través de sus consecuencias.  Así, la existencia de Dios y la definición de hombre como idea preexistente al propio mundo se demostraba corroborando que la temperatura del planeta es exactamente la idónea para nuestra existencia, la cantidad de oxigeno que presenta  la tierra es la idónea para nuestros pulmones; y así, con todo. Todo fue creado a imagen y semejanza del hombre porque el concepto hombre se supone preexistente a la propia concepción de las leyes de la naturaleza. Dios, creo nuestro paraíso natural para nosotros.¿No será, por el contrario, que nosotros somos imagen y semejanza de la naturaleza, y no la naturaleza imagen y semejanza nuestra?. Somos consecuencia de una serie de leyes, y no al revés. No somos la causa de la naturaleza, sino una consecuencia. Por lo tanto, no hay un concepto de destino;  una supuesta decisión preexistente que determinara conceptualizar una idea del hombre, y , después,  crear unas condiciones ad hoc para que podamos ser una realidad físicamente palpable.



No estaba escrito que yo conozca a tal o cual persona un día cualquiera de mi vida, no, el destino es sólo un concepto que refleja la impotencia del hombre para desenmascarar la interminable e inasible cadena de actos que obedecen a unas leyes invariables. El gran billar de la vida;   el destino, tal y como lo entendemos, nos pone a los seres humanos en esa presuntuosa idea de que somos protagonistas trascendentes, lo cual supondría asumir que nosotros trascendemos a las leyes de la naturaleza, y no al revés. Sin embargo, lo único que parece cierto y comprobable es la tangible invariabilidad de las leyes de la naturaleza, estas leyes dictan las reglas del juego y nosotros estamos inmersos en ellas. No creo, salvo sorpresa, que las leyes seleccionen que un individuo deba conocer a otro de forma infalible.  Quizás, sí hay algo que realmente manifiesta una trascendencia del hombre dentro de este gigantesco tablero de ajedrez que es la naturaleza;  es el hecho incontrovertible de que cada acto, cada suceso, por  nimio o grandilocuente que sea, ejerce una influencia sobre el resto del sistema. En este sentido, creo yo,  que puede encontrar el hombre su protagonismo y encontrarse a sí mismo. No podemos prever nada, no somos un destino preconcebido, pero cada partícula de la tierra nace solidaria y protagonista de todo, la interconexión es una característica definitoria fundamental. La paradoja de lo grande y lo pequeño unido por el cordón umbilical que hace reversible esa ley de que lo pequeño se vuelve grande y lo grande se vuelve pequeño, la naturaleza es potencialidad. Nosotros somos una constante potencialidad, nosotros somos la naturaleza misma en interacción.



La identidad del hombre se haya en la voluntad,  en la determinación. Precisamente, nuestra identidad nace como contraposición y lucha ante el carácter impredecible  de la vida y sus actos,  acciones o sucesos;  nosotros somos la actitud o la voluntad con la que el ser, como individualidad, decida afrontar la lucha por influir en la gran cadena de actos, variándolos a nuestro interés. La personalidad del individuo viene definida por cómo actúa frente a la de la cadena, aquello que sigue unas leyes pero, por tamaño, no puede controlar.


A mí me paso el Sábado pasado, no tenía ganas de salir , pero sentí que debía hacerlo, ¿Quién podría asegurar que esa noche no iba a conocer a una mujer interesante, ¿y si ese era el día?, nunca se sabe.., pero lo cierto es que si no salía, la potencialidad bajaba casi hasta el cero, porque no creo que una vecina maravillosamente femenina acudiera a pedirme azúcar esa noche, ¿o si?. Y esta es la paradoja e inconsistencia del concepto de destino, o más bien predestinación; cada vez que algo sucede como consecuencia de un acto nuestro, la inacción de ese mismo acto podría haber generado otro resultado inesperado para nosotros y que fuera mucho más beneficioso. ¿Cuántas veces hemos estado a punto de morir y jamás lo sabremos; cuántas veces hemos tenido a la mujer de nuestra vida al lado, o se ha cruzado con nosotros y jamás seremos conscientes de ello?. 

Sólo hay una cosa cierta: la capacidad de elección. Construye identidad porque es una decisión consciente,  pero no lo es desde un punto de vista absoluto, pues,  hasta la más mínima decisión que tomamos no deja de ser el resultado de la influencia de todo aquello que nos ha sucedido en nuestra vida, y que , perfilan nuestro ser, nos da forma; en este sentido, somos lo que somos como una figura de barro moldada por el escultor, la naturaleza nos perfila. La identidad, llegando al extremo, se convierta en la nada, en un azucarillo que termina por disolverse, sólo la capacidad elección como tal, la capacidad de elegir, es la identidad, aunque esa elección esté condicionada por lo que nos trasciende y nos perfila; tenemos dueño, pero nos deja hablar. Paul valéry llegaba a algo tan potente como desgarradoramente cierto: El instante cero;  sólo existe el momento presente, cada instante anterior al siguiente instante ya no existe, la única realidad es el instante presente en el tiempo, invariablemente dinámico en su constante nacer y perecer. La construcción de la identidad se consigue mediante la memoria, un milagro de nuestro cerebro que recuerda lo sucedido.