Hay una expresión popular por la
cual podemos designar casualidad. Se dice ”de carambola”, cuando una situación
o suceso se ha generado como por casualidad al confluir circunstancias
inesperadas, que inusitadamente, se
combinan como por arte de magia para crear algo nuevo.
La carambola sucede en billar
cuando una de las dos bolas jugadoras toca a las otras dos, realmente, de eso
se trata, de lograr la aparente casualidad constante. Pero en el billar, nada
es casualidad. La carambola sólo sucede después de un profundo análisis y una
ejecución precisa; el billar es un deporte psicomotriz, un delicado equilibrio ente mente y brazo. Así
pues, qué bello paralelismo entre carambola y vida: Llamamos carambola en la vida a aquello que
sucede y nos parece mágico, pero en
realidad todo sucede y se engrana por una mega cadena de sucesos que se van concatenando con una precisión obstinada, pero no hay
destino soñado sobre el que reflexionar. La vida y sus infinitas combinaciones
simplemente suceden siguiendo unas leyes naturales que siempre son constantes.
El
billar es un triunfo del hombre sobre la naturaleza, un deseo ancestral de
dominación de lo contingente representado en un juego. La mesa de billar es una
analogía de la vida, constituye la intencionada parcelación de ésa inconmensurable
concatenación de procesos causa efecto que nos supera y nos trasciende. Algo
nos trasciende cuando forma ley rectora fundamental
de nuestra existencia y nosotros no podemos dominar ni predecir; lo mismo que el concepto de nación, la gente no entiende que España es
indecidible, España no se decide porque es un ente que trasciende a sus ciudadanos,
es una entidad superior sobre la que no cabe tomar decisiones en términos de referéndums.
Confunden sociedad civil con nación, la
sociedad civil sí elige cómo ha de organizarse y gobernarse, pero no tiene
capacidad de superar el concepto de nación, la nación es un hecho, nunca un
proyecto, ninguna nación en la historia nace como voluntad planeada.
Escuchaba recientemente en la
radio una justificación de lo más peregrino para justificar la existencia del
hombre como resultado de una idea preconcebida por una entidad superior, es
decir, el hombre se entiende como un proyecto. Se trataba de justificar la pertinencia de
todas las particularidades de la naturaleza en relación a la escala y concepción
humana a través de sus consecuencias. Así,
la existencia de Dios y la definición de hombre como idea preexistente al propio
mundo se demostraba corroborando que la temperatura del planeta es exactamente
la idónea para nuestra existencia, la cantidad de oxigeno que presenta la tierra es la idónea para nuestros
pulmones; y así, con todo. Todo fue creado a imagen y semejanza del hombre
porque el concepto hombre se supone preexistente a la propia concepción de las
leyes de la naturaleza. Dios, creo nuestro paraíso natural para nosotros.¿No será, por el contrario, que
nosotros somos imagen y semejanza de la naturaleza, y no la naturaleza imagen y
semejanza nuestra?. Somos consecuencia de una serie de leyes, y no al revés. No
somos la causa de la naturaleza, sino una consecuencia. Por lo tanto, no hay un
concepto de destino; una supuesta
decisión preexistente que determinara conceptualizar una idea del hombre, y , después,
crear unas condiciones ad hoc para que
podamos ser una realidad físicamente palpable.
No estaba escrito que yo conozca
a tal o cual persona un día cualquiera de mi vida, no, el destino es sólo un
concepto que refleja la impotencia del hombre para desenmascarar la
interminable e inasible cadena de actos que obedecen a unas leyes invariables.
El gran billar de la vida; el destino,
tal y como lo entendemos, nos pone a los seres humanos en esa presuntuosa idea
de que somos protagonistas trascendentes, lo cual supondría asumir que nosotros
trascendemos a las leyes de la naturaleza, y no al revés. Sin embargo, lo único
que parece cierto y comprobable es la tangible invariabilidad de las leyes de
la naturaleza, estas leyes dictan las reglas del juego y nosotros estamos
inmersos en ellas. No creo, salvo sorpresa, que las leyes seleccionen que un
individuo deba conocer a otro de forma infalible. Quizás, sí hay algo que realmente manifiesta
una trascendencia del hombre dentro de este gigantesco tablero de ajedrez que
es la naturaleza; es el hecho
incontrovertible de que cada acto, cada suceso, por nimio o grandilocuente que sea, ejerce una
influencia sobre el resto del sistema. En este sentido, creo yo, que puede encontrar el hombre su protagonismo
y encontrarse a sí mismo. No podemos prever nada, no somos un destino
preconcebido, pero cada partícula de la tierra nace solidaria y protagonista de
todo, la interconexión es una característica definitoria fundamental. La paradoja
de lo grande y lo pequeño unido por el cordón umbilical que hace reversible esa
ley de que lo pequeño se vuelve grande y lo grande se vuelve pequeño, la naturaleza
es potencialidad. Nosotros somos una constante potencialidad, nosotros somos la
naturaleza misma en interacción.
La identidad del hombre se haya
en la voluntad, en la determinación. Precisamente,
nuestra identidad nace como contraposición y lucha ante el carácter impredecible
de la vida y sus actos, acciones o sucesos; nosotros somos la actitud o la voluntad con la
que el ser, como individualidad, decida afrontar la lucha por influir en la
gran cadena de actos, variándolos a nuestro interés. La personalidad del individuo
viene definida por cómo actúa frente a la de la cadena, aquello que sigue unas
leyes pero, por tamaño, no puede controlar.
A mí me paso el Sábado pasado, no
tenía ganas de salir , pero sentí que debía hacerlo, ¿Quién podría asegurar que
esa noche no iba a conocer a una mujer interesante, ¿y si ese era el día?,
nunca se sabe.., pero lo cierto es que si no salía, la potencialidad bajaba
casi hasta el cero, porque no creo que una vecina maravillosamente femenina
acudiera a pedirme azúcar esa noche, ¿o si?. Y esta es la paradoja e
inconsistencia del concepto de destino, o más bien predestinación; cada vez que
algo sucede como consecuencia de un acto nuestro, la inacción de ese mismo acto
podría haber generado otro resultado inesperado para nosotros y que fuera mucho
más beneficioso. ¿Cuántas veces hemos estado a punto de morir y jamás lo
sabremos; cuántas veces hemos tenido a la mujer de nuestra vida al lado, o se
ha cruzado con nosotros y jamás seremos conscientes de ello?.
Sólo hay una cosa
cierta: la capacidad de elección. Construye identidad porque es una decisión
consciente, pero no lo es desde un punto
de vista absoluto, pues, hasta la más mínima
decisión que tomamos no deja de ser el resultado de la influencia de todo
aquello que nos ha sucedido en nuestra vida, y que , perfilan nuestro ser, nos
da forma; en este sentido, somos lo que somos como una figura de barro moldada
por el escultor, la naturaleza nos perfila. La identidad, llegando al extremo,
se convierta en la nada, en un azucarillo que termina por disolverse, sólo la capacidad
elección como tal, la capacidad de elegir, es la identidad, aunque esa elección
esté condicionada por lo que nos trasciende y nos perfila; tenemos dueño, pero
nos deja hablar. Paul valéry llegaba a algo tan potente como desgarradoramente
cierto: El instante cero; sólo existe el
momento presente, cada instante anterior al siguiente instante ya no existe, la
única realidad es el instante presente en el tiempo, invariablemente dinámico
en su constante nacer y perecer. La construcción de la identidad se consigue
mediante la memoria, un milagro de nuestro cerebro que recuerda lo sucedido.