Todos los habitantes de Roma
deseaban contemplar a la ninfa, todo aquel que la contemplaba, declaraba que era la el ser más bello que jamás había contemplado, pero el deseo por su goce tenía un precio: la imposibilidad
de describir su belleza. Era tal su diversidad expresiva, que
no hubo ningún romano capaz de resumirla en imágenes plasmadas como recuerdo
mental. Cayo Octavio, Escultor de la
región de Etruria , describía su
impotencia:
"Nublas mi mente, pues
colmas mi percepción. En tu ausencia, mi pensamiento te pierde; yago
huérfano de ti; vislumbo un vago recuerdo
que me nutre de imágenes contradictorias reflejando miles de pinceladas difusas que reverbera el recuerdo de tu imagen. No puedo asirte, te escapas de
mí; urge el encuentro en ti. Ninfa de innumerables formas expresivas, has doblegado mi capacidad de
síntesis. En tu misterioso rostro con miles de formas cambiantes, yace el
encanto de la sirena que proyecta el haz de luz que me ciega; la mirada de
fascinación por observarte pago a alto precio. Nunca tu belleza será descrita, es
el peaje por osar mirarte de frente y tratar de descifrar la multiplicidad de tus
infinitas esencias estéticas."