<<... El sacrificio voluntario, plenamente consciente y libre de toda coacción, el sacrificio de uno mismo en provecho de todos, es para mí la muestra del mayor desarrollo de la personalidad, de su superioridad, de una perfecta posesión de uno mismo, del más perfecto libre albedrío [...] Una personalidad fuertemente desarrollada, sin temer por sí misma, no puede hacer ya nada para sí, es decir, no puede tener otra utilidad que la de sacrificarse por los demás, a fin de que todos ellos se conviertan a su vez en personalidades arbitrarias y felices. Es la ley de la naturaleza: el hombre normal tiende a alcanzarla.>>
Dostoievski nos habla en este agudísimo párrafo sobre aquello que Aristóteles llamaba el ejercicio de la virtud, por el que cualquier ser humano recibe ulterior beneficio por dedicarse a los demás. Sin embargo, Aristóteles no condicionaba el ofrecerse a los demás a haber adquirido una personalidad fuertemente desarrollada, como sí lo considera Dostoievski, sino que ya el mero ejercicio de la entrega, - desde cualquier fase del desarrollo personal- , sería el mecanismo natural para llegar a la excelencia de sí.