le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Almagro, 10.



Franqueó la doble puerta en vidrio de entrada al café-bar Almagro, 10,  con la misma autoridad que exhibe un oficial inglés entrando en su cantina; iba acompañada, un par de pasos atrás de su ayudante Poztdorf; una rubia belga de generosas proporciones, cabello en media melena rubio brillante y paso grave. Ambas se dirigieron hacia un grupo de amigos que les esperaban justo al lado de donde estaba Horacio con su amigo Schmizt,   cenando de pie sobre una mesa alta. A pesar del semblante de seguridad y caminar decidido, la ligera inclinación de su cabeza  y tronco, parecían delatar cierta timidez, algo no poco común en personas de cierta presencia física; La Condesa Teresa Raffo,  ayudada por su generosa altura, combinaba de manera precisa lo que algunas personas exquisitas logran transmitir: una pose que asume el atractivo de sus cuerpos con actitud humilde, sin ostentación,  pero sin renunciar a ser lo que son,  fruto de sus dones naturales.
Al tiempo que llegaba a la mesa de sus amigos, -en esos segundos desde que la vio entrar-,  Horacio pensó con ironía en cómo el destino había querido que ambos se encontraran caprichosamente un segundo antes de que él,  imbuido por la fatal dependencia del deseo por sentir  su presencia y curiosear su rostro, fuera a escribirla por whatsapp;  rebajándose a la posición del sumiso admirador que sólo consigue hundirse más y más en la sima del olvido,  pues nada alimenta más la posición de superioridad del admirado, que la infatigable perseverancia del admirador. 
Sin  embargo,  Horacio no se reconocía un admirador tal y como las gentes lo conciben.  Por ejemplo: aunque le resultase sin duda placentero,  no era poder emplear tiempo en escudriñar el rostro de la condesa lo que más anhelaba; algunas veces, -son las menos-,  sólo se desea la presencia de la otra persona;  saber que está al lado tuyo, pues su sola cercanía te hace sentirte reconfortado. Ello, le había ocurrido pocas veces en su vida.
Ahora, tras las experiencias vividas en el pasado,  Horacio había aprendido a identificar ese mismo estado actual en aquellos del pasado que nacieron como pequeños hitos en su juventud amorosa, y que derivaban hacia una querencia  irracional,  por cuanto era la persona en sí, lo que inducía en Horacio un apego instintivo y de cierta familiaridad; un apego desvinculado de cualquier posible embelesamiento hacia su  formación, cultura, u otras cualidades de la condesa;  sobre las que poco a nada sabía, y por ende,  carecían de toda influencia en su ensimismamiento.
Horacio no se lo dijo a Schmitz, pero un par de días antes, ella le aseguró que si se quedaba libre después de un funeral que tenia esa misma tarde,  entonces estaría libre y podrían cenar. Por tanto, aquella súbita entrada de la Raffo con su ayudante significó muchas cosas a la vez, aparte de lo ya descrito. Una vez más, la realidad le hacia asumir lo que ya había sucedido en otras ocasiones entre ambos: que ella siempre inventaba excusas para no poder encontrarse con Horacio,  y que para una vez en que él dejo las cosas al azar y decidió no escribirla, esperando que ella le avisara en caso de quedarse libre,- seguramente la condesa ni se acordó, pues probablemente no ocupaba sus pensamientos-,   el destino le brindaba a Horacio la prueba palmaria de que ella prefería salir a despachar con otras amistades en esa noche después del funeral, que salir a cenar con él.
Ante esta situación en que la presencia de la admirada se convertía en una pequeña pesadilla, como pura  representación física de la desazón de Horacio;  no encontró mejor solución que mirar al plato mientras comía, implorando al azar que no tuviera por deseo que las miradas de ambos se encontraran; estando ella situada apenas a un par de metros de distancia,  y sólo tapada por un amigo con el que departía animosamente.
De pronto, un par de minutos más tarde, decidió acercarse a saludarnos.  Estuvo simpática y cercana.  Por segunda vez,  desde que se conocieron en la barra de un bar de forma muy original, las manos de ambos se solaparon en algún momento de la conversación, rozando sus falanges suavemente. En esos dos primeros encuentros, fue  Horacio el que retiró su mano  antes - quizá impercetible para  ella-,   debido al pudor que sentía por lo inesperado de una muestra de cariño que quizás sea habitual para Teresa Raffo , pero a la cual,  Horacio no quería dar pábulo,  por riesgo a querer mantenerla en el tiempo y producir una reacción de rechazo, cosa que  trataba de evitar a toda costa.
Mostraba desparpajo al hablarles alternando su mirada entre uno y otro, pero seguía con la cabeza ligeramente inclinada. Horacio pudo recrearse en su rostro; a menudo, más que en lo que le decían las personas, se fijaba en cómo lo decían,  aprovechando el tiempo para sentir lo que la expresión de su rostro le transmitía. Los ojos de La condesa estaban velados por algún pequeño derramamiento en aquella fría noche de Noviembre, y sus parpados se mostraban algo cansados; seguramente , ella nunca sabría -  de no ser el propio Horacio quien se encargara de decírselo- ,  que aquellos pequeños signos de imperfecciones, lejos de ser desagradables, se mostraban a Horacio como exquisitos contrapuntos a la belleza general de su rostro, pues como el  escritor y esteta italiano  Gabriel D'annunzio le gustaba proclamar: " No hay nada peor que un rostro perfecto, sin que haya detalle alguno que le otorgue personalidad diferenciada".
La conversación duró poco,  aunque fue cordial y alegre,  como ella es.  A partir de ese momento, Horacio se decicó a charlar con Schmitz de temas muy diversos; sin embargo,  había una parte de él que quería seguir con atención los movimientos de La condesa. Y la verdad es que esta mujer, más que moverse, se desliza. Posee una cualidad natural para andar con gracilidad y elegancia de un lugar a otro de aquel local que encandila.
En varias ocasiones,  fruto de sus encuentros fortuitos con amigos - no olvidemos que en estos ambientes burgueses todo el mundo se conoce- ,  pudo observar su rostro mientras hablaba con otras personas; para su sorpresa, fue en estas visiones dónde Teresa Raffo expresaba toda su belleza, pues Teresa,   no sólo es la belleza de su rostro,  sino su conjunción con los movimientos y actitudes tan dulces y exquisitos que desarrolla en cada momento de su conversación. Expresa bondad, una serena dulzura y alegría de vivir; todo ello sutilmente ponderado por unas maneras muy educadas  y escogidas; todo un arte de la feminidad; - tan escaso en estos tiempos que le han tocado vivir a Horacio -,  y por lo que, a menudo,  procura internarse en mundos casi olvidados de sutilezas y bellezas que los mejores escritores del siglo XIX relatan en sus grandes novelas.
No obstante, Horacio es consciente de que todas estas consideraciones que a él le encandilan y le hacen ver a la condesa por dentro, - desde su comportamiento externo, captando su esencia -,  o al menos,  la esencia que él siente,  constituyendo motor de una inspiración y atracción noble;  a buen seguro tendría un nulo efecto en su potencial receptor,  cuando no contraproducente, si se lo declarara de forma hablada o escrita; debido a cómo la idiosincrasia de las relaciones entre los hombres y las mujeres han ido cambiando hasta la actualidad, en un mundo que se caracteriza por las pasiones inmediatas y la constante renovación de las mismas,  para huir de enfrentarse con uno mismo y su pensamiento, entre otras cosas. 
Pero el que escribe este texto no quiere,  y cree que no debe,  dejar de expresar todas estas sensaciones vividas por Horacio, por más que ello se pudiera volver en contra de Horacio y sus intereses, o como mal menor, pasara totalmente inadvertido; porque al final, lo único que importa es la honestidad hacia uno mismo, y con ella, si no llega a los otros, será porque no se estaba hecho el uno para el otro, y quizás,  los tipos de sensibilidades no concuerden, pues es milagro el que sentimientos y sensibilidades humanas terminen por ser coincidentes. 
La citada noche de almagro, 10 , - fue un jueves- ,  que tantos frutos  ofreció a Horacio, tuvo un remate estético a modo de colofón, pues en sus idas y venidas, la espigada condesa malagueña terminó por situarse en el exterior del bar para conversar con unas amistades y Horacio pudo contemplar, asombrado, la gran melena castaña que portaba cual corcel árabe; pero  no quiso contarme más acerca de este capitulo, por lo que espero ganarme su confianza una vez más en el futuro, y contar más aventuras, - y  desventuras-,  de la vida  de Horacio.