le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

viernes, 8 de mayo de 2015

Sobre el goce y el deseo.





Según Pascal Guinard, Séneca dice que el taedium, es la enfermedad de los seres humanos; tiene su origen en que estos saben que han se poseer un cuerpo contenido entre dos límites innobles, que le imponen el coito del cual provienen y la pobredumbre de la muerte en la que se corrompen.



El goce es la manifestación más intensa de vivir. El coito, el momento orgásmico, su culmen identitario.  Qué puede  constituirse en mayor éxtasis  para el ser humano que reproducir el momento de su propio engendramiento, el goce máximo del cuerpo en carne viva, por eso, su retracción es una pequeña muerte. Después del goce, llega el hastío del taedium vitae, es el final.


Esa muerte que sigue al goce, - el momento vivificante supremo-, podemos burlarla a través del deseo.


El deseo es una invención del hombre para perpetuarse en un camino hacia el goce, sin que este se llegue a producir. El deseo puede permanecer constante y ser eterno, viene a ser una suerte de inmortalidad , en tanto en cuanto nunca lleva a un final que devenga en el goce, y por ende la muerte del ciclo sensitivo. El erotismo es el deseo sexual perpetuado, signo de la inteligencia del hombre.




Sobre la necesidad del futuro para constituir el presente.





Si lo que vivimos en cada  momento, ese lapso de tiempo sucesivo de realidad innegable, esa consciencia de estar vivo, es lo único auténtico; ello,  nos trasciende y no lo podemos manipular, ni lo hemos elegido.  Debemos concluir que es algo verdadero y constituye  el único hecho auténtico y certificable. La vivencia instantánea de cada momento constituiría nuestra vivencia más auténtica y definitoria de nuestra identidad.  Sin embargo, el individuo, sólo aprehende el instante presente una vez lo ha asimilado. Sí,  vivimos el presente, pero no lo aprehendemos en tiempo real, sólo procesamos el presente a través del recuerdo en la memoria,  juzgándolo desde el momento futuro. Por ende, el momento presente, cada instante, siendo el hecho verdadero y cierto de la existencia, sólo puede ser comprendido por el hombre a través del mecanismo de asimilación de la inteligencia y con el uso de la memoria, desde el futuro.  Aquella forma de vida que carezca de un mecanismo de memoria, no podrá ser consciente de su existencia, y sólo operará de forma mecánica, pues vivirá algo que no puede asimilar y hacerlo suyo. 


Sobre la lógica y el sentido común.




A menudo, cuando una persona se comporta de forma inesperada o extraña, decimos que ha tenido un comportamiento fuera de toda lógica. Cualquier reacción, hasta la más insospechada,  siempre tiene su mecanismo de lógica interna, otra cosa es que no la conozcamos,  o no atienda al denominado sentido común. Una reacción aparentemente inexplicable, siempre tiene un origen cierto y su concatenación de sucesos lógicos que llevan al acto final. El sentido común, por su parte,  engloba aquellas decisiones que implican lógicas de comportamiento conocidas.






sábado, 2 de mayo de 2015

¿Larga vida al Rey?








        [… “Pues lo que no existe, ¿quién nos lo puede arrebatar?”...]
      
        Marco Aurelio.



Lo que no existe, es el pasado y el futuro; así Marco Aurelio apuesta con brillantez por aquello que no nos pueden arrebatar: el presente. Aquel que viva por muchos años o el que haya muerto joven, los dos pierden por igual, lo único que es igual para todos  es el presente. Es lo único que existe. Segúramente, la concepción de que una vida más larga que otra sea más valiosa sólo la hayamos creado en tanto que inconscientemente las juzgamos desde el recuerdo, usando la memoria, como si pudieramos juzgar nuestras vidas una vez muertos. Filodemo de Gádara afirmaba que no hay que desear larga vida a los humanos; no hay más tiempo en una vida larga que una breve. Como en el pensamiento de Marco Aurelio, Filodemo asegura  que lo único que cuenta es el instante máximo en su presencia plena.

En la época de Augusto, -según escribe Pascal Guinard -, Horacio dice: “Carpe diem”, la vida no es más que un renacimiento que se renueva a cada instante.
Me pregunto si la vida podría ser concebida como millones de muertes y nacimientos  de orden micro temporal; en esta concepción,  el alumbramiento y la muerte final del individuo sería un continuo en esta sucesión constante de nacimiento y muerte. Desaparece así, la percepción de la vida como un contínuo;  el alumbramiento y la muerte son parte del ritmo de la vida, una sucesión más en esta constante renovación.

El presente es la constante renovación de la vida, la figura del Dandy en Baudelaire representa la idealización del presente, su tozudo intento de perpetuación;  carece de ambiciones, de propósitos o de fines; es su manera de rebelarse contra la mediocridad social que le rodea. Baudelaire no entiende el paso del tiempo como una constante renovación del presente, le ahoga el instante de la muerte, y el Dandy, es por un lado, la figura social que encarna esta negación de la muerte unido a su necesaria desvinculación de la masa, a la que identifica con lo terrenal;  trata de ver el mundo desde un una atalaya que niegue el devenir del tiempo. El Dandy es un héroe antisocial, y un cobarde vital, lo cual no le resta una honestidad personal, ya que, al menos ha  tomado una actitud ante la vida con determinación, habiéndose planteado el problema del paso del tiempo, aspecto que la masa que le rodea parece ni siquiera interpretar, ajenos a toda reflexión.

Resulta paradójico que la angustia vital en Baudelaire y el dandysmo, pudieran haberse visto mitigadas con sólo echar la vista atrás unos 2.000 años y comprobar a buen seguro, no sin asombro, que personajes como Marco Aurelio o Filodemo llegaron a comprender al presente como un dinamismo muerte-resurrección, en vez de tratar de perpetuar el presente negando el inexorable paso del tiempo, con la consiguiente angustia vital que protagonizó el final de sus vidas;  quizás, el pesimismo inherente de la modernidad les impidió ver las cosas de otro modo.





viernes, 1 de mayo de 2015

Creación de autoconciencia y profundidad vital.





Pasear con una mujer puede ser como navegar sin rumbo; el placer del no llegar a ningún lugar, desde la senda del paso improvisado,  del medio y no el fin,  sin coordenadas de destino. La madurez te quita vitalidad corporal, pero ganas en profundidad vital. Ese sentir vivaz de la actividad del cuerpo fresco, solícito al movimiento y la interacción constante, va muriendo. Pero tenemos memoria. El recuerdo acumulado de la vivencia del tiempo, y su poso pesante sobre el lecho de ese devenir implacable que es nuestra vida, el tiempo. Perdemos energía bruta de interacción, pero este proceso supone finalmente una adición de instantes que generan la consciencia de tu conciencia, es decir, el ser consciente de tu profundidad vital. La profundidad vital se va manifestando en pequeños pulsos, como el niño que hace sus primeras carreras antes de empezar las maratones de su plenitud física. Leo, percibo, reflexiono y observo lo que me rodea, y mi interacción con todo esto que me está afectando y no puedo medir, sólo contemplar.  La contemplación lleva al pensamiento, y éste,  a la vivencia de la consciencia de estar vivo. Cada pequeña reflexión rebobina la cinta unos instantes  con el objeto urgente de tratar de entender el desconcierto de haber sido engendrados. Las primeras experiencias de esta profundidad me han sobrevenido como momentos de dulce constatación.



La experiencia sobrecogedora y la totalizadora, La autoconciencia.
 

Desde pequeños nos han relatado que las experiencias de más calidad son las más simples, aquellas que conectan a la naturaleza con el hombre. Ver un paisaje bonito, la quietud de un escenario natural, escuchar a un pájaro.  Este tipo de experiencias pueden ser de dos tipos: sobrecogedoras o totalizadoras. Digamos que un individuo puede contemplar un paisaje espectacular y verse sobrecogido; esta experiencia es de orden natural, el individuo se emociona por la colmatación de su capacidad perceptiva sensorial. La imagen desborda la expectativa,  la sobrepasa, y nuestro aparato perceptivo se ve superado a través de la belleza de lo armonioso o lo inconmensurable en términos de escala. Son instantes de desconcierto.
Sorpresa, sobrecogimiento,  y, por último, como poso de esa experiencia, una intensificación del sentimiento de percibirse más vivo,  que se prolonga por unos minutos, hasta que va remitiendo.  La profundidad de una experiencia no puede ser de carácter totalizador si sólo intervienen en ella el orden natural como detonante y los sentidos como receptores, sin nada que retroalimente la conciencia. Lo totalizador involucra también a la conciencia del individuo. Para que la conciencia sea alimentada y se desarrolle, es necesario la actividad contemplativa a la que he aludido anteriormente, añadiendo ese constante rebobinado, por el cual, uno rememora cada instante de vivencias, con el objeto de tomar conciencia de sí mismo en  una constante evaluación de su reacción sensible respecto al entorno que le afecta.




El acto de vivir es  la vivencia recordada, constructora de la conciencia individual, que en su última esencia, constituye el alma del individuo.  La experiencia,  en un sentido acumulativo relativo a la memoria, construye la consciencia del acto vivido;  la rememoración y la reflexión van desarrollando esta autoconciencia que forma, a su vez,  la identidad virtual*



*La califico virtual en un sentido estricto, ya que, como aseguraba Paul Valery, lo único real y verdadero es cada instante, cada unidad temporal. Por tanto, el concepto de identidad va ligado a la memoria, que no deja de ser una herramienta para poder sobrevivir y sortear el instante cero,  el presente de cada instante. Yo solo soy en cada instante, el instante siguiente ya hace no existir al anterior, y el siguiente sólo es una presunción.  




Si se da este desarrollo de la conciencia en el individuo, el acto perceptivo en el trascurso de un suceso sobrecogedor de carácter natural lleva aparejado la capacidad del individuo para posicionarse  respecto a esta invasión exterior. El individuo juzga aquello que ve, en relación a sí mismo, en un proceso de ida y vuelta. Juzga lo que ve pero no sólo como elemento pasivo,   
  -limitándose a la experiencia sensorial-, sino  como elemento catalizador para sí, a través del agente externo;  de ahí, el individuo toma una conciencia mucho más profunda de sobre su identidad única , llegando a consciencia de su integración en la naturaleza, su pertenencia activa como ser pensante, no solamente a nivel sensorial; así pues, la experiencia sensorial , en estas condiciones, alcanza un carácter totalizador del individuo en el seno de la naturaleza, integrándose al mismo tiempo que percibe su propio papel, o rol. Esta comprensión profunda de sí mismo en armonía con su entorno culmina en la experiencia totalizadora, que antes he denominado como pulso de profundidad vital.



La acumulación de vejez da la capacidad para percibir la naturaleza y sentirse en paz con ella, uno empieza a encontrar su papel dentro de la misma, sin necesidad de resolver lo imposible: el sin sentido de nuestra concepción, en un sentido de finalidad
La sensación del absurdo en Camus, si bien resulta admirable como honestidad última hacia uno mismo y su especie, no nos debería impedir este desarrollo de integración y comprensión de nuestra esencia a través de la contemplación y reflexión sobre como la naturaleza nos afecta.


Conócete a ti mismo a través de la interacción con otras personas, -es lo mismo -.  Conócete a ti mismo a través de tu evaluación constante respecto a tu entorno natural. Tú,   te constituyes en ti mismo en tanto que tienes un entorno que te afecta, toma conciencia de ti, y te sentirás más en paz, con todo.