le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

viernes, 18 de noviembre de 2022

Marcello meets an angel


 

 In this short, three minute cinematic gem, Fellini presents a key scene from the film that ties directly to the final scene.

 

Marcello Mastroianni hangs up the phone in a bad mood after arguing with his girlfriend, immediately afterwards, through the catalyst of goodness and purity that the girl represents in this film, Marcello gradually sheds that gloomy and decadent Rome through which he passes throughout  the film due to his profession as a pink journalist. 

Finally, the transformation has occurred and this blond angel inadvertently causes Marcello to get up again to call his girlfriend to make peace.


















º
















miércoles, 9 de noviembre de 2022

Clave vital

  

If you don't have discipline you don't have anything.

I was talented but I didn't find that I was talented until I was disciplined. if I wasn't disciplined enough to train,  I would have never seen my talent.

You have to get to discover anything about who you are as an individual, your spirit , your soul , what are you made of.  without discipline,  you can't even discover it.

So discipline is a key to discovering. Discipline teaches you all about yourself, teaches you what you really have.


Andrew Tate

martes, 1 de febrero de 2022

Vallas al campo

 

Lo más difícil cuando la tengo enfrente de mí,  es ese momento de tensión inmediatamente anterior,  en el que sé que nuestras miradas se van a encontrar.  

Es una certeza que me asusta: el no poder negarme lo que  es  evidente entre nosotros.

martes, 11 de enero de 2022

Sobre la extinción del honor.



 

Ciertamente , -y para mi extrañeza porque nadie lo señale actualmente- ,  una de las razones  por las cuales las sociedades modernas se han entregado a la cultura del valor supremo del dinero, es la desaparición de una cualidad moral que contribuyó a vertebrar la Europa prerrevolucionaria: el honor.

El honor, con todas sus ramificaciones,  ha sido practicamente borrado del panorama de las relaciones humanas. Y me pregunto yo: ¿dónde  empezó a germinar la destrucción de tan importante valor para la construcción de la dignidad de las comunidades humanas y del individuo mismo?.

Ayer fui a visionar una gran película llamada Barry Lyndon al Circulo de Bellas artes de Madrid. Era una oportunidad única de poder ver en pantalla grande una de las películas que más me han marcado. Narra la vida de Redmond Barry; la evolución vital y moral de este irlandés obstinado,  poseedor de una determinación tal,  que le llevará desde su aldea natal en Irlanda,  a morar un lujoso castillo  junto a Lady lyndon,  símbolo de la alta sociedad. Ese ascenso en su posición social irá en exacta correspondencia inversa con su caída en picado a nivel moral,  lo que motivará su destrucción final.

Pero no es el objeto de este texto el analizar el comportamiento de Redmond Barry a lo largo del film, tarea que por otro lado,  requeriría de un extenso e interesante análisis  dada la riqueza de matices con que dota Kubrick al personaje,  a través de la novela. 

La idea de este artículo provino de esa misma jornada, en el  cine mismo, precisamente dos butacas a mi izquierda, donde había sentados dos chavales de unos 23 años.  Redmond Barry se había alistado en el ejercito y unas pocas secuencias después, se escenifica una batalla entre un batallón francés frente a otro inglés. 

Recuerdo perfectamente cuando visioné la secuencia por primera vez años atrás, en mi casa. Ambos batallones se situaron uno enfrente del otro a una distancia prudencial. Posteriormente, uno de los contendientes, -con el afán de conquistar la posición del otro-,  comienza un avance al unísono de toda la fila de soldados  como una ola que avanza lentamente al ritmo que marcan los tamborileros.  Como espectador, según ves que se van acercando y que no disparan al oponente, empiezas a sentirte desconcertado.  Comienzan las cargas del batallón francés, por lo que empezaron a caer soldados de las primeras filas de  avance, estos, siguen acercándose al enemigo sin disparar ni un solo tiro, totalmente expuestos a las balas del contendiente. 

El avance continua y te preguntas qué sentido tiene esa matanza absurda que no parece tener fin. De repente , una vez ya se encuentran  muy cerca del enemigo, desenvainan las bayonetas y se lanzan en carga a las filas enemigas para combatir en el cuerpo a cuerpo.  Ahí ya comprendes qué es lo que estaba pasando, y lo que percibí como una actitud suicida sin sentido,  se tornó en una  revelación sobre los antiguos códigos de conducta de honor guerrero.  Cuanto ha cambiado la sociedad desde finales de siglo XIX  hasta nuestros días.

Hecha esta necesaria elipsis hacia la primera vez que vi la secuencia, me traslado de nuevo al directo del cine. Y ahí estaban otra vez los soldados avanzando con paso lento pero firme, retando a la muerte , en su inexorable caminar hacia las líneas enemigas. Súbitamente , escucho unas carcajadas de hilaridad de ambos chicos, ni siquiera  sentían  el desconcierto o la extrañeza que te lleva a permanecer en un silencio atónito;  no, su reacción es la risa hilarante porque consideran que esa actitud es absolutamente ridícula,  risible. 

He aquí, en este sencillo pasaje, la evolución de este concepto que es protagonista del artículo en dos generaciones distintas. Desde la mía,  más mayor, a la que  ya le queda lejos estas actitudes basadas en los códigos de conducta del honor, actitudes que se expandían a todas las parcelas de las relaciones humanas de aquella época y que sin duda consideraba un valor social superior el llevar una vida con honor que poseer riquezas, hasta nuestra última generación, -dos chicos de 20 años-, cuya percepción sobre la escena ni siquiera les produce preguntarse el por qué de tal comportamiento, limitándose a la nada de una risa ignorante. 




 



miércoles, 22 de diciembre de 2021

La Guerra de independencia, la invasión de Napoleón.

 

Carlos III se despidió de este mundo el 14 de diciembre de 1.788.

La revolución francesa puso a los europeos de la época ante una difícil disyuntiva,  o estaban a favor de aquello  o estaban en contra. No existía un punto intermedio, aunque afanosamente se buscase. En España todo el proceso dio comienzo con un nuevo monarca en el trono,  un rey no especialmente dotado para las tareas de Gobierno que,  tan pronto como ascendió al trono,  mantuvo a los ministros que también habían servido a su padre. El principal de ellos el Conde de Floridablanca.  A Floridablanca lo que estaba ocurriendo en Francia le olió mal desde el primer momento. Pidió al embajador en París que le enviase con urgencia un informe confidencial de todo lo que había pasado durante las jornadas veraniegas que incluyeron la toma de la Bastilla.  Sobre ese informe tomó medidas,  algunas, realmente drásticas,  como prohibir que los periódicos siquiera mencionasen lo que estaba sucediendo en Francia.

En 1791,  con el arresto de Luis XVI cuando trataba de huir de París, el último pacto de familia quedó derogado.  Floridablanca se permitió incluso exigir a la Asamblea Nacional francesa que respetase la figura de Luís XVI,  a la que calificaba como sagrada. Los revolucionarios que estaban crecidos en aquel momento tomaron la carta de Floridablanca como una admisible acto de hostilidad,  exigieron incluso a Carlos IV que le cesase . Así en su lugar,  el rey puso al Conde de Aranda,  un tipo muy perspicaz que entendía que la revolución no tenía vuelta atrás. El proceso se fue radicalizando durante 1.792 hasta que en agosto de aquel año Luis XVI fue destronado y se proclamó la República.

Había que actuar cuanto antes a ser posible en coalición con otras potencias europeas. Austria y Prusia se pusieron manos a la obra. Ellos atacarían desde el norte y el este, España lo haría desde el sur. Prusianos y Austriacos harían el trabajo sucio. Nada de eso sucedió, pero los principales enemigos de Aranda no estaban al otro lado de los Pirineos,  sino en la propia corte.

Madrid se llenó de aristócratas franceses emigrados que presionaron al rey para que atacase cuanto antes y pusiese fin a la revolución.  Al monarca el asunto le afectaba personalmente,  Luis XVI era su primo .Los revolucionarios le habían encerrado en la torre de Temple como un vulgar delincuente.   Unos meses más tarde fue procesado y condenado a muerte.

 

En enero de 1793 su cabeza rodó por el patíbulo.  Luego lo haría la de la reina María Antonieta  y la de su hermana Isabel de Borbón.  Carlos IV apartó a Aranda y en su lugar puso a un joven Manuel de Godoy . Estuvo más de 3 lustros como dueño y señor de los destinos de la corona y de la propia España.  La llegada de Godoy marcó el principio de la guerra contra Francia,  la misma guerra que Aranda había tratado de evitar a toda costa.  Se enviaron 3 ejércitos al Pirineo. En 1795 se dio la guerra por perdida y Godoy hubo de firmar una humillante paz en Basilea con la República francesa,  en la que se cedió a Francia la parte española de Santo Domingo,   lo que hoy es la República Dominicana.  

Napoleón aspiraba a poner a toda Europa a sus pies,  para ello tenía que sacar a Rusia de la coalición anti francesa y rendir a Inglaterra.  Con eso ya lo tendría mucho más fácil para meter a los austriacos y prusianos en vereda.  La idea era asfixiar el comercio,  algo que en el canal de la Mancha podía hacerse mediante un bloqueo,  pero las islas británicas tienen miles de kilómetros de costa y era fácil evadir las patrullas francesas.  Otra posibilidad era tomar Portugal y cerrar sus puertos al comercio británico. Por ahí discurrió el segundo tratado de San Ildelfonso,  que embarcaba a España en la invasión de Portugal.

A Carlos IV le encantó el plan porque incluía la entrega a su hija María Luisa de Borbón del Reino de Etruria en el norte de Italia.  Se reunió un Ejército  que en febrero de 1.801 procedió a la invasión de Portugal. La guerra duró solo unos meses y salió todo a pedir de boca .

Napoleón en mayo de 1.804 se proclamó emperador y dio comienzo una cadena de guerras que no se detendría durante más de 10 años.  Napoleón embarcó a Carlos IV en una Nueva alianza para destruir el grueso de la flota británica.  En octubre de 1.805 ambas escuadras se terminaron encontrando en Trafalgar.  La derrota del combinado francoespañol fue determinante.

Godoy estaba deslumbrado con Napoleón.  Para dar un golpe en la mesa y recobrar el favor real le propuso entrar de nuevo en Portugal y repartirse el país.  El sur sería para el propio Godoy , que se convertiría en príncipe de los Algarbes, el norte para un sobrino de Carlos IV,  Lisboa y todo el centro se canjearían con Inglaterra a cambio de Gibraltar y la isla de Trinidad.

Napoleón aceptó,  pero a cambio de que la invasión fuese conjunta. Para ello un ejército francés tendría que cruzar España con el consentimiento del Rey. Todo queda acordado en el tratado de Fontainebleau de 1807.  las tropas francesas entraron en España y ocuparon Portugal,  pero dejando destacamentos a sus espaldas,  algo inaudito.

 

En marzo de 1.808 la corte se encontraba en Aranjuez.  Todo estaba listo para el traslado de los Reyes al sur cuando de pronto estalló un motín popular.  El Palacio de Godoy fue asaltado por una turba y Godoy apresado.  El príncipe se presentó en Aranjuez y obligó a su padre a abdicar en él.  Todo parecía resuelto,  pero no, Carlos recurrió a Napoleón para recuperar el trono.  

El emperador vio que la situación era perfecta para eliminar a los Borbones españoles de la ecuación. Convocó al padre al hijo y a Godoy. En Bayona les informó de que el tiempo de la dinastía Borbón  en España había concluido.  Desde ese momento los derechos dinásticos pasarían a los Bonaparte. Se produjeron las célebres abdicaciones de Bayona.

Fernando devolvió la corona a su padre y éste se la entregó a Napoleón,  que poco después la traspasaría a su hermano José,  en esos momentos rey de Nápoles. Las abdicaciones de Bayona se efectuaron  entre el 5 y el 6 de mayo de 1808.  Unos días antes la guerra de la independencia había dado comienzo en España.

El 2 de mayo el pueblo de Madrid se levanta contra las tropas francesas que ocupaban la ciudad. LLegaron las noticias de lo que había pasado en Bayona. Aquello era la gota que coma el vaso. Se produjeron alzamientos populares parecidos al de Madrid.  Napoleón ordenó al general Dupont ocupar Andalucía, pero la Junta de Sevilla se anticipó y encargó al general Francisco Javier castaños que reclutase un ejército para cortarle el paso.

 

La derrota francesa en Bailén a mediados de julio asustado José Bonaparte que abandonó Madrid y fijó su cuartel general en Vitoria.  Floridablanca organizó la resistencia y la expulsión de los invasores.   Napoleón tenía que someter España empleando un gran ejército,  cosa que había eliminado al principio pensando que los españoles serían tan sumisos como sus monarcas.

Esto obligó a Napoleón armar un gran Ejército de 250000 hombres que entrase en España y la sometiese por la fuerza. En España vive una minoría de intelectuales que simpatizaban con la revolución francesa veían en Napoleón el representante de los valores revolucionarios,  moralmente superiores,  cuyo destino era expandirse por toda Europa.

En estos decretos el emperador abolía la Inquisición y los restos del derecho feudal que habían subsistido hasta aquel momento.   Quería dar a  la invasión un contenido político. La Junta Suprema pidió ayuda a Inglaterra que se aprestó a enviar un Ejército que entró en Portugal al mando del general John Moore.  Napoleón se desplazó hasta Valladolid y desde allí dirigió las operaciones contra los ingleses que en inferioridad numérica se vieron obligados a reembarcar a toda prisa en La Coruña.  Para enero de 1809,  el teatro español estaba más o menos pacíficado.

La  junta se había trasladado a Sevilla y ahí pasaría a Cádiz conforme los franceses avanzaban.

la guerra se había ganado o eso creía Napoleón.  La realidad era que quedaba guerra para rato.

La entrada de Inglaterra en el conflicto marcaba una importante diferencia.  En España contaban con el apoyo decidido de la mayor parte de la población civil.  Sin ese apoyo tan decidido la intervención inglesa no hubiese servido de nada.

En apenas unos meses las guerrillas españolas convirtieron a España en un infierno para los invasores. Al Gobierno inglés le sorprendería gratamente el arrojo que mostraban los españoles contra los hombres de Napoleón.  Era el momento de intervenir desembarcando en un gran Ejército en Portugal que avanzaba hasta el interior de la península empujando a los franceses hasta el otro lado de los Pirineos.  El encargado sería Lord Wellington.  El primer intento de Wellington de entrar en España se saldó con un fracaso.

 

El 1 de febrero de 1810 cayó Sevilla obligando a la Junta Suprema desplazarse a Cádiz. Entrar por Andalucía era una opción,   pero carecía de sentido estratégico ya que se encuentra muy lejos de la frontera francesa.  Lo lógico era emprender la acometida por el Duero.  Napoleón,  que desde París seguían puntualmente en la guerra de España,  lo vio venir y ordenó a Soult  que tomase cuanto antes Ciudad Rodrigo y Almeida,  dos plazas fuertes fronterizas bien amurallada sí de defensa relativamente sencilla.

Wellington consiguió vaciar Portugal de franceses,  se hizo con Ciudad Rodrigo y avanzó hasta Salamanca, donde  puso en desbandada al Ejército imperial que se replegó hacia Burgos.

Esa batalla salmantina,  la de Arapiles,  liberada en julio de 1812,  fue el punto de inflexión de la guerra. José Bonaparte se vio obligado a abandonar precipitadamente Madrid para refugiarse en Valencia.   Wellington liberó cómodamente Valladolid Burgos y Madrid.

 las tropas francesas estaban desmoralizadas y apenas recibían refuerzos. La campaña de Rusia era prioritaria,  por lo que el número de soldados a disposición de Jose disminuyó. A principios de 1813,  José Bonaparte aún contaba con unos 100.000 hombres frente a los 120. 000 de los aliados. En mayo Napoleón pasó por Madrid esta vez para regresar a Francia, Wellintong se dirigió a Álava para cortarle el paso.  Allí se produjo La última gran batalla, la de victoria,  que empujó a los franceses hacia la frontera.  Los franceses de Levante y Cataluña,   con el mariscal Suchet a su cabeza,   no esperaron a que fuesen a por ellos,  levantaron los campamentos y se dirigieron hacia Francia. la evacuación no concluiría hasta 1814. La guerra había terminado,  pero solo tras 6 años de sacrificio sin cuento humillaciones y la ayuda de británicos y portugueses .España entera estaba traumatizada,  tanto la peninsular como la americana. Todo había cambiado, de la España de 1.808, solo quedaba el nombre. Fernando VII, que no regresó a Madrid hasta Mayo de 1.814, no supo ni quiso entender todos los cambios que se habían producido, y fruto de ese desdén se derivarían un sinfín de problemas que uno a uno se irían presentando a los españoles en los años posteriores.



viernes, 17 de diciembre de 2021

La emboscadura

 

Cuando quisieron los nazis hacer cierto censo en Berlín, se presentaron en casa de un señor que , simplemente no estaba dispuesto,  y en el rellano de su casa mató a 3 . Luego subieron más, y le mataron a él.  Si hubiese habido , simplemente 10 ciudadanos como aquel, no habríamos padecido el tercer Reich.


 Antonio Escohotado sobre el libro de Ernst Jünger, La emboscadura, 1951.


miércoles, 27 de octubre de 2021

ROMA

 

Cogí un taxi en el aeropuerto que me llevó directo al centro de Roma , donde había alquilado un apartamento justo al enfrente del ponte Sisto,  en el barrio del Trastévere.

Deseaba verla con la excusa de visitar la cuidad. Iba a Roma,  y casi a cualquier sitio donde se hubiera encontrado ella,  pues la tenía idealizada,  sentía  la presencia del velo blanco, pulcro,  que uno extiende sobre la mujer pretendida cuando no encuentra  mácula que le suscite reparo alguno.

Me esperaba en la puerta del edificio una señora de unos 50 años, algo gruesa, desde luego no era la propietaria, debía ser alguien que trabajaba para la dueña. Me saludó con energía y cordialidad; comenzó a hablarme en italiano como lo hacen las personas que no conocen una segunda lengua, mirando con intensidad y repitiendo más alto las frases,  como si el interlocutor así  fuera a entender , “debía entender”.

Mientras subíamos las escaleras hacia la primera planta, donde me alojaría, la mujer comenzó a explicarme la utilidad del nutrido manojo de llaves que llevaba. Entramos en el piso. Lo primero que vi fue un piano a la izquierda enmarcando el zaguán. La señora se afanó en que quedara claro qué tipo de llave debía utilizar para cada puerta, pues el edificio de corte neoclásico contaba con un soportal con cancela, por lo que había varias puertas antes de llegar a mi piso.

Al mismo tiempo que la escuchaba, mi imaginación se preguntaba si ese piano era tocado con regularidad, y tuve la tentación de preguntarle a la señora sobre el piano, por si aquella información me diera una idea del tipo de personas que moraban esa casa. Pero no lo hice. Me dio vergüenza hacerlo, quizás porque en el fondo sentí que preguntar sobre el piano sería en como penetrar en intimidad de una casa sobre la que yo simplemente tenía derecho a dormir durante tres noches.

La señora me advirtió de que si no seguía el orden de las utilización de las llaves, podría quedarme encerrado en las escaleras;  empecé a entender que su interés en aclararme este tema de las llaves obedecía más al fastidio que supondría para ella tener que regresar a rescatarme,   que por ser una persona responsable.

Cuando la señora cerró la puerta y me encontré solo, tuve una sensación de que la casa era mía y podría escudriñarla con tranquilidad. Abrí una de las ventanas que dan al río. La vista estaba tamizada por la interposición de los arcos de medio punto que formaban los soportales. Durante algunos segundos me dediqué a comprobar las vistas efectivas se divisaban sobre el río y el puente.

El aire humedecido por el rio penetraba en las estancias de la casa al abrir las ventanas. Eran las seis de la tarde de un día de Marzo, y la sensación de calor era acusada. Las calles de Roma desprendían calor,  los haces de luz solar creaban  un enjambre de  claroscuros sobre las hojas  de los árboles en las márgenes del río, realzando la voluptuosidad de las copas, que perfilaban diferentes formas sobre el cielo,  al son que marcaba la suave brisa de la tarde.   

La casa se había ventilado. El salón y la cocina estaban integrados en un solo espacio. Los techos de la casa eran muy altos, de manera que la sensación de amplitud era enorme. La anchura de la fachada era de casi un metro; había un pasillo que comunicaba con las habitaciones. Dos ventanas horadaban el muro del pasillo;  el alfeizar era tan ancho que en el nicho generado se  alojaba  un puff de  suave seda italiana, perfecto para tumbarse apoyado sobre una  de las jambas del muro y mirar las vistas, leer o descansar. Sobre el otro flanco del pasillo, había una biblioteca algo escasa en volúmenes y algunos objetos de decoración, con un paño de pared pintada de un verde oliváceo estucado.

Me entretuve en mirar los títulos. Había algunos libros franceses, quizás la casa perteneciera a una familia italo-francesa. Localicé Rojo y Negro de Sthendal, alcé el brazo y de puntillas lo saqué del estante. Empecé a hojearlo. Al deslizar las yemas de los dedos sobre los filos de las hojas para pasarlas, me pregunté por qué nace esa curiosidad aparentemente vana de ojear un libro; dede ser ese morbo o esperanza por la sorpresa, a la mitad del libro encontré una hoja yerta, totalmente aplanada por la acción perenne de la presión de las hojas del libro.

Tanto tiempo ahí prensado…, ¿de cuándo dataría aquella hoja?, ¿qué protagonista la situó ahí?.

Era mi primera noche en Roma y no tenía plan, a Kristina no la vería hasta el viernes  por la tarde. Me acordé del tip que me dio para cenar una romana que conocí en Madrid una noche en El Amante. 

Al Amante se llegaba sobre las 3:00 con la euforia de ir en grupo. Entrabas por una doble puerta protegida por sendas lonas pesadas de terciopelo rojo , cuando apartabas la última lona era como aparecer de golpe en la escena de un teatro. Lo primero que vi fue a esta italiana sentada en una pequeña barra que había nada mas entrar a la derecha. Me pedí una copa y la entré. Dejé a los demás que fueran al fondo del garito y me puse a hablar con ella. Ya por la elegante posición de su postura y ademanes, pensé que era extranjera. Tenía un armonioso óvalo renacentista, el  cabello,  castaño liso y aplanado,   seguía la geometría de su cabeza y  sus ojos azules,  me miraron con atención al yo preguntarle:

-        ¿Qué haces en Madrid?

Elevó levemente el mentón y, con la misma seguridad en sí misma que Teresa Raffo en El Inocente de Visconti espetó:

-        Estoy estudiando un máster.


Seguía clavándome la mirada, pero ahora su rostro tornaba hacia una ternura más propia de la abnegada Guliana en el mismo film; aunque era muy joven,  había vivido vidas, y previó mi interés; marcó una amable media sonrisa condescendiente  para darme a entender no tenía nada que hacer con ella.

 

-        ¿Vas a estar mucho tiempo por Madrid?

-        Me queda sólo un mes y regreso a Roma

 

Hablamos un par de minutos más, le comenté que iría a Roma en breve y que si conocía buenos sitios para cenar:

 

-        Puedes ir a la plaza Delle Coppelle, ahí hay un pequeño restaurante con terraza que aun estando en el centro de Roma no es conocido por turistas, hay ambiente romano.

 

Meses después de conocerla, seguía viendo fotos suyas en fiestas aburguesadas por Roma, ahora estará casada y con todo resuelto.


Eran las 9 de la noche. Al cruzar el Ponte Sisto,  reinaba una brisa que provocaba el movimiento ondulante de las copas de los árboles que adornan las márgenes del Tíber, mostrándose una visión de gran belleza plástica. 

El movimiento de las copas viene anunciado por la brisa, produciéndose un efecto semejante al de la música,  por el cual,  nuestro cerebro imagina la siguiente nota de la canción de forma inconsciente,  generándose un vínculo entre la obra y el oyente.

Una vez cruzado el río, me distraje momentáneamente mirando de nuevo cómo se mecían las copas de los árboles.

En ese preciso instante, pasó como un rayo la típica vespa romana que no había visto, la cual me habría machacado un segundo antes de no haberme parado a mirar aquellas copas en movimiento.

Ya era noche cerrada sobre Roma. Me interné en las estrechas calles del centro. Era posible pasar por Piazza Navona o por la plaza del Panteón de camino al restaurante, pero, ¿cómo iba a transitar por la plaza del Panteón simplemente de paso?. El Panteón, o se le descubre súbitamente , de golpe,  lo cual me paso años atrás y aún tengo indeleble el shock , o bien , como las grandes películas,  decides qué día exacto estás con el feeling de revisionarla para gozar al máximo.

Evité el panteón escogiendo Via della Dogana Vecchia. Su estrechez no podía hacer intuir que tras su flanco izquierdo estaba Piazza Navona y tras el derecho un poco más allá, el Panteón.

Por fin llegué a la placita. Era recoleta y la terraza estaba llena, todos cenando en pequeñas mesitas con velas. Nadie quería comer dentro por el calor. Había un suave murmullo, es algo que te impresiona cuando sales de España, desaparecen los gritos y la algarada gratuita.

Pasaron unos minutos y ahí nadie me miraba para atenderme. Me puse en el quicio de la puerta principal mirando hacia la terraza y con paciencia esperé que alguien me atendiera. Había un hombre de unos 40 años que no paraba de organizar, debía ser el Maitre.  Parecía un centurión, menuda planta tenía el tío;  andaba con un paso muy seguro;  vestía con chaqueta y portaba un fular sin anudar con una naturalidad pasmosa. Por la pinta no podía ser un simple asalariado.

Una de las veces que paso por mi lado, de repente se paró y me dijo

-        ¿español verdad?

-        Si, sí, soy español, hablas español por lo que veo.

-      Si claro, tengo amigos españoles, una pareja de Madrid estuvieron hace poco por aquí, Ana y Jorge, mira te enseño su Facebook, seguro que los conoces.

Me enseñó una foto y resulta que era Belén Castro y su novio. Me quedé pasmado de que efectivamente el pensase que yo conociera a aquellos dos, pero él actuó como si siempre lo hubiese sabido.

El tipo la verdad que era muy atrayente, un modelo y con mucha personalidad en sus gestos.

-        ¿Estás solo verdad?

-        ¿No lo está todo el mundo?

-        Pues está difícil que te pueda conseguir una mesa en la terraza; espérate que ahora llegan mis   amigos y vas a cenar con nosotros

-          No hace falta no te preocupes

  Me miró con serenidad

Yo me quedé en el quicio, con una copa de  vino blanco buenísimo que él mismo me trajo.  A los pocos minutos aparecen dos personajes amiguetes del centurión, uno de ellos calvo y bastante chulo, el otro más pequeñito, ambos con mucho estilo como casi todos los romanos.

Ahí estábamos de pie en el interior, me los presenta y empiezan a hablar conmigo como si nos conociéramos de toda la vida.

-        ¿De dónde vienes?

-        He venido en coche desde Madrid y he pasado unos días en Milán,  después pasé por la toscana y finalmente he llegado a Roma. ¿Qué te parece Milán?

En ese instante nos traen un trozo de pizza  de una masa finísimo y Carlo, así se llamaba el calvo, empieza a comer de pie mientras me habla con el mismo tono que yo hablaría a un amigo:

-      En Milán hay buenas mujeres, pero Milán es un coñazo, es la ciudad del trabajo. Ahí vas para tema laboral, pero nada más. Es mucho más distraído Roma.

-        ¿Y a que te dedicas?

-        Soy Arquitecto, me dedico a restaurar fachadas en Madrid.

-        ¿Y qué te parecen las fachadas de Roma?, ¿no las ves fatal?

-   Pues me sorprende la cantidad de edificios que tienen las fachadas muy deterioradas, hay fachadas que llevan más de 60 años sin restaurar. Afortunadamente aquí utilizan pinturas con pigmentos de silíceo y se conservan mucho mejor que en Madrid para la misma edad.

Pero, ¿cómo es posible que haya tantas fachadas de edificios de viviendas sin renovar?

-     Uno de los problemas de Italia, de Roma, es la burocracia. Para afrontar la restauración de un edificio tienes que pasar por una serie de procesos burocráticos infinitos hasta que te den una licencia, puedes tardar mas de 6 años. Mucha gente desiste, Lo sé porque mi familia tiene edificios en Roma.

Me miraba con la cabeza en escorzo constantemente y los ojos un poco perdidos hacía el fondo de la barra, de repente me di cuanta de que era clavado a Gabrielle Dannunzio, igual de calvo, con la misma cara afilada de ojos sagaces y brillantes, pero en versión alto.

 

domingo, 24 de octubre de 2021

Dovstoievski y "la infinita clemencia del Zar Nicolás".

Al Alba del 22 de diciembre de 1849 condujeron a Fiódor  Dostoievski de 28 años a plaza Semionovski  de San Petersburgo junto a sus compañeros de prisión. Sobre la nieve había una fila de soldados con rifles frente a 3 postes de madera gris cercanos a la pared. Se hizo formar a los conspiradores y se leyeron sus nombres seguidos de las palabras “condenado a muerte por fusilamiento”.Era la primera vez que escuchaban un su condena y fue como un jarro de agua fría.

Obligaron a los prisioneros a arrodillarse en la nieve y un sacerdote leyó en voz alta por encima de sus cabezas las palabras que exigía el ritual. Años después Dostoievski describiría en tercera persona lo que sintió mientras esperaba que se cumpliera la condena:

Había una Iglesia cerca con su tejado dorado brillando bajo el sol recordaba haber mirado con gran intensidad el tejado y los rayos de sol que brotaban en él no podía apartar sus ojos de ellos le parecían su nueva naturaleza y sintió que en 3 minutos de alguna forma se fundiría en ellos.

Hicieron avanzar a los 3 primeros prisioneros y los ataron a los postes con cuerdas,  los brazos firmemente inmovilizados hasta la espalda y las cabezas envueltas en capuchas de lino. Dostoievski era uno de los tres  siguientes. El oficial dio la orden y los soldados del pelotón de fusilamiento alzaron los rifles.

De repente se oyó el sonido de cascos al galope.  El jinete detuvo su caballo junto al oficial y le entregó un paquete sellado el oficial rompió el sello y leyó el mensaje:  Por la infinita clemencia de su majestad el Zar Nicolás se había conmutado la las condenas de los prisioneros. Más tarde Dostoievski escribiría “ No recuerdo el día más feliz de mi vida”.  Tuvo suerte: otro de los conspiradores se había vuelto loco tras la experiencia que en el fondo no había sido más que una cruel farsa desde el principio ideada por el Zar mismo para enseñar a Dostoievski y los demás prisioneros una lección que no olvidarían nunca. Dostoievski siempre recordaría esta experiencia,  pues más tarde escribiría:  “ ¿sabéis lo que es una sentencia de muerte? . Quien nunca ha mirado a la muerte a la cara no lo puede entender”.  

Una persona que ha pasado por tales experiencias no solo toma las cosas a la ligera lo que sin duda se ha aplicado estoy aquí a su vida y a su obra.

Paul Strathenrn

viernes, 8 de octubre de 2021

El Grito


La observo y le grito mi admiración desde el mudo destierro que representan la intimidad de mis pensamientos. Me pregunto cómo percibirá mi mirada proyectada sobre su rostro cuando me la quedo mirando,  mientras hablamos de cualquier tema rutinario. 

Le grito y le grito mi frustración por no poder extender mi mano hacia su delicada mejilla cuando me nazca,  y prestarle una suave caricia sin mayor motivo que la voluntad de ser yo,  a través de ella;  por ese deseo desnudo y primitivo que su tierna alma despierta en mi.

A veces, cuando la miro intensamente,  desprende una sutil mueca pudorosa y un pequeño triunfo se apodera de mi. Es solo en esos pequeños momentos cuando me atrevo a cogerle  la mano un  instante,  o rozar la tersa piel de sus hombros.  Después, me retiro y yago de nuevo en el mudo destierro de mis pensamientos, gritando , gritando.

 




martes, 16 de febrero de 2021

La potencia sin control no sirve de nada.

 

El idealismo es una herramienta muy poderosa , pero necesita de un buen nivel de madurez personal para saber canalizarlo. En ausencia de esta  última , el idealismo,  sigue las directrices de un corazón errante, con todos sus errores.




viernes, 12 de febrero de 2021

Diálogos.

 


---Ya veo que sabes lo que te gusta , ¿y sabes lo que quieres.?

---No creo en las personas que dicen saber lo que quieren, o saber lo que buscan  de otras personas. Prefiero que cada persona me vaya suscitando lo que deseo de ella, según la voy conociendo. Normalmente , la gente que suele presumir de saber lo que quiere, al escucharles,  uno se da cuenta de que sólo desean cosas infantiles,  sin profundidad alguna. Y sin embargo, se jactan de su determinación. 

Las personas que ven la vida como algo más trascendente, consideran su existencia como un proceso de aprendizaje ; con más humildad, no como un tiempo empleado en " conseguir lo que quieres ".

Preferiría que me preguntaran cómo quiero ser, a qué es lo que quiero.

--- Cuéntame algo sobre ti que nadie sepa

--- Tampoco creo en ese tipo de preguntas. Son preguntas que hace la gente para tratar de conseguir información rápida,  partiendo de la base del que responde no sabe que con una pregunta sencilla se le puede sacar una respuesta sobre la cual no sea consciente y por tanto, quedar expuesto.

Me parece éticamente cuestionable, incluso una falta de respeto. como te dije antes, creo más en el interés de emprender un proceso de conocimiento de los otros a través del los hechos del tiempo en la relación, más que en los atajos de supuestas  preguntas audaces.













miércoles, 10 de febrero de 2021

Sin Blanca en Paris y Londres. George Orwell, 1933.


George Orwell,  durante su periplo sin blanca por las calles de Londres, terminó trabando amistad con Bozo, un mendigo y pintor callejero, que le hizo la siguiente reflexión:

--Si tienes una educación, da igual que pases el resto de  la vida en la calle.

--Pues yo he comprobado justo lo contrario--respondí--Por lo que he visto, cuando le quitas a un hombre su dinero ya no sirve para nada

-- No , no tiene por qué ser así. Si te lo propones,  puedes vivir igual seas pobre o rico. Puedes seguir con tus libros y con tus ideas. No tienes más que decirte: "Aquí dentro soy libre"  -- se tocó la frente con el dedo-- , y todo irá bien.





Sotto voce

 

Ya al poco de conocerla, le dijo  te quiero  varias de veces con el pensamiento mientras la contemplaba de cerca en determinadas situaciones. Un día,  no pudo reprimirse más y se lo susurró al oído lacónicamente con la esperanza de que no lo entendiera. Ella no dijo nada. Quizás el nunca sepa si lo llegó a escuchar , y menos aún,  si le comprendió.



viernes, 5 de febrero de 2021

Elogio del aburrimiento. Joseph brodsky

 


Cuando os golpee el aburrimiento,  id por él. Dejad que os inunde;  sumergíos,  tocad fondo.

En una situación desagradable,  las regla es tocar fondo cuanto antes para volver con más rapidez a la superficie .De lo que se trata,  diríamos parafraseando a otro gran poeta de lengua inglesa,  es de dar un repaso a fondo a lo malo. La razón de que el aburrimiento merezca tal escrutinio es que representa al tiempo en toda su pureza,  en todo su repetitivo, superfluo y monótono esplendor.  

Por decirlo así, el aburrimiento es vuestra ventana al tiempo,  a esas características del tiempo que uno tiende a pasar por alto para no poner en peligro su equilibrio mental. Se trata, en definitiva,  de una una ventana a la infinitud del tiempo,  o,  lo que es lo mismo,  a nuestra propia insignificancia en él. Eso es lo que quizá explique el pavor ante las tardes solitarias y mortecinas,  o la fascinación con que uno observa a veces el polvo en un rayo de sol,  y se oye de fondo el TIC TAC de algún reloj;  el día es tórrido,  y la fuerza de voluntad se halla bajo mínimos. Una vez abierta la ventana,  no intentéis cerrarla;  al contrario,  abridla de par en par. Pues el aburrimiento habla el lenguaje del tiempo y vais a aprender la lección más valiosa de vuestras vidas,  la lección que aquí, en estos verdes céspedes, no os han enseñado:  la de vuestra absoluta intrascendencia. Una lección tan válida para vosotros como para aquellos que con quienes os codeéis. “Eres finito -dice el tiempo con voz del aburrimiento-,  y cualquier cosa que hagas desde mi punto de vista es vana”.

Puede que esto no resulta precisamente agradable,  pero la percepción de la futilidad, de la limitada significación que revisten incluso vuestras mejores y más vehementes acciones resulta preferible al espejismo de su trascendencia y la correspondiente vanagloria.

El aburrimiento supone,  en efecto,  una irrupción del tiempo en vuestro esquema de valores .Sitúa la vida en su justa perspectiva,  lo cual da como resultado la precisión y la humildad. esta última,  observémoslo, engendra la primera. Cuanto más conocemos nuestro propio tamaño,  más humildes y compasivos nos volvemos respecto a nuestros semejantes,  a ese polvo que flota en el rayo del sol o ya inmóvil sobre la mesa. ¡Cuánta vida encierra ese polvo! No desde nuestro punto de vista,  sino desde el suyo. Nosotros somos para él lo que el tiempo es para nosotros; por eso aparece tan poca cosa.  ¿Y sabéis lo que dice el polvo cuando limpian el de la mesa?

“recuérdame”

susurra al polvo.








viernes, 1 de enero de 2021

¿Sobre las mujeres?

   

 Me dijo que las mujeres son todas iguales. 

           Aquella consideración hablaba más sobre él           

 mismo, que sobre las  mujeres, al fin y al cabo.




miércoles, 1 de abril de 2020

Sobre el valor de una idea.



Cuando nos asalta una idea y reflexionamos sobre la misma,  -ponderando su valor- ,  si acto seguido,  uno se distrae y la olvida, automáticamente, siente una orfandad;  un vacío que le hace  tomar conciencia  del extraordinario valor de aquella idea, - por insulsa que pudiera parecer- ;  pues el valor de una idea,  estriba en ser punto de partida para elaborar otras ideas y discursos,  desde ese punto vitalmente necesario.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Roma





Cogí un taxi en el aeropuerto que me llevó directo al centro de Roma , donde había alquilado un apartamento justo al enfrente del ponte Sisto,  en el barrio del Trastévere.

Deseaba verla con la excusa de visitar la cuidad. Iba a Roma,  y casi a cualquier sitio donde se hubiera encontrado ella,  pues la tenía idealizada,  sentía  la presencia del velo blanco, pulcro,  que uno extiende sobre la mujer pretendida cuando no encuentra  mácula que le suscite reparo alguno.

Me esperaba en la puerta del edificio una señora de unos 50 años, algo gruesa, desde luego no era la propietaria, debía ser alguien que trabajaba para la dueña. Me saludó con energía y cordialidad; comenzó a hablarme en italiano como lo hacen las personas que no conocen una segunda lengua, mirando con intensidad y repitiendo más alto las frases como si el interlocutor así  fuera a entender , “debía entender”.

Mientras subíamos las escaleras hacia la primera planta, donde me alojaría, la mujer comenzó a explicarme la utilidad del nutrido manojo de llaves que llevaba. Entramos en el piso. Lo primero que vi fue un piano a la izquierda enmarcando el zaguán. La señora se afanó en que quedara claro qué tipo de llave debía utilizar para cada puerta, pues el edificio de corte neoclásico contaba con un soportal con cancela, por lo que había varias puertas antes de llegar a mi piso.

Al mismo tiempo que la escuchaba, mi imaginación se preguntaba si ese piano era tocado con regularidad, y tuve la tentación de preguntarle a la señora sobre el piano, por si aquella información me diera una idea del tipo de personas que moraban esa casa. Pero no lo hice. Me dio vergüenza hacerlo, quizás porque en el fondo sentí que preguntar sobre el piano sería en como penetrar en intimidad de una casa sobre la que yo simplemente tenía derecho a dormir durante tres noches.

La señora me advirtió de que si no seguía el orden de las utilización de las llaves, podría quedarme encerrado en las escaleras;  empecé a entender que su interés en aclararme este tema de las llaves obedecía más al fastidio que supondría para ella tener que regresar a rescatarme,  más que por ser una persona responsable.

Cuando la señora cerró la puerta y me encontré solo, tuve una sensación de que la casa era mía y podría escudriñarla con tranquilidad. Abrí una de las ventanas que dan al río. La vista estaba tamizada por la interposición de los arcos de medio punto que formaban los soportales. Durante algunos segundos me dediqué a comprobar qué vistas efectivas sobre el río y el puente  se divisaban desde el apartamento.

El aire humedecido por el rio penetraba en las estancias de la casa al abrir las ventanas. Eran las seis de la tarde de un día de Marzo, y la sensación de calor era acusada. Las calles de Roma desprendían calor,  los haces de luz solar creaban  un enjambre de  claroscuros sobre las hojas  de los árboles en las márgenes del río, realzando la voluptuosidad de las copas, que perfilaban diferentes formas sobre el cielo al son que marcaba la suave brisa de la tarde.


La casa se había ventilado. El salón y la cocina estaban integrados en un solo espacio, los techos de la casa eran muy altos, de manera que la sensación de amplitud era enorme. La anchura de la fachada era de casi un metro; había un pasillo que comunicaba con las habitaciones. Dos ventanas horadaban el muro del pasillo;  el alfeizar era tan ancho que en el nicho generado se  alojaba  un puff de  suave seda italiana, perfecto para tumbarse apoyado sobre una  de las jambas del muro y mirar las vistas, leer o descansar. Sobre el otro flanco del pasillo, había una biblioteca algo escasa en volúmenes y algunos objetos de decoración, de los que no pertenecen a la vida de los dueños, con un paño de pared pintada de un verde oliváceo estucado.

Me entretuve en mirar los títulos. Había algunos libros franceses, quizás la casa perteneciera a una familia italo-francesa. Localicé rojo y negro de Sthendal, alcé el brazo y de puntillas lo saqué del estante. Empecé  a hojearlo. Al deslizar las yemas de los dedos sobre los filos de las hojas para pasarlas, me pregunté por qué nace esa curiosidad aparentemente vana; la curiosidad, aunque a veces beba del morbo, puede tener como fin último la esperanza de encontrar algo. Y lo encontré. Una hoja yerta, totalmente aplanada por la acción perenne de la presión de las hojas del libro.
Tanto tiempo ahí prensado…, ¿de cuándo dataría aquella hoja?, ¿qué protagonista la situó ahí?. Quizás esa hoja simbolice el resumen de una bella tarde de amor sobre cualquier parque de Roma. Decidí dejar la hoja en la misma página que la encontró, por no perturbar la intimidad de sus protagonistas.

Salí del apartamento camino a mi cita con Kristina. El movimiento ondulante de las copas de los árboles que flanquean las márgenes del Tíber provocaba una visión de gran belleza plástica; el movimiento de las copas viene anunciado por la brisa  y se produce un efecto semejante al de la música, por el cual nuestro cerebro imagina la siguiente nota de la canción de forma inconsciente, produciéndonos un vínculo entre la obra y el oyente.
Al cruzar  puente Sisto,  me distraje momentáneamente mirando de nuevo cómo se mecían las copas de los árboles . En ese preciso instante  pasó como un rayo una motocicleta que  no había visto, la cual me habría machacado un segundo antes de no haberme parado a mirar aquellas copas en movimiento. Seguí mi camino  sin más.  Una se mana más tarde,  me asaltó súbitamente el sentimiento de lo absurdo al rememorar el incidente mientras tomaba un café,  me afectaba un mal estar fruto del desconcierto que emana de esta verdad hiriente que la naturaleza te da sin preguntar por ella.