Cualquiera que viva en la zona
central de nuestra ciudad: Madrid, habrá encontrado en su caminar uno de esos
negritos subsaharianos que están en las
puertas de establecimientos como el
corte inglés.
Estas personas forman parte de
nuestra vida diaria, al menos durante un lapso pequeño de tiempo. La mayoría de
la gente pasa de largo intentando no ser presa , no sólo sus ofrendas comerciales, sino , más
bien, y sobre todo, de una inexplicable , obcecada, y obsesiva pulsión parlante hacia el aludido.
Son realmente incansables, hablan
literalmente a todo el mundo que pasa por su lado, que serán miles de personas
en unas pocas horas…..
Es un comportamiento que siempre
me ha llamado la atención, nunca le he encontrado una explicación lógica más
allá de un afán por la venta; pero tan exacerbada que llega a la locura , como
en el caso del negrito que se pone en la puerta del corte ingles de Serrano con
Ayala, que directamente parece estar poseído de una magia negra y no para de
saludar a la gente de forma compulsiva , sin criterio, como un autómata. Realmente,
si te paras tres o cuatro segundos te induce tristeza el observarle mientras
los viandantes pasan, unos displicentes y otros angustiados por esa agresión
verbal; un saludo compulsivo.
Sin embargo, el negrito que me ha
impactado más es otro. Todos los días por la mañana cojo el coche y en el
camino a mi oficina paso por un tramo de la calle Bravo Murillo. Justo en ese
tramo , siempre me coge un semáforo y aprovecho para observar lo que pasa en la
calle, desde la paz que da el interior de un coche; un coche en una ciudad algo
cosmopolita y superpoblada es como un observatorio rodante, es el batiscafo del
asfalto.
El caso es que, en el tiempo que
dura el semáforo me entretengo en mirar
a otro negrito que está en la acera ,
justo a la altura en que paro debido al semáforo. Es un caso especial, porque
este alto y fornido chico, se sienta en una especie de taburete pequeño en la
acera, apoyado sobre la fachada de un edificio, y mira de frente a la calle,
donde pasan los coches y las personas perpendicularmente a él.
Todos los días le miro y observo
su comportamiento, alguna vez me ha mirado, aunque yo no me he atrevido a
sostenerle la mirada por si me suelta algún gesto raro. Como es una calle con
bastante tránsito peatonal siempre pasa algún peatón y veo que el negrito saluda a los peatones, pero de una
manera amigable, y sin presionar al viandante. Es más, es que muchas veces los
viandantes le saludan a él, manteniendo una
conversación de dos frases y siguen su camino. Nadie deja dinero ni él
parece ofrecer nada, sopena de que
espere algo de alguien de forma espontánea.
Igualmente que en el otro caso, aunque este sea diferente, no lograba entender la naturaleza de su comportamiento, es muy difícil para un europeo que está en el primer mundo ponerse en la mente de una persona que viene de un lugar tan diferente.
Creo que el principal problema para esta gente es que no entienden nuestros códigos de conducta, nuestra sociedad es muy compleja para ellos, y tratan , por su instinto, de actuar con nosotros conforme a lo que su intuición les dicta. Siempre pensamos en el aprieto que nos ponen cuando nos molestan al hablarnos, pero nosotros no nos ponemos en el lugar de ellos ; el esfuerzo que debe suponer para ellos tratar de comunicarse con nosotros en un espacio y culturas que les son absolutamente ajenos y de los cuales comprende seguramente bastante menos de lo que nos podamos suponer.
Esta mañana, una vez más me he
parado en el semáforo y ahí estaba él, con esa cara medio feliz y medio circunspecta,
saludando a sus conciudadanos.
En ese momento, ha pasado un
hombre de unos 48 años, ya con algunas canas, era alto, como el negrito que nos
ocupa. Se han mirado y se han saludado, y he podido ver como el negrito se
levantaba a saludarle amigablemente. De igual manera, el viandante español le
ha sonreído y han intercambiado algunas palabras, unas frases más bien, por lo
menos un encuentro de medio minuto. Desde mi privilegiada posición podía ver la
expresión del negrito cuando hablaba mirando a los ojos a su interlocutor…, y
súbitamente, me ha venido a la cabeza una revelación:
Menuda expresión de orgullo,
satisfacción y dignidad que portaba este chico , era mirarle y darte cuenta de
que ese era su momento, el momento de sentirse un ciudadano más, integrado en
el seno de una sociedad que no sabe ni quien es, ni le importa, pero él, con
ese acto diario, quiere sentirse un ciudadano de su ciudad y era increíble la
satisfacción y el orgullo que exalaba al darse cuenta de que por un minuto estaba
hablando al mismo nivel, de tú a tú, con un Conciudadano, una persona que le
estaba otorgando categoría de ciudadano al mismo nivel....
Es en este momento cuando me he
dado cuenta de todo, de lo importante que supone para una persona de este tipo
simplemente intercambiar un saludo con cualquier persona de una ciudad que no
le mira jamás. Ellos buscan su integración a base del saludo y el contacto
diario con las personas que ellos quieren ser…, pero lo realmente impactante no
es el loable y tenaz esfuerzo que realizan, por otra parte con ilusión, sino la
candidez e inocencia que encierra su actitud, esa fuerza de la ilusión por ser
como el otro, esa ignorancia ante el mounstruo de la ciudad, que es vencido día
a día por estos negritos con cada uno de sus saludos a sus pretendidos
conciudadanos….., impresionante.
Este tipo de comportamientos tan
inocentes como auténticos sólo pueden emanar de unas personas como estas…., por
el contrario, no verás a otros inmigrantes como latinos o personas del este con
esta pertinaz ilusión por sentirse uno
más…, y es lógico, porque ellos, los latinos , los del este, son ciudadanos de
nuestro mundo, y saben de la dificultad que entraña la integración.
Lo paradógico de todo esto es que
la fuerza de la ilusa ignorancia inocente de estos negritos es tannn grande,
tan potente, que es posible que varios de ellos se empiecen a integrar , poco a
poco, esperando su oportunidad.