Sabía de las veleidades de sus
superficies orales, de su perfecta
geometría bilabial… esas fotos con el
foco puesto en lo inmanente de su expresión comunicante: sus labios; estaba advertido.
18:00 de la tarde y un café para dos; ya llevaba
un buen rato vigilando aquello que articula el aire convertido en palabra
como un paradigma de la sensualidad hecha
carne. Unos labios perfectamente carnales y perfectamente
precisos, idóneos, como una especie de
invitación a ser expuestos en algún
lugar museístico como el tipo, el arquetipo de los tipos; el modelo.
Trazado sinuoso, destila curva, refinado
volumen del exceso natural del labio. Según los minutos pasaban, un impulso irracional me dirigía peligrosamente
al deseo irreprimible de besarla. Eran unos labios a caballo entre la insolencia
de lo jovial y el academicismo más estricto, la ortodoxia y la heterodoxia en
connivencia.
Un deseo que partía de lo
evidente: de la angustia estética , de la tiranía de su atractivo y belleza. Un
deseo que no necesitaba de procesos o fases de enamoramientos y admiraciones
que desemboquen en ese contacto entre
bocas que es culmen de un sentimiento creciente en el tiempo. No, esto era una
pulsión visual , una atracción esteta; que estaba refrendada por la absoluta
seguridad de que unos labios así sólo pueden recibirte calurosamente, envolviéndote hasta el exténuo con su cálida voluptuosidad,
un disfrute literal, un goce del besar, del acto.
Iba asimilando los embates visuales de esta chica Franco-Peruana con pequeñas gotas filipinas , de ahí parte el coktail… Después, ya en el coche, seguí contemplándola , esta vez ella de perfil. Seguía inquieto, fulgurante, excitado por esa necesidad del beso. Algo debía hacer para liberar ese deseo, por algún lugar debía soltar aquella energía, tenía que desahogarme, exteriorizar.
Iba asimilando los embates visuales de esta chica Franco-Peruana con pequeñas gotas filipinas , de ahí parte el coktail… Después, ya en el coche, seguí contemplándola , esta vez ella de perfil. Seguía inquieto, fulgurante, excitado por esa necesidad del beso. Algo debía hacer para liberar ese deseo, por algún lugar debía soltar aquella energía, tenía que desahogarme, exteriorizar.
Y bien amigos, en unos de mis giros
de cabeza hacia su perfil, me quede observándola mientras ella permanecía inmóvil
con su mirada clavada en la perspectiva de la ciudad que tenía frente a sí, y…, de
pronto, quise besarla virtualmente, acercando
mi mano derecha hacia su barbilla, cogiéndola de un modo complaciente, reteniendo mi mano
alrededor de su mentón por unos segundos… y después , una vez retire la mano, -
ese beso imaginario - , empecé a sonreir
entre complacido y sorprendido por mi acción metafórica, disfrutando de esa
curiosa ironía que suponía el que esta muchacha nunca sabría que había sido
besada con un gesto.
He aquí la protagonista del delito no
cometido.