Algunas veces me pregunto cuál
será el motivo de que tenga tanto interés en leer a los grandes autores. Hay
una razón, que a parte de otras menos
conscientes, me resulta muy fácil de identificar. Los grandes escritores de la
historia han tenido la capacidad de describir con maestría los profundos
sentimientos humanos, los miedos, las angustias, los placeres. El viaje a través
de las líneas de un texto probablemente escrito hace cientos de años, termina
por fundir en conexión al vivo y al muerto;
un muerto que se torna vivo a través del vivo; aquel, con su inteligencia,
intelecto cultivado y dote artística, es
capaz de condensar en pensamiento escrito una
serie de breves renglones con alguna idea o concepto de manera prodigiosa, con una
lucidez al tiempo sencilla y erudita.
El milagro está en la elección de
las palabras adecuadas, que en una determinada conjunción, hacen
aflorar de forma natural, -de forma tan bella-, una verdad humana. Estos momentos de hallazgo,
en los que el lector encuentra una verdad de la vida resumida tan
brillantemente en un corto espacio de letras o frases, son parte del encanto de
la experiencia lectora; una experiencia inolvidable por cuento son esos momento
de hallazgo vital los que le hacen a uno sentir que ahonda en los
pequeños secretos de la vida.
Y quizás, el placer de descubrir tales secretos en tan bellos párrafos, provenga de mi obstinada voluntad por encontrar, - desde muy jovencito -, las palabras adecuadas que pudieran hacer
expresable un sentimiento que yo musitara. La imposibilidad de transmitir un sentimiento o pensamiento siempre me ha parecido una
fatalidad, una desgracia que me generaba frustración, porque yo deseaba
comunicar.
Una frase, una idea o sentimiento
condensado, puede ofrecerme un placer de gran intensidad, por eso, y como
prueba de este gozo que siento por el encuentro de estos párrafos escondidos
entre páginas, quiero traer como ejemplo una frase,- ni siquiera llega a párrafo,
de ahí mayor su magia- , que Giacomo Leopardi escribió hacia 1.820 a su querido y respetado
amigo Carlo; cuando las amistades podían ser tan respetuosas como intensas, y
en las que la palabra amor era pronunciada en las relaciones epistolares de la época como muestra de estima en la amistad para
con el otro.
"Tú,tu amor, el pensamiento de ti, sois como la columna y el ancla de mi vida”
Giacomo Leopardi. Carta a su amigo Carlo.