le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Nuestro portal.




Noche tras noche,  situados en el límite de la puerta de acceso a tu portal, nos besamos apasionadamente. Después de nueve horas ininterrumpidas de besos,  caricias, miradas cómplices y conversaciones de todo tipo, - nueve horas que iban ser un café de una hora; lo nuestro es inevitable,  imparable- ;   llega la hora de que MP entre por su portal camino a su apartamento. La excitación amorosa es tal, nos rodea, colma nuestros sentidos de tal manera, que el hecho  de romper la impetuosa continuidad de nuestros besos y carantoñas parece un objetivo difícil, casi imposible de cumplir. Salimos del coche y te rodeo con mis brazos por detrás, apoyando mi cabeza sobre tu rotundo y recto hombro de mujer esbelta; vas girando tu cuello esperando que yo te bese la mejilla, sonríes;  caminamos juntos unos metros y te ríes abiertamente, mientras, aprieto con fuerza mis brazos para sentir tu vientre de mujer.

Llegamos al quicio de la puerta del portal, la entrada tiene un escalón de granito. Siempre nos situamos elevados en ese límite, jugando a alternar nuestras posiciones en él,  unas veces tú, otras veces yo. Tú,  casi siempre te sitúas apoyada en la puerta,  esperando a que yo te asalte apasionadamente unas veces, con ternura en otras. Te vuelvo a rodear con mis brazos, -esta vez enfrentado a ti- ; no puedo evitar acercarme con decisión y sentir nuestros cuerpos más entrelazados al apoyarte sobre la puerta. Nos besamos repetidamente con besos largos y otros pequeños que saben a gloria. Después,  paro un poco,  y cogiendo tus dos manos me separo un poco para poder contemplarnos mutuamente, con ternura y conscientes de nuestra pasión. Me dices que te has de marchar, -son las dos de la madrugada-, pero ambos sabemos que es imposible;  las ganas de estar fundidos, de que nuestros cuerpos estén en permanente contacto son tan grandes que llevamos ya 10 minutos de amor sobre ese escalón de granito y la portezuela de madera ocrre como testigo. Es navidad, y a través del cristalito translúcido de la puerta sentimos los destellos de luz parpadeante que perfilan  tu silueta con sus brillos;  es el arbolito que tú colocaste en la entrada.

Retomamos nuestros abrazos;  los  besos se tornan más compulsivos porque sabemos que el final se ha de producir. Durante  algunos instantes, mientras tú te sonríes con esa mirada tan cálida que te caracteriza,  tengo pensamientos que me hacen reflexionar sobre la intensidad de lo que estamos viviendo; oigo un ruido al otro lado de la calle, y dirijo mi mirada a algún lugar del edificio de en frente; me pregunto si alguien está siendo testigo de esta escena de amor ilusionante que los dos vivimos cada noche en este mismo rinconcito;  imagino que habrá de haber alguien que sea testigo de nuestro amor, debería haberlo. Es tan bonito,  tan limpio,  puro,  inocente y sincera nuestra atracción,  que me asalta de repente el pensamiento de que esto podría acabar;  ¿y si esto no durara para siempre?;  es tan bonito que me da miedo que termine, como el niño de Proust cuando espera el beso de su madre y lo anhela tanto que casi prefiere no recibirlo,  por el temor al sentimiento de pérdida posterior.

Me gustas. Abres la puerta apoyando tu espalda sobre la hoja mientras fijas tu mirada en el infinito como ensimismada , - realmente sólo la entornas-, y te yergues estática mientras yo te asalto otra vez.

 – No te vayas, espera.

El óvalo entero te vuelve a sonreír con una expresión de felicidad que se puede advertir en cada pequeña detalle de tu expresión facial.

Entramos en un bucle de pequeñas despedidas que en realidad se diluyen en una voluntad quebradiza debido a la fuerza de la pasión; sabemos que no es posible aún despedirnos. Abres la puerta totalmente y parece que vas a darme la espalda definitivamente. Sólo es un amago.  Te das la vuelta y con la perspectiva que me confiere estar ya en la acera,   puedo contemplar tu esbelta figura de mujer,  tan estilizada y jovial.   Sólo una personalidad como la tuya puede mover ese maravilloso cuerpo con tal gracia y sutileza elegante, con un estilo tan personal que te hace única. Qué placer visual.

No pienso dejarte marchar así;  corro hacia ti y te dejas alcanzar dejando tu cuerpo entregado sobre mis brazos mientras vuelves a reír con dulzura.

- Hay que marcharse, tu madre no va a poder entender cómo una despedida dura tanto.

- Sí, he de irme, ¡mañana nos veremos otra vez!


Empiezas a girar tu espalda,  finalmente das  un par de pasos,  y, súbitamente,- consciente de que sigo ahí admirándote y pidiendo un último beso Proustiano-, te das la vuelta con energía, te abalanzas enérgicamente  sobre mí y me das un solo beso;  ese beso que resume toda una maravillosa jornada de 9 horas. Estoy extenuado; felizmente vaciado de amor.

La puerta esta cerrada; me quedo mirando hacia la acera confuso, como un animalillo que acaba de despertar de un sueño extraño, confundido;  ahora estoy en la calle y finalmente, antes de partir, dirijo la mirada hacia ese lugar en el edificio de la acera de enfrente donde debe estar ese testigo anónimo; ahí debes estar, tras el reflejo de alguna ventana.