Giré mi
rostro hacia el paso entre las aceras, y
ahí estaba cruzando ella con su perro. Inesperadamente,
tan fugaz como su tránsito, fue mi contemplación visual; breve e intensa, como el de un estallido. Apenas dos
segundos de movimiento hecho gloria, y desaparece de mi vista, para después, sufrir condena eterna en la celda del recuerdo evocador. Ya
no la veré más; su gracia en movimiento terminará
por desaparecer de mi mente a golpe de erosión, como el constante batir del oleaje sobre las
arenas. El
tiempo, - devenir implacable y siempre infiel - , será testigo
de mi olvido sobre el recuerdo de su movimiento. Negro y negro; oscuras sus ropas y oscuro el pelaje de su
can; un duo, que se tornaba unidad a cada
movimiento conjunto. El perro tiraba de la correa, y ella lo seguía,
conteniendo su energía liberadora con alegría contagiosa y latente felicidad a cada paso; es su animal, - como el de todos sus dueños - , una
prolongación natural de su personalidad. Apareciste
de la nada y en la nada me dejas. Sólo ya me
queda, yacer dividido entre el
sentimiento agridulce de la recreación, y el
escepticismo de la inútil espera; su historia, su visión, se desvanecerá entre las mil y una historias que
entretejen esta ciudad, poblada por interminables mareas de destinos cruzados.