le feu follet

le feu follet
"Hay momentos de la existencia en que el tiempo
y la extensión son más profundos y el sentimiento
de la existencia parece inmensamente aumentado".


Charles Baudelaire.

sábado, 8 de marzo de 2014

Desde el otro lado del cristal.






Esta mañana, desde la cinematográfica vista que me ofrece el  vidrio de la cafetería del Vips, veo la vida pasar ante mí. Soy testigo invisible -por el reflejo que provoca en el vidrio la mañana-  del fluir de los peatones que circulan por la calle . 

Mientras saboreaba una tostada de mermelada  - al otro lado del cristal, en la calle -  apareció ante mí un viejecito decrépito, pero con una de esas caras que expresan  vida. Transmitía el dolor de su condición precaria. Normalmente, las caras de los viejos no expresan gran cosa, son reflejo de una inactividad vital,  este señor se movía cual cadáver andante, pero al mismo tiempo su expresión era intensa, muy vívida en su sufrimiento, lo cual impresionaba. Trataba de avanzar por el paso de cebra que está en frente de la cafeteria a pasitos pequeños para asegurar el equilibrio; los pasos eran rápidos pero muy cortitos, avanzaba muy poco.

Cada seis o siete pasos paraba, y hacia un receso,  para posteriormente seguir con la lucha en su avance por ese mar de obstáculos  que no existen para nosotros , los jóvenes. Los viejos ya no tienen retos que resolver en su vida,  pero vuelven a tener que aprender a andar, como unos bebes. Los jóvenes, tenemos que resolver nuestro futuro,  pero la vida nos sonríe para movernos por ella. 

El viejecito cruzaba y se dirigía hacia el cristal desde donde yo veía esta dramática escena del final de una vida. Tras unos segundos de claro esfuerzo,  logra conquistar la acera, no sin antes atravesar  un Rubicon al llegar  al bordillo del paso de cebra, de escasos 5 cm de altura, especial para minusválidos…


Ignorante de mi  mirada debido al reflejo del vidrio, termina parándose para tomar fuerzas a un metro escaso de mí. Es en ese preciso instante cuando puedo observar detenidamente su expresión, con tanta crudeza y claridad,  que siento invadir su intimidad,  y sentir dentro de mí, por un instante, el sufrimiento que lleva dentro, acompañándole. Puedo observar su expresión, dirigiendo su mirada perdida y vacilante entre las baldosas del suelo y ese lejano horizonte que se sitúa tan solo un metro adelante.

Se para; ¿piensa?, ¿sólo descansa?, ¿hasta qué punto su deseo de pasear es mayor que el tedio de su moribundo caminar?. Pienso en él; empatizo,  y se me ocurre que debo hacer algo; podría salir de la cafetería y ofrecerlo mi ayuda,  . ¿Pero no sería este ofrecimiento más cruel aún que la mera observación pasiva de su sufrimiento?, quizás,  en vez de calmarlo o reconfortarlo,  sólo le estuviera manifestando lo que todos vemos y él ya sabe. Mejor permanecer inmóvil;   testigo del ya quebradizo destino de este ser humano.


¿Por qué ha de morir ya?,

¿Por qué llega su final?,

¿Por qué ha llegado ese momento cruel de la vida?.

No sé qué he hecho yo para no ser él.

Pero no puedo hacer nada por él.

 Quizás sólo haya de morir por la misma inexplicable

razón por la que hubo de nacer.


¿Quién se merece morir?.

¿Quién se merece nacer?.

El final; precipicio cruel.

El inicio de una  vida; el don de la

existencia,  por nada, un regalo.

Es entonces, cuando uno percibe
  
 que la vida en cierto modo es justa,

y equilibra tu destino,  quitándote aquello que  fue otorgado 

sin razón aparente para haberlo merecido.