Dedico este genial texto en prosa poética que Charles Baudelaire escribió hacia 1869, a todos los que hemos tenido la tentación de querer
enterrar en la fosa del ideal a mujeres cuya gran belleza no acompañaba su
mediocre mundanidad.
¿CUÁL ES LA VERDADERA?
Conocí a una tal Benedicta, que colmaba la atmósfera de ideal y cuyos ojos sembraban anhelos de grandeza, de hermosura, de gloria, de todo lo que lleva a
creer en la inmortalidad.
Pero la milagrosa muchacha era bella en demasía para vivir mucho tiempo;
así, murió algunos días después de haberla conocido yo, y yo mismo la enterré,
un día en que la primavera agitaba su incensario hasta los cementerios. Yo fui
quien la enterró, bien guardada en un féretro de madera perfumada,
incorruptible como los cofres de la India.
Y como los ojos se me quedaran clavados en el lugar donde hundí mi tesoro,
vi súbitamente una criaturilla que se parecía de modo singular a la difunta, y
que, pisoteando la tierra fresca con violencia histérica y rara, decía soltando
la risa: «¡La verdadera Benedicta soy yo! ¡Soy yo, una vulgar ramera! Y en
castigo de tu locura y de tu ceguera, ¡me amarás tal como soy!.»
Pero yo, furioso, contesté: «¡No!, ¡no!, ¡no!» Y para acentuar mejor mi
negativa, di tan fuerte golpe en la tierra con el pie, que la pierna se me
hundió hasta la rodilla en la sepultura reciente, y, como lobo cogido en la
trampa, sigo preso, tal vez para siempre, en la fosa de mi ideal.